¿Qué pide Dios de ti?
Pastor Rafael Montalvo / 21 de
septiembre, 2025
(Reflexión sobre Efesios capítulos 4,
5 y 6)
Así como alguien que pertenece a la
realeza debe mostrar con su manera de vivir su posición privilegiada, de igual
forma los creyentes debemos reflejar en nuestro comportamiento que somos hijos
del Rey. El cristianismo no se demuestra con discursos elocuentes ni con un
conocimiento meramente intelectual de la doctrina, sino con una vida
transformada. Si alguien dice conocer a Cristo pero su vida desmiente sus
palabras, vive en engaño. El llamado del Evangelio es a mostrar una vida digna,
no perfecta, pero sí coherente con la fe que profesamos.
Efesios 4 nos exhorta a vivir
“siempre humildes y amables, pacientes y tolerantes unos con otros en amor”. La
humildad nos libra del orgullo y la arrogancia, que no son de Dios. La
mansedumbre es serenidad y dominio propio, la capacidad de responder con bondad
incluso frente a la ofensa. La paciencia, por su parte, nos ayuda a soportarnos
en amor, reconociendo nuestras diferencias y limitaciones. Estas virtudes hacen
posible que seamos pacificadores y que luchemos por mantener la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz.
Cuando venimos a Cristo, el Espíritu
Santo produce un cambio profundo. Ya no podemos vivir entregados a los deseos
engañosos que antes nos dominaban. El apóstol nos llama a despojarnos del
viejo hombre y ser “renovados en la actitud de la mente”, lo cual se logra
leyendo la Palabra, buscando la comunión con otros hijos de Dios y permitiendo
la obra del Espíritu. Vestirnos de la “nueva naturaleza” significa vivir en
justicia y santidad, hablando la verdad en lugar de la mentira, trabajando con
honestidad en lugar de robar, y usando nuestras palabras para edificar en lugar
de destruir.
La Escritura reconoce que podemos
airarnos, pero advierte: “no pequen”. El enojo no debe prolongarse, pues abre
la puerta al enemigo. Por eso se nos pide resolver los conflictos con rapidez.
Asimismo, debemos cuidar nuestro lenguaje: evitar la conversación obscena y
elegir palabras que edifiquen y bendigan a quienes escuchan. El cristiano está
llamado a abandonar la amargura, los gritos y las calumnias, reemplazándolos
con bondad, compasión y perdón, tal como Dios nos perdonó en Cristo.
En Efesios 5, Pablo nos invita a
imitar a Dios como hijos amados y a andar en amor, siguiendo el ejemplo de
Cristo, que se entregó como ofrenda y sacrificio. Esto implica vivir alejados
de la inmoralidad, la avaricia y las palabras groseras, cultivando en su lugar
la gratitud. Antes vivíamos en oscuridad, pero ahora somos luz en el Señor; por
eso debemos caminar en bondad, justicia y verdad, comprobando lo que agrada a
Dios y denunciando las obras infructuosas de las tinieblas.
El apóstol también muestra cómo la fe
impacta nuestras relaciones cotidianas:
·
En el matrimonio, se llama a las esposas a respetar a sus esposos y a los esposos a amar
a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia, con entrega y cuidado.
·
En la familia,
se exhorta a los hijos a honrar a sus padres y a los padres a criar a sus hijos
en la disciplina del Señor, sin provocar resentimiento.
·
En el trabajo,
tanto empleados como empleadores deben servir y tratar con justicia, sabiendo
que todos tenemos un mismo Señor en los cielos.
Estas enseñanzas muestran que el
cristianismo no es solo teoría, sino una forma de vida que toca todas nuestras
áreas: hogar, relaciones y labor diaria.
Finalmente, en Efesios 6, Pablo
recuerda que la vida cristiana es una batalla espiritual. Nuestra lucha
no es contra personas, sino contra fuerzas de maldad. Por eso necesitamos la
armadura de Dios:
·
El
cinturón de la verdad.
·
La
coraza de justicia.
·
El
calzado del evangelio de la paz.
·
El
escudo de la fe.
·
El
casco de la salvación.
·
La
espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.
Solo revestidos con estas armas
podremos resistir en el día malo y mantenernos firmes en el Señor. Además, se
nos manda a orar en todo momento, intercediendo por todos los creyentes y
manteniéndonos alertas en la fe.
La vida cristiana no se sostiene en
nuestras propias fuerzas, sino en el poder del Espíritu Santo. Dios nos
llama a ser pacificadores, a vivir en amor, a reflejar la santidad de Aquel que
nos llamó. No se trata solo de evitar lo malo, sino de cultivar una vida de
bondad, justicia, verdad y gratitud. Ser cristiano significa caminar como hijos
de luz, imitadores de Dios, y estar preparados para la lucha espiritual con la
armadura del Señor. En todo, el propósito es que nuestras vidas glorifiquen a
Cristo y sean testimonio de su gracia transformadora.
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