Sábado de fe y vida
LA MURMURACIÓN, MAL SILENCIOSO QUE DIOS PROHIBE
Les escribo desde Jarabacoa, descansando en casa de unos amigos.La Biblia es categórica al prohibir la murmuración y el chisme, considerándolos no solo un pecado contra el prójimo, sino una manifestación de deslealtad a los principios del amor y la verdad. A lo largo de toda la Escritura, desde el Pentateuco hasta el Nuevo Testamento, encontramos referencias claras que advierten sobre las consecuencias destructivas del hablar a espaldas, distorsionar la verdad o sembrar discordia por medio de palabras malintencionadas.
Pasajes como Levítico 19:16 —"No andarás chismeando entre tu pueblo"— y Santiago 4:11 —"Hermanos, no habléis mal los unos de los otros"— revelan que este tipo de conducta no es un simple error social, sino una transgresión moral y espiritual. El caso de María y Aarón en Números 12, quienes murmuraron contra Moisés, muestra cómo la murmuración puede tener consecuencias graves e inmediatas. Además, muchos de los Salmos denuncian la aflicción que causa ser víctima del chisme y exaltan la actitud de quienes guardan silencio o refrenan su lengua (Salmo 34:13; Salmo 15:3).
El llamado bíblico es claro: la lengua tiene poder para edificar o destruir, y Dios espera que usemos nuestras palabras para consolar, animar, corregir con amor y edificar a los demás. La murmuración no solo contamina las relaciones personales, sino que mina la confianza, rompe la unidad y deshonra a Dios.
Por eso, se nos exhorta a construir relaciones francas, honestas
y llenas de gracia. Como dice Efesios 4:29, “Ninguna palabra
corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria
edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”. En lugar de hablar a espaldas,
se nos anima a dialogar directamente con humildad y verdad, siguiendo el
ejemplo de Mateo 18:15, que enseña a confrontar con amor cuando es necesario,
en privado y con respeto.
Existe una enseñanza muy conocida atribuida a Sócrates llamada “el
triple filtro”, que es una reflexión sobre el uso responsable de la palabra y
una excelente advertencia contra el chisme o la murmuración. Esta enseñanza ha
trascendido como una herramienta ética poderosa.
“Si lo que vas a decirme no es cierto, ni bueno, ni útil, ¿para qué
decírmelo?”
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