viernes, octubre 24, 2025

Crecemos en el silencio

 

Hace unos 40 años viví una experiencia única: ¡40 días de oración, reflexión, lectura de la Biblia y… SILENCIO! Al principio, no fue fácil. Luego, fue una de las más maravillosas cosas que he hecho por mi vida emocional y espiritual. Y, por eso, hoy quiero hablarles del silencio.

En una época marcada por el ruido constante —de pantallas, opiniones, urgencias y notificaciones— el silencio se ha convertido en un lujo escaso o en algo que nos es difícil (porque la verdad es que el ruido no es solo externo, también va por dentro). Y, sin embargo, es esencial para nuestro crecimiento.

 El silencio no es vacío ni pasividad; es, como señala Gentry (2021), “espacio para pensar mejor, decidir con calma y actuar con propósito”. En él, la mente se ordena, el alma se aquieta y el corazón se dispone a escuchar lo que realmente importa. Crecer como persona implica aprender a habitar ese silencio interior donde florecen la introspección, la claridad y la sabiduría.

 Desde una perspectiva cristiana, el silencio es el terreno fértil donde Dios habla. En la Biblia, Elías descubre que el Señor no estaba en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino “en el susurro apacible” (1 Reyes 19:12). Esa escena resume la pedagogía divina: solo quien calla por dentro puede escuchar la voz de Aquel que orienta, consuela y da sentido. El silencio, entonces, se convierte en oración sin palabras, en un acto de fe que nos libera de la necesidad de controlar y nos abre a la presencia amorosa de Dios.

Para el líder, el silencio es también una forma de autoridad serena. Un líder que calla sabe escuchar, observa antes de hablar, y no reacciona impulsivamente ante la presión. En el silencio madura la prudencia, virtud indispensable para guiar a otros con justicia y compasión. No hay liderazgo verdadero sin la capacidad de detenerse, discernir y actuar desde la paz interior. Los grandes líderes espirituales y sociales se distinguieron no solo por lo que dijeron, sino por la profundidad con que supieron guardar silencio para comprender mejor el momento y las personas a su alrededor.

 Lejos de ser una experiencia de soledad estéril, el silencio nos reconcilia con nuestra humanidad. Nos recuerda que no todo requiere respuesta inmediata, que muchas veces crecer implica esperar, escuchar y confiar.

Por tanto, cultivar el silencio no es huir del mundo, sino aprender a habitarlo con mayor plenitud. En un mundo ruidoso, quien elige el silencio elige también la profundidad; quien calla sabiamente, se escucha mejor a sí mismo, a los demás y a Dios.

 “Guarda silencio ante el Señor y espera en Él.” (Salmo 37:7)

GRATAVIDA

 

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