Familia, amigos, todos los que nos
acompañan hoy:
Nos reunimos en un día que duele. Un día
en que el corazón se hace pequeño porque una parte hermosa de nuestra historia
ya no está físicamente con nosotros. Pero también es un día para honrar,
agradecer y celebrar la vida de alguien que dejó una huella imborrable: mi
tía Fanny, quien para mí fue más que una tía… fue una segunda madre, una
guía, un abrazo permanente, un corazón siempre dispuesto a amar.
Cuando pienso en ella, no me vienen a la
mente logros materiales, ni momentos grandiosos a los ojos del mundo. Me llegan
imágenes sencillas, pero llenas de eternidad: su manera de escuchar sin prisa,
su capacidad de animar sin juzgar, su fe inquebrantable aun en los días más
difíciles. Tía Fanny no necesitaba hablar mucho para enseñar; su vida era la
enseñanza.
Su historia, como bien sé porque la
estudié y la escribí, no comenzó en abundancia ni en facilidades. Desde pequeña
conoció la fragilidad de la vida, los cambios bruscos, la pérdida, la
enfermedad. Y, aun así, nunca permitió que la amargura echara raíces. En vez de
resentimiento, cultivó sensibilidad. En vez de quejas, desarrolló resiliencia.
Y en vez de cerrarse, decidió abrir su corazón a los demás.
En su etapa adulta, cuando la vida le
entregó el regalo de Roselín, una niña con Síndrome de Down, muchos habrían
sentido miedo. Ella no. Ella vio una misión. Vio un camino nuevo, una forma
distinta de amar. Fue ese momento, ese giro inesperado, lo que despertó en ella
una pasión más profunda por la educación, por la inclusión, por la dignidad de
las personas y especialmente de los más vulnerables.
Esta situación o circunstancia la llevó
a abrazar con amor una causa, una que tuvo un lugar muy especial en su corazón:
Fe y Luz. Ese movimiento, dedicado a acompañar con ternura y dignidad a
las personas con discapacidad intelectual y a sus familias, encontró en ella no
solo una colaboradora, sino una verdadera discípula del amor. En Fe y Luz, tía
Fanny vivió su vocación más profunda: acoger, escuchar, aliviar cargas, abrir
caminos. Allí entregó tiempo, fuerza y fe; allí sembró alegría, unidad y
esperanza; allí dejó una huella que hoy sigue viva en cada familia que tocó, en
cada sonrisa que iluminó, en cada vida que dignificó con su presencia. Fue,
literalmente, luz para muchos.
Y también esta misma situación favoreció
que pudiera decir sí a ser fundadora de Rehabilitación en Bonao, donde vivió un
período de su vida.
Tía Fanny es un gran testimonio que hoy
nos reúne: una vida entera vivida para los demás. Tía Fanny no hacía
grandes discursos; hacía grandes gestos. No buscaba aplausos; buscaba
transformar realidades. Y lo hizo. La hizo en su familia, la hizo en su
comunidad, la hizo en cada niño, en cada madre, en cada persona que tocó con su
ternura y con su firmeza.
Y cuando llegó a la etapa que muchos
llaman la “edad del retiro”, ella decidió que todavía podía dar más. Así nació
“Una gota de leche”, un proyecto que sintetiza exactamente quién era ella: una
mujer que veía la necesidad y no se cruzaba de brazos; que veía hambre y
respondía con una mesa; que veía dolor y respondía con presencia.
Yo mismo fui acogido como un hijo en dos
ocasiones. Siendo un niño, cuando vivía en El Retiro, Santiago, y la pobreza
arropaba a mi familia de origen. Tía Fanny y tío Pedro no lo dudaron, y así
hice el quinto y sexto curso en la Genaro Pérez de Santiago.
Ya siendo un joven de 17 años, vine a
Santo Domingo a concluir mi bachillerato e ingresar a la Universidad. Tía Fanny
me acogió como a un hijo. Rectitud y ternura siempre iban con ella.
Recuerdo también cómo nos empeñamos en
que fuese escogida “Mujer del Año” en el concurso de Diario Libre, y tantos
cientos de personas respondieron positivamente, quedando entre las diez
finalistas.
Nos queda Rosa Ellín o Roselín como
todos la conocemos. Mi prima querida. Ternura y cuidado fue lo que siempre vi
entre estas dos mujeres. Hoy oro por ella, que Dios la sostenga. Y Walter, mi
primo, por ti oro, heredero de huellas hermosas que haz de seguir.
¡Son tantos los momentos que vivimos y
tanto lo que compartí con ella, que ella camina en mi corazón!
Hoy lloramos porque la vamos a extrañar.
Porque sus llamadas, sus bromas, sus historias, sus canciones por teléfono, sus
oraciones por nosotros ya no estarán de este lado de la vida. Pero también hoy
nos toca recordar —con el alma en pie— que su legado no se apagó; su legado se
multiplicó. Lo vemos en su familia, en sus hijos, en los que se formaron con su
amor, en los que aprendimos a ser mejores gracias a ella.
Quisiera pensar que, si pudiéramos
escucharla hoy, con esa voz suave tan característica, nos diría lo que tantas
veces dijo sin palabras:
“Amen. Sirvan. Sean luz. Porque la vida es más plena cuando se entrega.”
Esa era su filosofía. Ese era su
evangelio personal.
Y quiero invitarnos a todos a tomarlo
como nuestro. A dejar que su ejemplo nos inspire a vivir con más propósito, con
más sensibilidad, con más fe. Que cada acto de bondad que hagamos de hoy en
adelante lleve un pedacito de su nombre. Que su vida no sea solo un recuerdo
hermoso, sino un llamado a transformar la nuestra.
Tía Fanny, gracias… gracias por tu
ternura, por tu servicio, por tu fuerza. Gracias por enseñarnos que vivir para
otros no es una carga, sino una bendición. Gracias por hacernos sentir amados.
Descansa en paz. Y que tu memoria,
luminosa y eterna, siga guiando nuestros pasos.
20 de noviembre, 2025.
2 comentarios:
Hermoso reconocimiento y gratitud hacia un ser de luz tan extraordinario.
María Acevedo
Amado hermano Dios le bendiga!
Muchas gracias por compartir ese tremendo legado
Oro al Señor para que ese legado se mantenga igual y que de todas esas cosas positivas que tenía tía Fanny también mi vida sea transformada a seguir su ejemplo y su forma de convivir y servir a los demás …
Ya sabemos que ella ya está en un mejor lugar.
Un fuerte abrazo.
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