domingo, octubre 30, 2022

Padres imperfectos, hijos imperfectos

 Carta a los padres:

 Un hogar es un espacio seguro

CUANDO LA CRIANZA NO ES PERFECTA…

Queridos padres:

¿Saben qué? Me pasé toda mi vida  -como padre- en la lucha por lograr que mis hijos entendieran y vivieran lo que yo consideraba correcto. Además, quise hacer de ellos triunfadores, pero con mi propio concepto de lo que es o no es triunfo, y en ocasiones poniendo el énfasis sobre lo académico. Quería hijos perfectos, cuando yo, su padre, era y soy un paquete grande de imperfecciones.

Al aceptar a Jesús como mi Salvador acepté la misericordia mayor del Padre: la entrega de su hijo por mi redención, pero también reconocí que soy pecador, que soy imperfecto, que en algunas áreas de mi vida la perfección estaba bien, pero bien lejos.

Acabo de leer un libro de un autor, Jim Daly: “Cuando la crianza no es perfecta”. Aunque redactado un poco desordenadamente, sus conceptos reforzaron lo que ya sabía, pero que no tenía organizado: no somos perfectos en ninguno de nuestros roles, en ninguno.

En realidad me apenó que esto llegara a mi vida cuando ya mis hijos se han ido de la casa y han labrado y siguen labrando su propio camino, porque el no haberlo entendido antes implicó sufrimiento, tanto para ellos como para mí. Por esto, les pido perdón Laura María, Juan Roberto, Luis Reynaldo, Carlos Ariel (de la menor al mayor).

Ahora que son adultos solo me cabe trabajar –sin angustia, sin culpabilidad- por reparar lo mejor posible los puentes que nos unen.

Quiero compartirte unos conceptos de su primer capítulo, esperando que te sean de utilidad.

En primer lugar, hemos de reconocer que somos débiles, somos imperfectos y tenemos familias imperfectas. No somos lo suficientemente buenos si nos medimos con la regla santa de Dios, pero nos olvidamos que Dios pesa la perfección en una balanza diferente. Pensamos que la perfección radica en lo que hacemos, nos olvidamos que se trata de quienes somos. Y esto aplica para tus hijos: no te fijes tanto en lo que hacen, como en lo que manifiestan que son.

Podemos fingir una “A” en comportamiento, pero no podemos fingir el carácter, tenemos que ganarlo, tenemos que aprenderlo, y a veces solo se logra por medio del sufrimiento. En definitiva, céntrate en la formación de su carácter (y vigila y crece en el tuyo).

Te quiero decir una verdad que has de tener presente siempre: lo mejor que podemos dar a nuestros hijos es seguridad emocional, un sentido de hogar, y un carácter semejante al de Jesús. Con esa zapata serán capaces de soportar todos los sufrimientos y embates de la vida.

¡Claro! Hemos de saber que, en muchos casos los chicos son resistentes a las lecciones de los padres y los padres no siempre somos los mejores maestros.

La crianza perfecta tiene sus riesgos. Juan 16:33 nos dice que en el mundo tendremos aflicción. Lo curioso es que pocos creemos que la aflicción llegará a nuestros hogares.

En segundo lugar, queridos padres, entendamos y asumamos que el concepto de perfección puede ser uno de los más grandes obstáculos que tenemos. Ninguno de nosotros es perfecto.

Este concepto –el de la perfección- hace que, en muchas ocasiones, pongamos énfasis en los logros, no en el carácter. Lo veo a diario cuando los padres proclaman con orgullo que su hijo lleva A en todas sus materias, que será magna cum laude… pero a la vez se lamentan de los defectos de su carácter.

Poner el énfasis en la perfección, buscar hijos perfectos de padres imperfectos, conduce a que, en algún momento, tanto los padres como los hijos, sientan que son un fracaso.

Nos dice Daily que podemos hablar de expectativas saludables y moderadas hasta quedar sin aliento. La mayoría pensamos que nuestras expectativas son así. Pero preguntémonos: ¿Cómo lidiamos con los fracasos, los nuestros o los de nuestros hijos? ¿Qué sucede cuando no logramos alcanzar nuestras metas sencillas? ¿Cuál es nuestra reacción en esos momentos?

Cuando hay un fracaso en la vida de tu hijo… ¿significa que fracasaste como padre? ¿Eso hace que tu hijo sea un fracaso? Cuando cometemos un error, debemos quitárnoslo de encima, debemos seguir tirando, quizás fallemos, pero eso no quiere decir que somos un fracaso.

“No importa cuánto se esfuerce, nunca nos vamos a poder convertir en la mamá o el papá infalible”, expresa Daily. Comprendamos bien: no somos perfectos, por lo tanto hemos de asumir el camino del perdón y la misericordia, como parte cotidiana de nuestro andar como familias.

En tercer lugar, en el caso de los hijos estamos llamados a alejarnos del amor condicional. Ese amor que dice: te quiero más si sacas buenas notas; mi amor se enciende cuando vas a la Iglesia; por eso es que te amo: porque obedeces a tu mamá… Esas maneras de condicionar el amor –amor condicional- les hace sentir inseguros y les coloca en el camino de tus expectativas, no la de ellos.

Los chicos sienten que tienen que ganarse una buena relación contigo y eso destruye su autoestima, los aterra. Los aterra la presión del perfeccionismo y esas expectativas inalcanzables, pero que además no son las suyas, sino las tuyas.

Seguro has escuchado historias de hijos que han dicho: “estudié esto porque era lo que mi papá quería que estudiara, cuando terminé, le entregué el título. Era “su título”, no el mío”. Es triste.

Al pensar en esto pienso en una afirmación de Sigmen Freud que decía que “la infancia es destino”, pero de eso les escribiré en otro momento.

Este autor me encanta pues indica que debemos guiar a nuestros hijos a un camino lejos del perfeccionismo; un camino, que los lleve a un lugar de tranquilidad y amor, y a un sentido de hogar; un lugar donde la leche se derrama en el piso, un lugar en el cual tanto los hijos como los padres cometen errores, pero en medio del caos y el desorden, hay amor, hay perdón, hay gracia.

Tenemos una idealización y aspiramos a la familia perfecta. Lo triste es que presionamos tanto en esa dirección que a veces forzamos a que nuestros hijos corran en la dirección opuesta.

Luego les sigo comentando de esta lectura. Agradezcamos a Dios que nos ha dado el privilegio de ser padres y que ha sido misericordioso con nosotros. ¡Estamos llamados a misericordia con nuestros hijos…no lo olviden!

Con amor y aspirando a que podamos tener una #GRATAVIDA,

Milton Tejada

18 de Agosto, 2021

 

 

 

 

lunes, octubre 24, 2022

Necedad y consejeros

LA NECEDAD NOS CIERRA A RECIBIR CONSEJOS

"El hombre torpe no tiene conocimiento, y el necio no entiende esto" (Salmo 92:6).

Dice la Palabra de Dios que “en la multitud de consejeros, reside la sabiduría”. Pero cuidado al elegir uno o varios consejeros. Asegúrate de que conocen la Palabra de Dios, de que conocen al ser humano, de que son compasivos y, a la vez, capaces de confrontarte. Que sean capaces de escucharte sin juzgarte (y si hay algún juicio que sea el que procede de la Palabra de Dios).

Renunciemos a la necedad de creer que lo sabemos todo, que no necesitamos consejos y consejeros y de que no necesitamos de reconocer a Dios como el Consejero por excelencia.

Quiero hoy compartirte unas enseñanzas de una lectura (de Paúl David Tripp) sobre algo que nos impide acudir al Consejero y a consejeros que se sostienen en su Palabra.

¿Por qué algunas personas nos cerramos a recibir un consejo y sobre todo a recibir el consejo de la Palabra de Dios? Por necios.

La necedad nos hace creer que no hay ninguna perspectiva, visión, teoría, o “verdad” más fiable que la nuestra. Nos hace creer la mentira de que sabemos más. Esto nos lleva a distorsionar la realidad y vivir en mundos creados por nosotros mismos. Es como si mirásemos la vida a través de un espejo curvo que distorsiona la imagen, pero estamos convencidos de que podemos ver con claridad.

La necedad controla al ser humano que está cerrado al consejo de los demás y a la persona que ve poca necesidad de estudiar la Palabra de Dios. Esta necedad distorsiona nuestro sentido de identidad, destruye relaciones, retrasa el crecimiento y descarrila el cambio.

La necedad nos convence de que estamos bien, y que nuestras decisiones rebeldes e irracionales son correctas y son mejor. No fuimos creados para ser nuestra propia fuente de sabiduría. Fuimos diseñados para ser receptores de la revelación, dependientes de las verdades que Dios nos enseña y para aplicar esas verdades en nuestras vidas.

Cuando David dice en el salmo 14:1: “Dice el necio en su corazón: no hay Dios”, llega al fundamento de la necedad. Nuestra necedad es un rechazo a Dios, un deseo innato para reemplazar la sabiduría de Dios por la nuestra. Detrás de todo esto, queremos ser nuestros propios dioses y revelarnos a nosotros mismos toda la “verdad” que necesitamos.