miércoles, mayo 06, 2020

Escuchando / Hiperpadres

Hiperpaternidad: sobreproteger es desproteger

Eva Millet
Este es un resumen de una conferencia sostenida por Eva Millet, periodista y escritora especializada en educación y crianza. La conferencia fue organizada por el proyecto BBVA - Aprendemos Juntos.
Millet advierte de las consecuencias sobre niños y jóvenes de la “hiperpaternidad”: sobreprotección y control excesivo, tanto en casa como en el aula. Es un modelo que desautoriza a los profesores e invade el espacio de los niños en la escuela.
Esta crianza “monstruosamente intensiva” está creando una generación de jóvenes ansiosos, impacientes, dependientes, con miedos y baja tolerancia a la frustración, que además se refleja en su aprendizaje y rendimiento académico.
Millet propone que “las madres tigre, los padres apisonadora o helicóptero” den paso hacia un modelo que les permita relajarse, confiar en el sentido común y en los hijos, y no apostar solo por la acumulación de experiencias y conocimientos, sino por una “educación del carácter” que refuerce su empatía, resistencia, valores y tolerancia a la frustración.

Como padres nuestra misión es proteger a nuestros hijos y ayudarles a que crezcan como personas. Sin embargo, muchos padres confunden la protección natural con una hiperprotección.

Los padres que hiperprotegen a sus hijos creen que para ser buenos padres no pueden permitir que sus hijos experimenten malestares. Creen que sus hijos no tienen que sufrir una contradicción, no tienen que tolerar la frustración y que ser un buen padre implica casi ejercer de guardaespaldas del hijo. Hacen del hijo alguien intocable. ¡Cuidado si te metes con mi muchacho!

Educar es preparar para dejar ir y dejar ir, es darles herramientas a tus hijos para que ellos crezcan, adquieran autonomía.

Si tú estás todo el día detrás del niño protegiéndolo de todo lo que le puede pasar no solo le creas una ansiedad, le empiezas a poner un germen de ansiedad, sino que también le estás incapacitando. Le estas quitando una de las herramientas básicas de la vida que es la adquisición de autonomía.

Sobreproteger es desproteger.

Los padres tenemos que observar. Estamos llamados a estar pendientes de los hijos, pero no intervenir a la primera de cambio. Si tu hijo se cae en el parque no corras como Usain Bolt a rescatarlo porque al final lo que vas a conseguir es que el niño sea incapaz de levantarse por sí mismo.

Nuestra tarea: observar, estar pendiente, ver cómo se desenvuelven en la vida.

Al sobreproteger estamos creando hiperniños. Niños que tienen una baja tolerancia a la frustración. Los hiperniños son el producto de esta hiperpaternidad, que es este estilo de crianza generalmente típico de las clases medias-altas y que implica una hiperatención, una hiperprotección y una sobrepreocupación por el hijo.

La baja tolerancia a la frustración se ve casi como una enfermedad crónica, incurable, contra la que no se puede hacer nada. Si tú no educas en el error, prueba-error, prueba-error, prueba-error, al final el niño se derrumba ante cualquier cosa.

¿Qué podemos hacer los padres para ayudarles a tolerar la frustración?

Lo primero es ejercitar una habilidad fundamental en la vida: la paciencia. Vivimos un tiempo en que todo quiere resolverse con un clic. Saber esperar, la contención, el autocontrol, es importantísimo.

También la gestión de las emociones. Los niños tienen que entender que no todo son emociones buenas, sino que hay emociones malas como la rabia, la tristeza, la impotencia, el no saber muy bien qué te pasa… ellos tienen que aprender a gestionar sus emociones.
Si crees que para que el niño gestione sus emociones y tenga mucha autoestima de lo que se trata es de decirle que él es maravilloso y nunca decirle que no, no estás desarrollando un niño con autoestima, sino un narcisista.

También enseñarles que se puede perder. Que puedes fallar, te puedes equivocar y no pasa nada. Porque hoy hay un miedo en los niños y en los adolescentes a equivocarse. Todos perdemos y no pasa nada, y nos recuperamos. De hecho, yo creo que nos formamos a base de caernos y volvernos a levantar.

Para desarrollar la habilidad de tolerar la frustración y desarrollar también otras habilidades un factor importantísimo en los niños es jugar. Los niños tienen que jugar. El modelo de hiperpaternidad llena a los niños de tardes cargadas de actividades extraescolares, todo programado, todo estructurado… Impide un derecho reconocido hasta por las Naciones Unidas: el derecho de jugar. Esencia de la infancia.
El juego, ese juego libre, sin estructurar, solo o acompañado, no solo aprende a trabajar en equipo, a ser creativo… sino también aprendemos a tolerar la frustración.

La hiperpaternidad es un estilo de crianza que básicamente se basa en una atención excesiva al hijo, una sobreprotección y un estar detrás del niño todo el rato.
La primera figura que surgió de este tipo de crianza son las madres helicóptero.
En el norte de Europa y en Canadá, existe la idea de los padres quitanieves, que son estos padres que, en vez de preparar a los hijos para el camino, preparan el camino para los hijos. Les allanan todo. Aquí serían un poco los papás apisonadores.
Tenemos también los padres guardaespaldas que es el “No toque usted a mi hijo”, literalmente.
Los padres manager, que es un clásico muy masculino que si tienes hijos en deporte escolar los has visto. Sus hijos son los futuros Messi, Cristiano Ronaldo, Rafa Nadal o estrellas del deporte y ellos saben más que nadie, gritan y ponen nerviosos a los hijos.
Un último modelo que es muy discretito, que es divertido, que son los papás bocadillo o las mamás bocadillo. Es esta idea de seguir al niño con el bocadillo, con el táper de frutas en el parque para que el niño de vez en cuando se gire y dé un mordisquito, no sea que muera de inanición… Es una constante atención al hijo, esta supervisión 24 horas al día.

Una de las consecuencias de este modelo de crianza intensiva es el estrés familiar, la hiperpaternidad perjudica seriamente el bienestar familiar. Las mamás que practican la crianza intensiva son más infelices cuando pasan tiempo con sus hijos. ¿Y por qué son más infelices? Porque nunca se sienten lo suficientemente buenas.

Siempre creen que tendrían que estar haciendo algo más para que ese niño no se pierda en esa carrera en la que se han convertido, un poco, las infancias hoy en día.

¿Cómo afecta esta infelicidad, esta insatisfacción, a los hijos? Si el hijo tiene una madre o un padre estresadísimos todo el día… los niños lo notan y los niños van muy estresados. Los niños hoy tienen agendas de ministro. Las extraescolares están muy bien, ayudan a conciliar, son importantes para la formación de los hijos, pero hay un abuso. Una de las características de la hiperpaternidad es amar la precocidad y la hiperactividad. O sea, cuantas más cosas y antes mejor, no sea que el niño se quede atrás en la carrera por ser Einstein o Mozart…

Tenemos niños muy pequeños, de parvulario, con todas las tardes ocupadas, que llegan a casa agotados. Se convierten en un trabajador que llega a casa agotado porque pasa ocho horas en el colegio más dos de extraescolar o de coche para arriba y para abajo. Pierden el tiempo de jugar, no tienen tiempo para jugar, el juego libre sin estructurar está desapareciendo.

El juego no estructurado es un patrimonio de la infancia que perdemos al hacernos adultos y que ahora se está perdiendo cada vez más rápido, y para mí es un pecado.

Hiperpaternidad: cuestión de grado

Todos somos hiperpadres, pero hay grados de hiperpaternidad.

Cinco preguntas que son las que puntúan más alto al evaluar la hiperpaternidad que son estas:

La primera, si tenía ya un plan trazado para las vidas de sus hijos antes de que nacieran, esta idea de que “el niño será médico, será abogado, será no sé qué…”, ya todo diseñado.

La segunda, si les ayuda con los deberes o se los hace por sistema.

La tercera, es si ha excusado alguna vez a su hijo con la famosa frase: “No, mira, es que tiene una baja tolerancia a la frustración”.

La cuarta, sería si habla en plural, hoy en día se ha normalizado el hablar en plural de los hijos. Hoy en día, “hemos ganado”, “hemos perdido”, “hemos aprobado”, “hemos suspendido”, “nos hemos enamorado”… O sea, la unión con el hijo es tal que ya somos una misma persona.

Y la última es si discrepa a menudo con los maestros o entrenadores de sus hijos. Estas cinco preguntas son clave, ¿no? Si contestas que sí a las cinco…

Si contestamos afirmativamente a estas cinco cuestiones, no vamos bien.

¿Qué podemos hacer para revertir esta tendencia?
El primer consejo es relajarnos. Relajarnos todos un poquito porque la educación es un proceso a largo plazo y cosas que hoy tú estás diciéndole a tu hijo que no te hace ni caso, pues igual de aquí a cinco años te hará caso. Relajarnos.

Confiar en nosotros, confiar en nuestros hijos, ellos pueden hacer muchas más cosas de las que nosotros nos creemos y también quieren. Y no solo apostar por esa educación de conocimientos y experiencias mágicas… pensar que la educación es también el carácter. Necesitamos educar el carácter para tener unas herramientas para implementar esos conocimientos.

Educar a nuestros hijos en la valentía. La sobreprotección no ayuda a los niños a superar sus miedos. Hay que educar la valentía, la empatía, la resiliencia y hay que empezar a dejar que los hijos hagan cosas por ellos mismos. No grandes cosas, sino cosas pequeñitas. Que se carguen ellos su mochila.

La educación también es carácter: hay que educar la valentía, la empatía y la resiliencia, y dejar que los hijos hagan cosas por sí mismos. Los hijos son muy capaces, pueden hacer muchas cosas ellos y nosotros hemos de confiar, hemos de relajarnos y confiar.

El carácter es fundamental. Tú puedes tener tres masters, pero si tienes miedo no irás a ninguna entrevista de trabajo. A la empatía, a la colaboración… O sea, a esta serie de elementos de la persona que van más allá de los conocimientos puros y duros. Esa es la verdadera educación, la que combina las materias con las habilidades para implementar esas materias. Es verdad que las escuelas han de educar en el carácter, pero los mejores posicionados para esa educación son los padres.

En este modelo de hiperpadres, los profesores están más cuestionados que nunca, porque los padres conciben al niño como un ser perfecto al que nadie puede contradecir… Si un hace alguna observación del hijo que no es la adecuada pues no se le acepta. Si siempre se justifica a los hijos, no vamos a ningún sitio.

Una atención excesiva a los hijos es hacer cosas por sistema por ellos, cosas que ellos están capacitados para hacer. Y el mejor ejemplo que pongo son los deberes. Se están haciendo los deberes por los hijos. Además, los padres les apuntan a tantas actividades extraescolares, que el poco o mucho trabajo que tengan que hacer en casa pues al final lo sustituyen los padres haciéndolo…

La escuela ha de ser un espacio del alumno. Si, de repente, tienen a mamá o papá todo el día que si el niño, la niña, que si el pollo, que si no le gusta la ensalada, no le pongas ensalada, que si este profesor no va bien, que si no pongan el marcador en clase de Educación Física porque se frustra, porque pierde… Para el niño eso es insoportable, tener todo el día a esos padres helicóptero revoloteando sobre sus vidas.

El niño se convierte en un altar. Una antropóloga estadounidense tiene una frase que a mí me encanta, dice: “Hemos pasado del culto a los ancestros, a los antepasados, al culto a los descendientes”. Se ve en cualquier casa a la que vas hoy. Tú vas a las casas, te acuerdas antes que en las casas había las fotos de los abuelos, los bisabuelos, los tatarabuelos… ahora no hay ni un ancestro. Ahora todo son los niños. Los niños haciendo mil cosas o dibujos de los niños. O sea, realmente, es una veneración al niño.

Es necesario seguir poniendo límites. Muchos maestros comentan que la primera vez que un niño oye la palabra “no” es al llegar a la escuela porque los límites están muy pasados de moda. Estamos en un momento social que se confunde autoridad con autoritarismo y tenemos esta idea de que la familia debe ser una democracia y que todo se hace por asamblea y que todo se vota democráticamente. La familia no tiene que ser una dictadura, pero hay una jerarquía. En la parte de arriba estamos los padres porque somos los adultos responsables que hemos decidido traer a esos niños al mundo para educarlos con unas normas. Y las normas son los límites.

Una de las características de los hiperpadres es la justificación a ultranza al hijo con una frase que a mí me fascina. El niño te pega, escupe, se porta fatal, patalea, es insoportable: “Oye no, mira, es que tiene baja tolerancia a la frustración”. Como si fuera una enfermedad crónica ante la que no se pudiera hacer nada.

La frustración es una emoción. O sea, la vida está llena de frustraciones, y es una emoción negativa y como tal se tiene que educar y gestionar. Y tenemos que enseñar a nuestros hijos a tolerarla, pero parece que seas un mal padre si les enseñas a aceptar el no, a repetir las cosas cuando las hacen mal.

La hiperasistencia de los padres debilita a los hijos, los vuelve frágiles. Le estás dejando sin recursos. Es una combinación un poco perversa. Por un lado, son niños con una inflada noción de ellos mismos. Son niños que siempre se le ha dicho que son lo más, se les han hecho 20.000 fotos siempre, se ha documentado todo lo que hacen, se les ha consultado todo, se les ha permitido todo, en muchos casos. Entonces, tienen una inflada noción de ellos mismos, pero por otro lado son muy inseguros porque sin mamá o papá no se ven capaces de hacer nada. Y eso es una combinación explosiva.

Educar es dejar ir, darles herramientas para que ellos vayan espabilándose.

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