miércoles, julio 31, 2019

Papá... veinte años de cárcel


SER PADRES: 
“VEINTE AÑOS DE CÁRCEL Y DESPUÉS LIBERTAD CONDICIONAL”

En el centro, mis padres: Apolinar Tejada y Carmen Cruz. Desde la izquierda,
mis hermanos: Ruth, Giovanny, el del bozo soy yo, Ambiorix, José, Yadira.
No presentes: Víctor y Berquis.
Mi padre, Apolinar Tejada Rodríguez, tenía una frase que me sirve para conversar contigo hoy. Él decía: “Cuando te nace un hijo, son veinte años de cárcel y después libertad condicional”.

Tres aspectos distintos se destacan dentro de nuestra función:
·         La decisión de ser padres;
·         El amor de padres, y
·         La función de padres: cuidar, proveer y educar.

Hoy comparto contigo una reflexión en este sentido.

Sobre la decisión de ser padres basta decir que implica el asumir el rol y el sentido de pertenencia. Son “nuestros” hijos. Es un sentido que no dejamos nunca, aunque ellos no nos necesiten, se alejen de nosotros e incluso nuestras relaciones sean un desastre.

Sobre el amor de padres, es el único amor incondicional (Dios es Padre, no lo olviden). Sin reciprocidad ni motivos y, por lo tanto, dura toda la vida.

En cambio, la función de padre que consiste en cuidar, proveer y educar tiene un punto final. Nos “jubilamos” de esta función o rol, pero no de los dos primeros (excepciones las hay, como cuando tenemos un hijo especial).

Tres de mis cuatro hijos han establecido sus propios hogares.

La más pequeña todavía estudia, pero vive fuera del país. Nosotros estamos, pues, a la puerta de la “jubilación” de esta tercera función y, contrario a lo que algunos anuncian, no sentimos “crisis del nido vacío”, sino más bien el “gozo del deber cumplido”.

Puedo decir a mi padre que ya he cumplido los veinte “años de cárcel” y estamos en libertad condicional. Lo hicimos porque adoptamos la decisión de ser padres y lo hicimos porque amamos incondicionalmente a estos muchachos -Carlos, Luis, Juan, Laura-.

En términos de la función de cuidar, proveer y educar, esperamos que esta llegue a su final muy pronto, con la independencia económica de Laura.

Bendiciones, hijos amados. Me es suficiente saber que desde su corazón son capaces de llamarme: PAPÁ.

Que Dios les cuide y proteja, EL también es PADRE y les ama, incluso más que yo.

Que Dios les bendiga.

miércoles, julio 10, 2019

Desde otra óptica / 1 / ¿Un esposo para ser feliz?


Mentiras que las mujeres creen:
 “NECESITO UN ESPOSO PARA SER FELIZ”.

Como sucede con otras mentiras, esta es en realidad una distorsión sutil de la verdad.
La verdad es que el matrimonio es un buen regalo. Es el plan de Dios para la mayoría de las personas y hay (y debe haber) gran gozo y bendición en el matrimonio cuyo centro es Cristo. Pero Satanás tergiversa la verdad acerca del matrimonio insinuando a las mujeres que es la única manera en que pueden alcanzar la felicidad y la realización personal, y que no serán felices sin un esposo que las ame y supla sus necesidades.

Cuando consiguen un esposo, muchas mujeres comienzan a creer variaciones de esta mentira: “necesito tener este o aquel tipo de esposo para ser feliz”, o “mi esposo tiene que hacerme feliz”. Solo después de pasar años de desencantos, Miriam admitió cuán disparada era esa idea:

 Después de diez años juntos, mi esposo y yo nos separamos. Creía que su obligación era hacerme feliz. En realidad nunca lo fue, y las cosas nunca funcionaron. No solo yo estaba en esclavitud, sino él también”.

La verdad es que el objetivo supremo del matrimonio no es hacernos felices, sino glorificar a Dios. Las mujeres que se casan con el único propósito de encontrar la felicidad se alistan para una gran decepción, y pocas veces encuentran lo que buscan. Además, las mujeres que creen que necesitan un esposo para ser felices, con frecuencia terminan en relaciones que Dios nunca planeó darles.

Johana me dijo cómo esa mentira la esclavizó y la arrastró a un desenlace lamentable que jamás imaginó:

 En la universidad tuve un novio que se convirtió en mi prometido y luego en mi esposo. Era un buen hombre, aunque no estaba comprometido con Cristo. Con todo, tenerlo era más importante para mí que esperar en Dios y pedirle que trajera a mi vida a un cristiano firme para casarme. Como resultado, nunca hemos podido crecer juntos en la fe. Después de veintiocho años de matrimonio no teníamos mucho en común. Mis amigos son cristianos, los suyos son incrédulos. Mi prioridad son mis hijos, la suya es el trabajo.

Esta mujer creyó que necesitaba un esposo para ser feliz. Actuó según esa mentira casándose con un hombre incrédulo en abierta contradicción a la enseñanza de la Palabra de Dios. Aunque logró lo que deseaba (casarse con un hombre), terminó con mortandad espiritual en su alma (Salmo 106:15).

La verdadera libertad solo viene cuando se reconoce y se abraza la verdad, ya sea con un esposo o sin él, como lo ilustra la siguiente historia:

 Perdí a mi padre a la edad de catorce años y me casé a los dieciséis. Ahora veo que dejé que mi esposo se convirtiera en mi seguridad y mi razón para vivir. A medida que nuestros hijos crecían y que teníamos problemas en nuestro matrimonio, me sentía esclavizada por la idea de que “nunca podría vivir sin él”. Mi esposo se sentía asfixiado por culpa mía, y empezó a pensar que necesitaba irse para poder respirar.
 Dios se sirvió de algunos amigos para hacerme ver la necesidad que tenía de soltar a mi esposo y asirme de Cristo. Apenas lo hice, fui libre. Mi esposo pudo crecer a lo largo de todo ese proceso y jamás se fue de mi lado. Alabamos a Dios sin cesar por permitirnos celebrar treinta y seis años de matrimonio.

(Y esta otra historia):

 He luchado con la mentira de que sin el matrimonio mi vida carece de valor, y que tal vez hay algo mal en mí porque sigo soltera. Creer esta mentira me robó el gozo de servir a Dios y al prójimo (porque yo solo pensaba en mis propios intereses y metas).
 Pasaron muchos años antes de que yo aprendiera a confiar en la soberanía de Dios, y a entender que tiene un plan para mí. Ahora, mi meta (a los cuarenta años) es dedicar los años que me quedan aprovechando las muchas oportunidades que tengo para servirle y permitirle transformarme a la semejanza de Cristo.
 Esta vida es muy corta. Él me ha ayudado a tener una perspectiva eterna que me permite soportar alegremente las penas y decepciones de este mundo”.

Me encanta la última frase del testimonio anterior. En este mundo caído, nadie, ni casado ni soltero, está exento de “penas y decepciones”. Sencillamente no existe tal cosa como absoluta felicidad en este lado del cielo. Sin embargo, como aprendió esta mujer soltera, podemos “soportar alegremente” las circunstancias que enfrentamos aquí en la tierra, cualesquiera sean, si miramos más allá de esta vida y adquirimos perspectiva eterna.

Entretanto llegamos al cielo, ni nuestro estado civil ni un matrimonio pueden proveernos y tampoco privarnos de felicidad suprema.

He conocido mujeres, tanto solteras como casadas, que viven infelices. También he conocido mujeres tanto solteras como casadas que eran verdaderamente felices, a pesar de que enfrentaban “penas y decepciones”. Habían encontrado una fuente de gozo que no dependía de su estado civil.

Yo misma he vivido en ambos lados del matrimonio. Fui soltera hasta finales de mis cincuenta. Esos años incluyeron períodos de soledad, y de anhelar compañía. Sin embargo, a lo largo de esa etapa prolongada de mi vida, que yo creía permanente,  el Señor en su bondad me permitió experimentar su amistad, su absoluta suficiencia, y me concedió el privilegio de servirle “sin impedimentos” (1 Cor 7:35).   Por la gracia de Dios, recibí esos años como un regalo, y fui be3ndecida con contentamiento y gozo en ese llamado.

Entonces el Señor me sorprendió (por decir lo menos) trayendo a un hombre maravilloso a mi vida. Amo mucho a Robert y estoy profundamente agradecida de ser amada y valorada por este hombre tierno, humilde y piadoso. Pero Robert Wolgemuth no es un sustituto para Dios y, por más que él quisiera, no puede satisfacer las necesidades más profundas de mi corazón. Esta nueva etapa de matrimonio, con todo y lo hermosa que es, ha traído nuevos desafíos al igual que oportunidades.

Aun así, recibo estos años como un regalo, y encuentro contentamiento y gozo en este llamado. Y si Dios, en su sabiduría y providencia, determina que uno o los dos quedemos incapacitados, o que yo quede viuda en algún momento, sé que la fuente de gozo que ha sido Cristo para mí todos estos años permanecerá inmutable y me sostendrá en medio de esas etapas de pérdida y duelo.

Para todo, descanso en la misma verdad que me ha sostenido a lo largo de los años: 
  • La fuente de la felicidad suprema no se encuentra (ni se origina) en ningún estado civil. No se encuentra en ninguna relación humana. El gozo verdadero y duradero no puede encontrarse en nada ni en nadie aparte de Cristo mismo.
  • La felicidad no se encuentra en tener todo lo que creemos que queremos, sino en elegir estar satisfechas con lo que Dios ya nos ha provisto.
  • Quienes insisten en hacer lo que les parece y a su manera, muchas veces terminan en sufrimiento innecesario, mientras que los que esperan en el Señor, si bien no son inmunes a la aflicción, siempre recibirán lo mejor de Él.
  • Dios ha prometido darnos todo lo que necesitamos y transformarnos a la semejanza de su Hijo. Si Él sabe que un esposo (o un esposo transformado) haría posible que una mujer fuera más como Jesús o lo glorifique más, Él proveerá lo que sea necesario, en su tiempo y en sus designios perfectos.


 LA VERDAD
  • Estar casada (o no estarlo) no garantiza la felicidad (Santiago 1:16-17).
  • Ninguna persona puede suplir mis necesidades más profundas. Nada ni nadie puede hacerme feliz en realidad, aparte de Dios (Salmos 62:5; 118: 8-9; Jeremías 17:5-7).
  • Dios ha prometido suplir todas mis necesidades. Si Él se glorifica con que yo me case, entonces me proveerá un esposo (1 Crónicas 29: 11-12; Job 42: 1-2; Proverbios 16:9; 1 Corintios 7:25-38).
  • Los que esperan en el Señor siempre obtienen lo mejor de Él. Los que insisten en buscar sus propios intereses muchas veces terminan decepcionados (Salmos 37:4; 106: 15; Jeremías 17: 5-8).


(Contribuido de “Mentiras que las mujeres creen y la verdad que las hace libres”, de Nancy Demoss Wolgemuth).