Hace unos 40 años viví una experiencia única: ¡40 días de oración, reflexión, lectura de la Biblia y… SILENCIO! Al principio, no fue fácil. Luego, fue una de las más maravillosas cosas que he hecho por mi vida emocional y espiritual. Y, por eso, hoy quiero hablarles del silencio.
En una época marcada por el ruido constante —de
pantallas, opiniones, urgencias y notificaciones— el silencio se ha convertido
en un lujo escaso o en algo que nos es difícil (porque la verdad es que el
ruido no es solo externo, también va por dentro). Y, sin embargo, es
esencial para nuestro crecimiento.
El silencio no es vacío ni pasividad; es, como señala
Gentry (2021), “espacio para pensar mejor, decidir con calma y actuar con
propósito”. En él, la mente se ordena, el alma se aquieta y el corazón se
dispone a escuchar lo que realmente importa. Crecer como persona implica
aprender a habitar ese silencio interior donde florecen la introspección, la
claridad y la sabiduría.
Desde una
perspectiva cristiana, el silencio es el terreno fértil donde Dios habla.
En la Biblia, Elías descubre que el Señor no estaba en el viento, ni en el
terremoto, ni en el fuego, sino “en el susurro apacible” (1 Reyes
19:12). Esa escena resume la pedagogía divina: solo quien calla por dentro
puede escuchar la voz de Aquel que orienta, consuela y da sentido. El silencio,
entonces, se convierte en oración sin palabras, en un acto de fe que nos libera
de la necesidad de controlar y nos abre a la presencia amorosa de Dios.
Para el
líder, el silencio es también una forma de autoridad serena. Un líder que calla
sabe escuchar, observa antes de hablar, y no reacciona impulsivamente ante la
presión. En el silencio madura la prudencia, virtud indispensable para guiar a
otros con justicia y compasión. No hay liderazgo verdadero sin la capacidad
de detenerse, discernir y actuar desde la paz interior. Los grandes líderes
espirituales y sociales se distinguieron no solo por lo que dijeron, sino por
la profundidad con que supieron guardar silencio para comprender mejor el
momento y las personas a su alrededor.
Lejos de ser una experiencia de soledad estéril, el
silencio nos reconcilia con nuestra humanidad. Nos recuerda que no todo
requiere respuesta inmediata, que muchas veces crecer implica esperar, escuchar
y confiar.
Por tanto, cultivar el silencio no es huir del
mundo, sino aprender a habitarlo con mayor plenitud. En un mundo ruidoso, quien
elige el silencio elige también la profundidad; quien calla sabiamente, se
escucha mejor a sí mismo, a los demás y a Dios.
“Guarda silencio ante el Señor y espera en Él.” (Salmo
37:7)
GRATAVIDA
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