domingo, julio 06, 2025

El acta de nacimiento de la fe

El acta de nacimiento de la fe

Por Milton Tejada C.

Introducción: Una pregunta que incomoda y transforma

¿Qué valor tiene una fe que no se traduce en obras? Esta es la pregunta que Santiago lanza con fuerza en su epístola (Santiago 2:14-17), y que sigue resonando con urgencia en nuestro tiempo. En un mundo saturado de palabras y declaraciones, Santiago nos invita a mirar más allá de lo que decimos creer, para examinar cómo vivimos lo que creemos. Estas son algunas de las palabras que tuve el privilegio de compartir este domingo con mi Congregación y que les hago llegar en este, mi blog.

Este mensaje nace como continuación de un culto anterior, en el que se debatió sobre la relación entre fe, obras y salvación. Aunque la salvación es por gracia, mediante la fe —una enseñanza firme en la Escritura— también es cierto que esa fe auténtica no puede quedarse estéril. Si es verdadera, se evidencia. Esta prédica propone tres enseñanzas fundamentales para identificar una fe viva y activa en nuestras vidas.

Primera enseñanza: Fe sin obras: una contradicción práctica y espiritual

Santiago no niega que la salvación sea por la fe; lo que denuncia es una fe desconectada de la vida. Una fe que solo se expresa con palabras, pero que no cambia la conducta ni provoca transformación, es una ilusión peligrosa. Es como afirmar que se cree en Dios, pero vivir como si Él no existiera.

Muchos cristianos pueden caer en el error de considerar la fe como una idea o emoción, cuando en realidad debe ser una fuerza que dirige nuestras decisiones. No se trata de perfección, sino de evidencia. Jesús lo dejó claro: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16-20). Pablo también enseñó que lo que cuenta es “la fe que actúa por el amor” (Gálatas 5:6), y Juan fue contundente al escribir: “No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18). Otras citas bíblicas que refuerzan esta primera enseñanza son: Tito 1:16: "Profesan creer a Dios, pero con los hechos lo niegan...", siendo una crítica a quienes tienen una confesión verbal de fe, pero una vida que desmiente esta confesión. Y Pablo, en Efesios 2:8-10 nos dice que al aceptar a Jesús como Señor y Salvador lo hacemos PARA buenas obras (otra vez queda claro que las buenas obras no te salvan, pero eres salvado PARA buenas obras). La fe genuina nos transforma y produce una vida que refleja a Cristo.

La conclusión es clara: no hay conflicto entre Santiago y Pablo. Ambos coinciden en que la fe que justifica es también la fe que transforma y actúa.

Segunda enseñanza: La compasión como prueba concreta de la fe

Santiago presenta una escena muy simple pero profundamente reveladora: un hermano en necesidad y otro que solo ofrece palabras bonitas. Esta imagen pone al descubierto la desconexión entre la fe genuina y una religión superficial.

La fe cristiana no es solo confesional, es relacional. Dios se interesa en cómo tratamos a las personas, en especial a los más vulnerables. En Mateo 25, Jesús afirma que todo lo que hacemos (o dejamos de hacer) por los necesitados, lo hacemos a Él: “Tuve hambre y me disteis de comer… estuve desnudo y me vestisteis”. Y en Lucas 10:25-37, la historia del buen samaritano, se nos indica que la verdadera espiritualidad se mide en la forma como tratamos al herido del camino.

Una anécdota ilustra este punto: un hombre que pasaba tiempo en oración esperando la visita de Jesús, ignoró a un niño hambriento, una anciana y hasta una hermana enferma porque estaba “esperando al Señor”. Esa noche, el Señor le respondió: “Fui a verte más de cinco veces… y no me recibiste”. Esta historia nos recuerda que muchas veces Dios nos visita en la forma de quien más necesita de nosotros.

Si tu fe no se conmueve ante el sufrimiento, está desconectada del corazón de Dios. Si tu fe no transforma tu vida y tus relaciones, está muerta. 

La fe viva tiene rostro humano. Se conmueve ante el dolor, se arremanga y actúa.

Tercera enseñanza: Fe muerta vs. fe viva: el corazón del discernimiento cristiano

El clímax del mensaje de Santiago es contundente: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (v.17). Una fe muerta no tiene fuerza transformadora. Puede sonar ortodoxa y doctrinalmente correcta, pero no produce obediencia, ni frutos, ni amor. Es como un cuerpo sin alma: tiene forma, pero no vida.

La fe viva, por el contrario, es dinámica. Da fruto como la vid verdadera (Juan 15). Responde como Abraham, Moisés y tantos otros en Hebreos 11: camina, obedece, arriesga, ama. La fe viva no busca ganar méritos, sino reflejar la gracia recibida.

Jesús maldijo una higuera que tenía hojas pero no fruto (Mateo 21:19), como símbolo de una espiritualidad vacía. En Apocalipsis 3:1, le dice a la iglesia de Sardis: “Tienes nombre de que vives, pero estás muerto”. La apariencia de fe no basta. Dios busca fruto real, evidencia de vida espiritual.

Conclusión: ¿Tiene tu fe acta de nacimiento?

Santiago no propone una teología compleja. Nos entrega una verdad esencial: si tu fe no se expresa en amor, obediencia, compasión y transformación, está muerta. 

La fe viva se reconoce porque actúa:

  • Cuando ves necesidad, respondes.
  • Cuando Dios habla, obedeces.
  • Sabes pedir perdón y perdonar.
  • Cuando caes, te arrepientes.
  • Cuando amas a Dios, se nota en cómo tratas al prójimo.

La fe viva es la que se arrodilla para orar, se levanta para servir. Y, sobre todo, puedes decir como Samuel: “Heme aquí para hacer tu voluntad”

No somos salvos por las obras, pero una fe salvadora, una fe viva, siempre se manifiesta en ellas.

Ese momento marca el nacimiento de una fe auténtica. Una fe que vive, respira, transforma y sirve.

Cuando haces esto, tu fe tiene acta de nacimiento.

¡Que Dios te bendiga!

¡Y no dejes de escribirme!

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario