PARA ESTA GUERRA NO ESTÁBAMOS PREPARADOS
Sin pesimismos, parecería que nos
encaminamos a un holocausto autoinfligido.
Como dice Ana Fuentes, en un
artículo escrito en El País: Cuando la
guerra te toca...
Cierto, para esta guerra no
estábamos preparados.
Cuántas serán las bajas, no lo
sabemos. No sabemos tampoco si seremos una de ellas o nos tocará con alguien
cercano...No vivimos la segunda guerra mundial, y la mayoría de nosotros ni
siquiera la llamada Guerra de Abril. Además, el enemigo en este caso es
especial: diminuto, escurridizo, duro de matar... y para matarlo tenemos que
negarnos a nosotros mismos: tenemos que negar el abrazo o el beso, la
sociabilidad, el trabajo cotidiano...
Tampoco estábamos preparados porque
no creemos en nuestras instituciones y estamos ahora obligados a creer, a darle
un voto de confianza.
No estábamos preparados porque más
del 50% de nuestra fuerza laboral es informal. Las calles están vacías y esta
gente se ganaba el pan en las calles.
No estábamos preparados porque
tomamos medidas, como el toque de queda, para evitar la socialización, el
contacto, la cercanía, y hacinamos a los detenidos en pequeñas celdas. Uno solo
que haya contagiado los contagiará a todos, y a las seis de las mañanas irán a
sus casas, a sus barrios, a contagiar a todos los demás...
No estábamos preparados porque
queremos que las empresas cierren, que eviten que sus obreros enfermen, pero
simultáneamente queremos garantizar el empleo y que suministren al mercado lo
que necesitamos para sobrevivir, y eso no es posible sin mano de obra, eso no
es posible sin transporte a los lugares de trabajo.
No estábamos preparados porque conocemos
de la hipercomunicación, pero no conocíamos de la hipercomunicación en tiempos
de crisis, donde las informaciones y desinformaciones conducen al pánico.
No estábamos preparados porque nos
convertimos en una sociedad que le aterroriza la idea de la muerte, como si esa
no fuera una compañera que camina a nuestro lado, inevitable, a quien mejor
comenzamos a aceptar que a horrorizarnos.
No estábamos preparados porque nos
alejamos de Dios y entonces toda referencia a la vida se centra en nosotros
mismos, finitos. No aceptamos el duelo y mucho menos el duelo colectivo,
viviendo en una permanente etapa de negación.
Y lo peor, no podremos estar
preparados. Y, sin pesimismos, parecería que nos encaminamos a un holocausto
autoinfligido.
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