La salud mental… también es salud
Milton Tejada C.
Hace unos días, mi amiga y hermana en la fe Karina
Cruz me invitó a participar en su podcast
Inspirando, para conversar
sobre un tema urgente y necesario: la salud mental y emocional. Aunque respondí
algunas preguntas durante la grabación, el tiempo fue limitado y, siendo
sincero, me expreso mejor por escrito que frente a un micrófono o una cámara.
Por eso, me animo a compartir aquí, de manera más amplia y reflexiva, algunos
de los planteamientos que creo esenciales sobre este tema.
Y también te animo a suscribirse al canal de YouTube
de Karina, @MisionInspirar, y estarán contribuyendo a difundir mensajes que
contribuyen a que tengamos vida y vida en abundancia. Y puedes ver la entrevista que nos hiciera Karina de modo completo copiando el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=jGeH72wv0jI&t=851s
Mucho se ha dicho que, a raíz del COVID-19, el mundo
enfrenta una "epidemia" de trastornos mentales. Sin embargo,
considero que la pandemia simplemente visibilizó una crisis que ya estaba en
desarrollo. El aislamiento, la incertidumbre, las pérdidas y el colapso de
rutinas cotidianas no hicieron más que sacar a la superficie el estado frágil
en que se encontraba nuestra salud emocional.
Un enfoque cristiano sobre la salud mental
Desde una perspectiva cristiana, la salud mental puede
entenderse como un equilibrio interior que permite a la persona vivir en paz
consigo misma, con los demás y con Dios. Es la capacidad de enfrentar las
dificultades con fe, esperanza y amor, dejándose guiar por los principios de la
Palabra de Dios. Por otro lado, la salud emocional implica reconocer,
comprender y manejar nuestras emociones de forma adecuada, mantener relaciones
sanas y afrontar los desafíos de la vida con una actitud positiva.
Hablar de salud mental no es un tema ajeno a la fe.
Muy al contrario, está profundamente conectado con nuestra relación con Dios,
con nuestro sentido de propósito, y con nuestra forma de amar y de vivir. Negar
esta dimensión sería desconocer que fuimos creados por un Dios que se interesa
por todo nuestro ser: cuerpo, alma y espíritu.
¿Qué está afectando nuestra salud emocional?
Existen múltiples factores que influyen en el
deterioro de la salud emocional y mental, y es importante reconocerlos para
poder responder con sabiduría y compasión.
En el plano cultural, vivimos inmersos en un
individualismo extremo que valora la autosuficiencia y la desconexión del otro.
Esto ha debilitado los lazos comunitarios y ha dejado a muchas personas solas y
emocionalmente vulnerables. La presión por alcanzar el éxito, mantener una
imagen impecable y ser siempre productivos, alimenta una ansiedad constante.
Además, la falta de referencias morales claras ha contribuido a una sensación
generalizada de desorientación y vacío.
En cuanto a lo social, la desintegración de la
familia, la violencia, la desigualdad y la pobreza afectan profundamente el
bienestar emocional, especialmente desde edades tempranas. A esto se suma el
exceso de estímulos que recibimos a través de la tecnología y las redes sociales,
lo cual muchas veces impide la introspección, el silencio y el encuentro con
nuestras emociones más profundas.
También hay factores personales que no podemos
ignorar. Muchas personas cargan con heridas no sanadas: rechazos, traumas,
pérdidas o fracasos que nunca se procesaron adecuadamente. Otras carecen de
herramientas para gestionar sus emociones, lo cual se traduce en relaciones
dañinas o conductas autodestructivas. Y no son pocos los que arrastran una
imagen distorsionada de sí mismos, producto de comparaciones constantes con
ideales inalcanzables.
Finalmente, desde el enfoque espiritual, la
raíz más profunda de esta crisis es la separación de Dios. Cuando nos
desconectamos de nuestro Creador, perdemos la fuente de paz, identidad y
propósito. El resentimiento, la culpa no tratada, la falta de perdón y el vacío
existencial son síntomas de una vida que necesita reconciliación con Dios y con
uno mismo.
Hacia una sanidad integral
La buena noticia es que sí hay caminos hacia la
sanidad, y estos caminos son tanto personales como comunitarios y espirituales.
El primer paso es reconocer nuestro estado emocional sin miedo ni vergüenza. La
negación solo prolonga el dolor. Como dice Juan 8:32, “la verdad les hará
libres”.
Desde ahí, es fundamental practicar el autocuidado:
conocer nuestras emociones, descansar, alimentarnos bien y cuidar de nuestra
mente tanto como lo hacemos con nuestro cuerpo. Expresar lo que sentimos a
través de la oración, la escritura o el diálogo con alguien de confianza nos
libera de muchas cargas. Establecer límites saludables también es una forma de
proteger nuestra paz.
La sanidad también pasa por nuestras relaciones.
Necesitamos rodearnos de personas que edifiquen nuestra vida, y aprender a
perdonar para no cargar con resentimientos que envenenan el alma. El perdón,
como enseña Colosenses 3:13, es una herramienta de sanación poderosa.
En el plano espiritual, volver a Dios es clave. Su
presencia es descanso para el alma cansada. Leer Su Palabra, orar y meditar en
Sus promesas renueva nuestra mente. Además, servir a otros con amor nos saca
del aislamiento y nos devuelve un sentido profundo de propósito. Como afirma
Hechos 20:35, “más bienaventurado es dar que recibir”.
¿Y la terapia? ¿Debe un cristiano buscar ayuda
profesional?
La respuesta es un rotundo sí. Dios nos hizo seres
integrales: cuerpo, mente y espíritu. Ir al psicólogo no es falta de fe, es
responsabilidad y sabiduría. Hay terapeutas formados y guiados por valores
cristianos que pueden ayudarnos a sanar heridas, fortalecer relaciones y
enfrentar traumas. Proverbios 20:5 nos recuerda que “los pensamientos humanos
pueden ser profundos, pero el sabio los puede descubrir”.
Buscar ayuda no debilita la fe, la fortalece.
Reconocer que necesitamos apoyo no es señal de derrota, sino de humildad. La
oración y la terapia no se contradicen, se complementan. La fe no nos niega el
dolor, nos da la fuerza para enfrentarlo con esperanza.
Hablar de salud mental y emocional es hablar de vida,
de amor, de restauración. Como cristianos, estamos llamados a ser testimonio de
esa paz que sobrepasa todo entendimiento. Y eso empieza por reconocer que la
salud mental… también es salud.