lunes, marzo 23, 2020

Autoridad, legitimidad y respeto


RESPETEMOSLOS, AUNQUE NO LO MEREZCAN

Si quienes deben trabajar para hacer cumplir la ley, para mantener el orden público, comienzan a ser desafiados, entonces estamos a la puerta de problemas de orden público. Mi llamado es simple: respetémoslos, aunque no lo merezcan.

Nos encontramos ante la posibilidad de una pérdida o fractura del orden público. El toque de queda no es acatado por algunos segmentos –creo que mínimo, pero no tengo datos- de la población. El suministro de bienes esenciales (alimentos, medicina, información cierta) parece podría ponerse en juego, tanto por problemas en las fuentes como en la cadena de distribución. Ante esto, parecería que la respuesta requiere de un elemento esencial: autoridad.

Hace unas semanas conversaba con mi suegro. Tiene 78 años. Firme en sus convicciones. Al analizar los cambios sociales en los últimos 50 años una de sus conclusiones fuertes fue: “Se ha perdido el sentido de autoridad”. Afirma que ya no se respeta la autoridad, que antes un simple alcalde pedáneo era toda una autoridad, al igual que un maestro, un militar, un gobernador. Hasta la figura del presidente ya no se respeta, lamentaba.

No tengo tanta distancia generacional con Don Máximo, pero sospecho que tiene razón en cuanto a que hemos perdido ese “sentido de autoridad”. No sé, en realidad, si se ha perdido o lo hemos destruido, pero la cuestión es que se ha visto reducido a lo mínimo, tanto en la vida familiar, como en la social y política (tranquilos, padres, no generalizo, pero conozco hogares en que el “mando” lo tienen los hijos).

Sé de las raíces del autoritarismo en la sociedad dominicana, de la corrupción de las instituciones o de pérdida de su credibilidad y prestigio. Para algunos “autoridad” es tener una actitud agresiva, incluso hay quienes se muestran orgullosos de su prepotencia, buscando reconocimiento y ocultando inseguridades personales y de sus organizaciones. Nos ha marcado también, hijo del caudillismo, un presidencialismo que se manifiesta no solo en el Estado sino en las más diversas instituciones. Estos elementos y modelos agresivos –al igual que los modelos que se sustentan en el dejar hacer-dejar pasar- tienen resultados a mediano y largo plazo generalmente tristes.

Expongo los elementos del párrafo anterior para evitar caer en el “adanismo”: la actitud del que piensa que los problemas son de ahora, que no tienen raíces (como si fueran tiempos de Adán, recién hecho el mundo), que nada les precede. Es cierto, los problemas son complejos, las soluciones no pueden ser simples.

El ejercicio de la autoridad tiene varias condiciones o características. En primer lugar: ha de ser legítima. En ese sentido, debe sustentarse en propósitos comunes reconocidos por todos. Las acciones de quien ejerce la autoridad deben mostrar (carácter moral) que se guía por el interés común y no particular, so pena de ver reducida su legitimidad y tener dificultades para ejercer las tareas de mando.

Otro elemento importante es el de la confianza, lo que permite que quienes estamos bajo autoridad nos percibamos seguros por la responsabilidad con la cual un poseedor de autoridad actúa o también cómo reacciona cuando se advierten errores (que siempre los habrá). Una “autoridad” que crea que es incapaz de equivocarse y que no sea capaz de reconocer errores, se deslegitima.

Legitimidad y confianza son las bases para un ejercicio de la autoridad con resistencias mínimas. Sin embargo, como hemos explicado, en nuestra sociedad la legitimidad y la confianza en nuestras autoridades han sido dañadas. La aspiración a que la gente en la calle, en las empresas, en las casas, acate, a que asuma las directrices que proceden del Estado o de alguna de sus instituciones, ha sido dañada.

En las redes circulan escenas de ciudadanos que burlan y se burlan de la Policía o hasta de miembros de las Fuerzas Armadas que buscan hacer cumplir el toque de queda. Amenazas al orden público. Reticencia de muchos para acatar las disposiciones emitidas, muestran que la autoridad ejercida está en un equilibrio precario, pese a que amplios segmentos de la población acatamos sus directrices.

Si quienes deben trabajar para hacer cumplir la ley, para mantener el orden público, comienzan a ser desafiados, entonces estamos a la puerta de problemas de orden público. Mi llamado es simple: respetémoslos, aunque no lo merezcan. Mostremos que creemos en el sentido de autoridad, hagamos valer su poder y respeto, siempre apegados a las leyes, y esa puede ser nuestra mejor contribución no solo en la lucha contra el COVID-19, sino también en la restauración de un verdadero estado de derecho.


sábado, marzo 21, 2020

No estábamos preparados


PARA ESTA GUERRA NO ESTÁBAMOS PREPARADOS

Sin pesimismos, parecería que nos encaminamos a un holocausto autoinfligido.

Como dice Ana Fuentes, en un artículo escrito en El País: Cuando la guerra te toca...

Cierto, para esta guerra no estábamos preparados.

Cuántas serán las bajas, no lo sabemos. No sabemos tampoco si seremos una de ellas o nos tocará con alguien cercano...No vivimos la segunda guerra mundial, y la mayoría de nosotros ni siquiera la llamada Guerra de Abril. Además, el enemigo en este caso es especial: diminuto, escurridizo, duro de matar... y para matarlo tenemos que negarnos a nosotros mismos: tenemos que negar el abrazo o el beso, la sociabilidad, el trabajo cotidiano...

Tampoco estábamos preparados porque no creemos en nuestras instituciones y estamos ahora obligados a creer, a darle un voto de confianza.

No estábamos preparados porque más del 50% de nuestra fuerza laboral es informal. Las calles están vacías y esta gente se ganaba el pan en las calles.

No estábamos preparados porque tomamos medidas, como el toque de queda, para evitar la socialización, el contacto, la cercanía, y hacinamos a los detenidos en pequeñas celdas. Uno solo que haya contagiado los contagiará a todos, y a las seis de las mañanas irán a sus casas, a sus barrios, a contagiar a todos los demás...

No estábamos preparados porque queremos que las empresas cierren, que eviten que sus obreros enfermen, pero simultáneamente queremos garantizar el empleo y que suministren al mercado lo que necesitamos para sobrevivir, y eso no es posible sin mano de obra, eso no es posible sin transporte a los lugares de trabajo.

No estábamos preparados porque conocemos de la hipercomunicación, pero no conocíamos de la hipercomunicación en tiempos de crisis, donde las informaciones y desinformaciones conducen al pánico.

No estábamos preparados porque nos convertimos en una sociedad que le aterroriza la idea de la muerte, como si esa no fuera una compañera que camina a nuestro lado, inevitable, a quien mejor comenzamos a aceptar que a horrorizarnos.

No estábamos preparados porque nos alejamos de Dios y entonces toda referencia a la vida se centra en nosotros mismos, finitos. No aceptamos el duelo y mucho menos el duelo colectivo, viviendo en una permanente etapa de negación.

Y lo peor, no podremos estar preparados. Y, sin pesimismos, parecería que nos encaminamos a un holocausto autoinfligido.