¿Pueden los padres ser amigos de sus hijos?
Una
reflexión desde la experiencia, la fe y la sabiduría compartida
Milton
Tejada C.
“Mientras
el hijo es menor, la relación es jerárquica; luego pasa a ser una de honra.
Pero nunca entre iguales” (Ramón Jiménez).
Vivimos
en un mundo en constante cambio. Los modelos de familia enfrentan nuevos retos
y los vínculos intergeneracionales se redefinen. En ese contexto, una pregunta
resuena con fuerza:
¿Pueden los padres ser amigos de sus hijos? La
pregunta no es meramente teórica, sino profundamente práctica y emocional.
Al
hacerla hace unos meses, recibí más de 50 respuestas de mis lectores. Muy ricas
y variadas. Es sabiduría compartida. No hubo una única respuesta, pero sí una
verdad central: los hijos necesitan padres presentes, afectivos y firmes…
y a veces, también necesitan padres que tengan las cualidades de un amigo.
A
la pregunta, padres, madres, hijos e hijas respondieron de manera diversa y
sincera, a partir de sus experiencias y expectativas. Veo tres grandes
enfoques:
1. Quienes creen que sí,
2. Quienes creen que no, y
3. Quienes piensan que es posible, pero
con condiciones claras.
Cada
quien habló desde sus vivencias, su formación y su visión del propósito de la
familia. Las citas que utilizo son textuales, pero reservo la identidad de
quienes me escriben, indicando solo iniciales (una excepción, la de mi amigo y
hermano Ramón Jiménez, al principio del artículo).
Amistad y autoridad: un equilibrio complejo
Algunos
sostienen que la amistad con los hijos puede ser una vía poderosa para crear
confianza, apertura emocional y cercanía espiritual. “Si somos amigos de
nuestros hijos, tendremos la oportunidad de saber lo que sienten, piensan y
viven, y podremos orientarles con amor”, expresa YR. En esa misma línea, AS
señala que desea ser amiga de sus hijos “para que acudan a mí ante cualquier
situación”, sin que ello implique renunciar a la disciplina.
LS
comparte su experiencia como padre de adultos: “Ahora que mis hijos están en
sus 30, somos los mejores amigos. Ya mi papel de maestro y mentor quedó
relegado a consejero, motivador y mejor amigo”. Esta etapa de amistad plena
parece ser el fruto de años de formación, guía y presencia constante.
Otros,
en cambio, advierten sobre los riesgos de difuminar los roles. FP comenta: “Quisiera
ser el mejor amigo de mis hijos, pero el sentimiento de protegerlos y
corregirlos me descarta para ser ese amigo que en mis tiempos yo quería que
fuera mi padre”.
Para
muchos de los que me respondieron, ser padre o madre implica ejercer un tipo de
autoridad amorosa que no es compatible con la horizontalidad que define la
amistad. La amistad, dicen, es un vínculo entre iguales; la paternidad, en
cambio, requiere límites, dirección y disciplina.
Padres sí, pero con cercanía
Un
grupo intermedio plantea que, si bien el rol de padre o madre es irrenunciable,
puede y debe haber una dimensión amistosa en la relación. “Hay
momentos de ser padres y momentos de ser amigos”, afirma JC. Para ellos, lo
importante es saber cuándo predomina cada uno, sin que se pierda el equilibrio
ni la claridad de los límites.
Este
enfoque es reforzado por voces como la de un pastor amigo, quien me recuerda que,
en una sociedad con tantos huérfanos físicos y espirituales, la verdadera
paternidad es más necesaria que nunca. “Hay momentos para ser amigo
—jugando, conversando— pero aún ahí seguimos siendo padres”. Ramón Jiménez
-ya citado al principio, añade: “Mientras el hijo es menor, la relación es
jerárquica; luego pasa a ser una de honra. Pero nunca entre iguales”.
RC
aporta un testimonio conmovedor al respecto: “Cuando me siento con mis hijos
en su mundo y me hago su amigo, es el momento más efectivo para corregirles. Me
escuchan. Me dicen: ‘Papi, tú tienes razón’”. Su vivencia muestra que es
posible cultivar la confianza sin ceder la autoridad, y que las cualidades de
un amigo pueden ser una herramienta de conexión para la corrección.
La mirada bíblica y el diseño de Dios
Muchos
coinciden en que la Biblia ofrece una orientación clara sobre el rol de los
padres. “El consejo de Dios es la receta para la victoria”, señala un
participante. La Escritura llama a los padres a instruir, corregir y formar con
amor y firmeza (Efesios 6:4, Proverbios 22:6). Un padre que solo busca ser
amigo puede fallar en cumplir su misión espiritual.
Sin
embargo, también es cierto que las cualidades de un buen amigo —escuchar,
acompañar, apoyar— están implícitas en la paternidad bíblica. Proverbios
habla del valor de la corrección amorosa, del consejo oportuno, y del vínculo
que fortalece. Padres y madres pueden reflejar esas cualidades sin abdicar de
su autoridad.
GC
lo explica así: “Me gusta más darle a conocer a mis hijos que soy un padre
que está cerca, que les apoya, que cree y confía en ellos, que los va a
corregir para que sean el mejor producto de sí mismos”. En su visión, la
figura del padre integra amor, firmeza, apoyo y corrección, sin perder el lugar
que Dios ha diseñado.
Un llamado a la presencia, no a la confusión
La
respuesta, a mi modo de ver, no es un “sí” o “no” tajante, sino una invitación
a ser padres presentes, conscientes del diseño divino, y abiertos a construir
una relación cercana, firme y amorosa. La verdadera amistad no excluye el
respeto, y la verdadera autoridad no cancela el afecto.
Nuestros
hijos tendrán muchos amigos a lo largo de la vida, pero solo tienen un papá y
una mamá.
Si les fallamos en nuestra función, no habrá otro que los sustituya con igual
responsabilidad, sabiduría y amor.
La
clave está en cultivar un vínculo basado en el respeto mutuo, la escucha
activa, la coherencia de vida, la firmeza en los valores y la ternura del amor
incondicional. Es posible caminar con nuestros hijos como mentores, guías,
confidentes y compañeros… sin dejar de ser padres.
Mi conclusión
A
la luz de la riqueza de tantas reflexiones, afirmo con claridad: los padres
no podemos ser amigos de nuestros hijos. La amistad es una relación
horizontal, entre iguales, mientras que la relación entre padres e hijos
—especialmente durante su formación— es jerárquica, con roles bien definidos y
no intercambiables. Nuestro llamado como padres no es el de “ser uno más” en
su círculo de amistades, sino el de ser guías, referentes, correctores y
sostenes emocionales y espirituales.
Eso
no significa que debamos ser distantes o autoritarios. Por el contrario,
estamos llamados a cultivar un vínculo estrecho, de confianza profunda,
escucha activa, y, con el tiempo, incluso de consulta mutua. Hay espacio
para compartir, para reír, para comprender… pero sin que se pierda la claridad
de quién es el padre o la madre, y quién es el hijo o la hija.
Con
el paso de los años, podemos “jubilarnos” de ciertos roles logísticos —como dar
órdenes, proveer materialmente, o disciplinar directamente—, pero del amor
incondicional, la presencia firme y la identidad como padres… de eso no nos
jubilamos jamás. Esa es nuestra mayor honra, y también nuestra responsabilidad
más sagrada.