Hiperpaternidad:
sobreproteger es desproteger
 |
Eva Millet |
Este es un resumen de una
conferencia sostenida por Eva Millet, periodista y escritora especializada en
educación y crianza. La conferencia fue organizada por el proyecto BBVA - Aprendemos Juntos.
Millet advierte de las
consecuencias sobre niños y jóvenes de la “hiperpaternidad”: sobreprotección y control
excesivo, tanto en casa como en el aula. Es un modelo que desautoriza a los
profesores e invade el espacio de los niños en la escuela.
Esta crianza “monstruosamente
intensiva” está creando una generación de jóvenes ansiosos, impacientes,
dependientes, con miedos y baja tolerancia a la frustración, que además se
refleja en su aprendizaje y rendimiento académico.
Millet propone que “las madres
tigre, los padres apisonadora o helicóptero” den paso hacia un modelo que les
permita relajarse, confiar en el sentido común y en los hijos, y no apostar
solo por la acumulación de experiencias y conocimientos, sino por una
“educación del carácter” que refuerce su empatía, resistencia, valores y
tolerancia a la frustración.
Como padres nuestra misión es proteger a nuestros
hijos y ayudarles a que crezcan como personas. Sin embargo, muchos padres
confunden la protección natural con una hiperprotección.
Los padres que hiperprotegen a sus hijos creen que
para ser buenos padres no pueden permitir que sus hijos experimenten
malestares. Creen que sus hijos no tienen que sufrir una contradicción, no
tienen que tolerar la frustración y que ser un buen padre implica casi ejercer
de guardaespaldas del hijo. Hacen del hijo alguien intocable. ¡Cuidado si te
metes con mi muchacho!
Educar es preparar para dejar ir y dejar ir, es
darles herramientas a tus hijos para que ellos crezcan, adquieran autonomía.
Si tú estás todo el día detrás del niño
protegiéndolo de todo lo que le puede pasar no solo le creas una ansiedad, le
empiezas a poner un germen de ansiedad, sino que también le estás
incapacitando. Le estas quitando una de las herramientas básicas de la vida que
es la adquisición de autonomía.
Sobreproteger
es desproteger.
Los padres tenemos que observar. Estamos llamados a
estar pendientes de los hijos, pero no intervenir a la primera de cambio. Si tu
hijo se cae en el parque no corras como Usain Bolt a rescatarlo porque al final
lo que vas a conseguir es que el niño sea incapaz de levantarse por sí mismo.
Nuestra tarea: observar,
estar pendiente, ver cómo se desenvuelven en la vida.
Al sobreproteger estamos creando hiperniños. Niños
que tienen una baja tolerancia a la frustración. Los hiperniños son el producto
de esta hiperpaternidad, que es este estilo de crianza generalmente típico de
las clases medias-altas y que implica una hiperatención, una hiperprotección y
una sobrepreocupación por el hijo.
La baja tolerancia a la frustración se ve casi como
una enfermedad crónica, incurable, contra la que no se puede hacer nada. Si tú
no educas en el error, prueba-error, prueba-error, prueba-error, al final el
niño se derrumba ante cualquier cosa.
¿Qué podemos
hacer los padres para ayudarles a tolerar la frustración?
Lo primero es
ejercitar una habilidad fundamental en la vida: la paciencia. Vivimos un tiempo
en que todo quiere resolverse con un clic. Saber esperar, la contención, el
autocontrol, es importantísimo.
También la
gestión de las emociones. Los niños tienen que entender que no todo son
emociones buenas, sino que hay emociones malas como la rabia, la tristeza, la
impotencia, el no saber muy bien qué te pasa… ellos tienen que aprender a
gestionar sus emociones.
Si crees que para que el niño gestione sus
emociones y tenga mucha autoestima de lo que se trata es de decirle que él es maravilloso
y nunca decirle que no, no estás desarrollando un niño con autoestima, sino un
narcisista.
También enseñarles
que se puede perder. Que puedes fallar, te puedes equivocar y no pasa nada.
Porque hoy hay un miedo en los niños y en los adolescentes a equivocarse. Todos
perdemos y no pasa nada, y nos recuperamos. De hecho, yo creo que nos formamos
a base de caernos y volvernos a levantar.
Para desarrollar la habilidad de tolerar la
frustración y desarrollar también otras habilidades un factor importantísimo en los niños es jugar. Los niños tienen
que jugar. El modelo de hiperpaternidad llena a los niños de tardes cargadas de
actividades extraescolares, todo programado, todo estructurado… Impide un derecho
reconocido hasta por las Naciones Unidas: el derecho de jugar. Esencia de la
infancia.
El juego, ese juego libre, sin estructurar, solo o
acompañado, no solo aprende a trabajar en equipo, a ser creativo… sino también
aprendemos a tolerar la frustración.
La
hiperpaternidad es un estilo de crianza que básicamente se basa en una
atención excesiva al hijo, una sobreprotección y un estar detrás del niño todo
el rato.
La primera figura que surgió de este tipo de
crianza son las madres helicóptero.
En el norte de Europa y en Canadá, existe la idea
de los padres quitanieves, que son
estos padres que, en vez de preparar a los hijos para el camino, preparan el
camino para los hijos. Les allanan todo. Aquí serían un poco los papás apisonadores.
Tenemos también los padres guardaespaldas que es el “No toque usted a mi hijo”,
literalmente.
Los padres
manager, que es un clásico muy masculino que si tienes hijos en deporte
escolar los has visto. Sus hijos son los futuros Messi, Cristiano Ronaldo, Rafa
Nadal o estrellas del deporte y ellos saben más que nadie, gritan y ponen
nerviosos a los hijos.
Un último modelo que es muy discretito, que es
divertido, que son los papás bocadillo o
las mamás bocadillo. Es esta idea de seguir al niño con el bocadillo, con
el táper de frutas en el parque para que el niño de vez en cuando se gire y dé
un mordisquito, no sea que muera de inanición… Es una constante atención al
hijo, esta supervisión 24 horas al día.
Una de las consecuencias
de este modelo de crianza intensiva es el estrés familiar, la
hiperpaternidad perjudica seriamente el bienestar familiar. Las mamás que
practican la crianza intensiva son más infelices cuando pasan tiempo con sus
hijos. ¿Y por qué son más infelices? Porque nunca se sienten lo suficientemente
buenas.
Siempre creen que tendrían que estar haciendo algo
más para que ese niño no se pierda en esa carrera en la que se han convertido,
un poco, las infancias hoy en día.
¿Cómo afecta
esta infelicidad, esta insatisfacción, a los hijos? Si el hijo
tiene una madre o un padre estresadísimos todo el día… los niños lo notan y los
niños van muy estresados. Los niños hoy tienen agendas de ministro. Las
extraescolares están muy bien, ayudan a conciliar, son importantes para la
formación de los hijos, pero hay un abuso. Una de las características de la
hiperpaternidad es amar la precocidad y la hiperactividad. O sea, cuantas más
cosas y antes mejor, no sea que el niño se quede atrás en la carrera por ser
Einstein o Mozart…
Tenemos niños muy pequeños, de parvulario, con
todas las tardes ocupadas, que llegan a casa agotados. Se convierten en un
trabajador que llega a casa agotado porque pasa ocho horas en el colegio más
dos de extraescolar o de coche para arriba y para abajo. Pierden el tiempo de
jugar, no tienen tiempo para jugar, el juego libre sin estructurar está
desapareciendo.
El juego no estructurado es un patrimonio de la
infancia que perdemos al hacernos adultos y que ahora se está perdiendo cada
vez más rápido, y para mí es un pecado.
Hiperpaternidad:
cuestión de grado
Todos somos
hiperpadres, pero hay grados de hiperpaternidad.
Cinco preguntas que son las que puntúan más alto al
evaluar la hiperpaternidad que son estas:
La primera, si
tenía ya un plan trazado para las vidas de sus hijos antes de que nacieran, esta idea
de que “el niño será médico, será abogado, será no sé qué…”, ya todo diseñado.
La segunda,
si les ayuda con los deberes o se los hace por sistema.
La tercera, es si
ha excusado alguna vez a su hijo con la famosa frase: “No, mira, es que
tiene una baja tolerancia a la frustración”.
La cuarta, sería si habla en plural, hoy en día se ha normalizado el hablar en
plural de los hijos. Hoy en día, “hemos ganado”, “hemos perdido”, “hemos
aprobado”, “hemos suspendido”, “nos hemos enamorado”… O sea, la unión con el
hijo es tal que ya somos una misma persona.
Y la última
es si discrepa a menudo con los maestros o entrenadores de sus hijos. Estas
cinco preguntas son clave, ¿no? Si contestas que sí a las cinco…
Si contestamos afirmativamente a estas cinco
cuestiones, no vamos bien.
¿Qué podemos
hacer para revertir esta tendencia?
El primer consejo es relajarnos. Relajarnos todos un poquito porque la educación es
un proceso a largo plazo y cosas que hoy tú estás diciéndole a tu hijo que no
te hace ni caso, pues igual de aquí a cinco años te hará caso. Relajarnos.
Confiar en
nosotros, confiar en nuestros hijos, ellos pueden hacer muchas más cosas de las que
nosotros nos creemos y también quieren. Y no solo apostar por esa educación de
conocimientos y experiencias mágicas… pensar que la educación es también el
carácter. Necesitamos educar el carácter para tener unas herramientas para
implementar esos conocimientos.
Educar a
nuestros hijos en la valentía. La sobreprotección no ayuda a los niños a superar
sus miedos. Hay que educar la valentía, la empatía, la resiliencia y hay que
empezar a dejar que los hijos hagan cosas por ellos mismos. No grandes cosas,
sino cosas pequeñitas. Que se carguen ellos su mochila.
La educación
también es carácter: hay que educar la valentía, la empatía y la
resiliencia, y dejar que los hijos hagan cosas por sí mismos. Los hijos son muy
capaces, pueden hacer muchas cosas ellos y nosotros hemos de confiar, hemos de
relajarnos y confiar.
El carácter es fundamental. Tú puedes tener tres
masters, pero si tienes miedo no irás a ninguna entrevista de trabajo. A la
empatía, a la colaboración… O sea, a esta serie de elementos de la persona que
van más allá de los conocimientos puros y duros. Esa es la verdadera educación,
la que combina las materias con las habilidades para implementar esas materias.
Es verdad que las escuelas han de educar en el carácter, pero los mejores
posicionados para esa educación son los padres.
En este modelo de hiperpadres, los profesores están
más cuestionados que nunca, porque los padres conciben al niño como un ser
perfecto al que nadie puede contradecir… Si un hace alguna observación del hijo
que no es la adecuada pues no se le acepta. Si siempre se justifica a los
hijos, no vamos a ningún sitio.
Una atención
excesiva a los hijos es hacer cosas por sistema por ellos, cosas que ellos
están capacitados para hacer. Y el mejor ejemplo que pongo son los deberes.
Se están haciendo los deberes por los hijos. Además, los padres les apuntan a
tantas actividades extraescolares, que el poco o mucho trabajo que tengan que
hacer en casa pues al final lo sustituyen los padres haciéndolo…
La escuela
ha de ser un espacio del alumno. Si, de repente, tienen a mamá o papá todo el día
que si el niño, la niña, que si el pollo, que si no le gusta la ensalada, no le
pongas ensalada, que si este profesor no va bien, que si no pongan el marcador
en clase de Educación Física porque se frustra, porque pierde… Para el niño eso
es insoportable, tener todo el día a esos padres helicóptero revoloteando sobre
sus vidas.
El niño se
convierte en un altar. Una antropóloga estadounidense tiene una frase que
a mí me encanta, dice: “Hemos pasado del culto a los ancestros, a los
antepasados, al culto a los descendientes”. Se ve en cualquier casa a la que
vas hoy. Tú vas a las casas, te acuerdas antes que en las casas había las fotos
de los abuelos, los bisabuelos, los tatarabuelos… ahora no hay ni un ancestro.
Ahora todo son los niños. Los niños haciendo mil cosas o dibujos de los niños.
O sea, realmente, es una veneración al niño.
Es necesario
seguir poniendo límites. Muchos maestros comentan que la primera vez que un
niño oye la palabra “no” es al llegar a la escuela porque los límites están muy
pasados de moda. Estamos en un momento social que se confunde autoridad con
autoritarismo y tenemos esta idea de que la familia debe ser una democracia y
que todo se hace por asamblea y que todo se vota democráticamente. La familia
no tiene que ser una dictadura, pero hay una jerarquía. En la parte de arriba
estamos los padres porque somos los adultos responsables que hemos decidido
traer a esos niños al mundo para educarlos con unas normas. Y las normas son
los límites.
Una de las características de los hiperpadres es la
justificación a ultranza al hijo con una frase que a mí me fascina. El niño te
pega, escupe, se porta fatal, patalea, es insoportable: “Oye no, mira, es que
tiene baja tolerancia a la frustración”. Como si fuera una enfermedad crónica
ante la que no se pudiera hacer nada.
La
frustración es una emoción. O sea, la vida está llena de frustraciones, y es
una emoción negativa y como tal se tiene que educar y gestionar. Y tenemos que
enseñar a nuestros hijos a tolerarla, pero parece que seas un mal padre si les
enseñas a aceptar el no, a repetir las cosas cuando las hacen mal.
La
hiperasistencia de los padres debilita a los hijos, los vuelve frágiles. Le estás
dejando sin recursos. Es una combinación un poco perversa. Por un lado, son
niños con una inflada noción de ellos mismos. Son niños que siempre se le ha
dicho que son lo más, se les han hecho 20.000 fotos siempre, se ha documentado
todo lo que hacen, se les ha consultado todo, se les ha permitido todo, en
muchos casos. Entonces, tienen una inflada noción de ellos mismos, pero por
otro lado son muy inseguros porque sin mamá o papá no se ven capaces de hacer
nada. Y eso es una combinación explosiva.
Educar es dejar ir, darles herramientas para que
ellos vayan espabilándose.
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