No debemos temer al sexo ni, mucho menos, a la educación sexual. Temamos, sí, a la ignorancia que permite transformar la manzana –fruta sana y sabrosa– en fuente de pecado, y, al sexo, en fuente de agresión, de dominio, de maltrato y de abuso egoísta. Liberémonos del miedo y la ignorancia. Sepamos ser criaturas del amor, nos dice el Ministro de Educación Pública de Costa Rica, Leonardo Garnier. He aquí su hermosa reflexión.
El buen
sexo (y su mala fama)
Liberémonos
del miedo y la ignorancia. Sepamos ser criaturas del amor
Por Leonardo Garnier / Ministrode
Educación Pública de Costa Rica
Se le ha hecho mala fama al sexo.
Algunos piensan que mejor ni hablar de ello, a ver si pasa desapercibido. Otros
hablan de él como quien habla del demonio mismo. Es perverso cuando lo
practican los jóvenes y asqueroso cuando lo hacen los viejos. Al final, queda
apenas para un pequeño grupo de hombres y mujeres casados que se ven obligados
a sacrificarse en la realización de “el acto” no por el acto mismo –eso sería
pecaminoso y malsano –, sino para garantizar la preservación de la especie.
El sexo respeta y comprende.
Eso dicen. El sexo, sin embargo, nos rodea y se nos cuela por dentro y por
fuera en todos los aspectos de la vida y, al hacerlo, se trasciende a sí mismo:
bien visto, el sexo es mucho más que eso que llaman sexo. El sexo verdadero no es pornográfico, no lastima, no se regodea en la
humillación del otro; el sexo acaricia, no golpea; el sexo respeta y comprende,
no humilla; el sexo se acerca siempre preguntando y ofreciendo, nunca forzando
a nadie; el buen sexo busca ante todo la satisfacción del otro, no el goce
egoísta. El buen sexo tiene mucho que ver con el amor: el sexo no hace
alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés. El
sexo al que aspiramos no parte del abuso, sino del afecto, le importa el otro y
surge siempre del afecto y del respeto por uno mismo y por el otro. El sexo es
placentero, sí, pero ese placer encuentra su mejor sentido en el disfrute
recíproco y cariñoso de la pareja: los dos se harán una sola carne.
Una sexualidad bien llevada es parte integral de
una vida bien llevada, de una vida centrada en el afecto, en el respeto, en el
disfrute de nuestros vínculos con los demás.
Una vida que comprende y que vive el amor en todos sus aspectos, y que es capaz
de sentir al otro como nuestro igual y de amarle como nos amamos a nosotros
mismos. No hay nada sucio, nada
pecaminoso, nada perverso en una sexualidad placentera y responsable que se
constituye en un elemento más de nuestros vínculos afectivos. Pero no es
tan fácil. Hay riesgos, hay peligros, hay amenazas. Y los seres humanos caemos
fácilmente en la tentación.
De la caricia
al golpe. Con una facilidad trágicamente
humana, pasamos de la caricia al golpe. En un instante nos olvidamos que
estábamos ahí para ser una sola carne y aprovechamos cualquier grieta,
cualquier debilidad para imponer nuestro dominio, y usamos el sexo como
herramienta de poder y de control. El sexo es poderoso, y es grande el daño que
podemos hacer si lo usamos como arma. Podemos ahogar al otro en el abrazo,
asfixiarlo hasta que se niegue a sí mismo y se someta al dominio que buscamos.
El sexo que busca placer a toda costa, es un sexo
que abusa del otro sin importarle si es un niño o
una niña pequeña, sin importarle si es un hombre o una mujer que quiere y
consiente, o que simplemente se deja... temeroso de decir que no. El miedo y el
sexo no debieran ir nunca juntos. Pocas cosas pueden hacer tanto daño como el
disfrute que se obtiene del miedo, de la fuerza, del abuso, del dominio.
Acechan además las otras consecuencias
del sexo precoz, del sexo forzado, del sexo descuidado: se puede perder o
hipotecar la vida en un instante de abuso o de descuido. Hay enfermedades tan
graves que pueden causar la muerte. Pero está sobre todo la reproducción no
deseada, el embarazo infantil o juvenil, el verse forzadas desde muy temprano a
una responsabilidad que aún no les correspondía, a ser madres cuando eran
todavía niñas, a ser madres cuando no lo deseaban, cuando no estaban física,
mental o afectivamente dispuestas a serlo. Y ellos, a ser padres también: unos,
jóvenes asustados que muchas veces huyen de las consecuencias de un descuido
irresponsable; otros, adultos que abusaron de su poder y a los que simplemente
no les importa.
Así somos los
seres humanos: podemos tomar lo más maravilloso y transformarlo, a base de
miedo y egoísmo, en una tragedia, en un pecado de los más nefastos: destruir la
vida de los otros por un malentendido disfrute pasajero.
Por eso debemos hablar de sexo, acabar con su mala
fama, con su tabú, sacarlo del escondite en que lo hemos ocultado y airearlo:
que todos lo conozcan, que aprendan y que aprendan bien: hay que vivir
sanamente la sexualidad, responsablemente, amorosamente. Esto tenemos que
aprenderlo desde muy pequeños, en nuestras casas, con nuestros padres, hermanos,
abuelas... el diálogo con los jóvenes es fundamental. Tenemos que aprenderlo
también en la escuela y el colegio, abrir espacios para la reflexión y esa
educación para la vida y la convivencia que tanta falta nos hace. Educar para
la afectividad es algo vital, aprender a querer y respetar, aprender a dar y
recibir cariño, aprender que la caricia no es un arma, sino un gesto de afecto,
y que puede ser muy hermoso.
No debemos temer al sexo ni, mucho menos, a la
educación sexual. Temamos, sí, a la ignorancia que permite transformar la
manzana –fruta sana y sabrosa– en fuente de pecado, y, al sexo, en fuente de
agresión, de dominio, de maltrato y de abuso egoísta.
Liberémonos del miedo y la ignorancia. Sepamos ser criaturas del amor.
(Artículo escrito con
motivo del “Mes de la Familia”) tomado de:
http://www.nacion.com/2012-07-29/Opinion/el-buen-sexo--y-su-mala-fama-.aspx
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