La raíz del miedo es
En el Salmo 27 se nos describe esta intensa compañía del Señor, quien es “mi luz y mi salvación” y no simplemente defiende mi vida, sino que es “la” defensa de mi vida. Si el Señor está con nosotros ¿quién contra nosotros? Si el Señor está presente en mi caminar, por qué el temor, el miedo? Quizás debamos preguntarnos si es el Señor el que está presente o si, por el contrario, es otro “señor” a quien no confieso con los labios pero a quien entrego mi corazón (v. 1).
Esta seguridad me hace asumir que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. El liberador está cercano, me envuelve, me cubre, me protege. Es la casa, la cueva, la roca, el abrigo, la guarida, la tienda (v. 2-5).
Y ante esto, me siento maravillado y quiero cantar un cántico de alabanza al liberador (v.6).
Esta compañía que rompe la soledad, esta compañía que destruye la raíz del miedo, se manifiesta en la visión del rostro del Señor: busco tu rostro; no me escondas tu rostro; no rechaces a tu siervo; no me abandones; no me deseches… (v. 9-12).
Vivir es no tener miedo. Quien tiene miedo no vive, agoniza.
Esperar en el Señor es abandonarse a quien no nos abandona, pero también a quien es imprevisible.
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