RESPETEMOSLOS,
AUNQUE NO LO MEREZCAN
Si quienes deben
trabajar para hacer cumplir la ley, para mantener el orden público, comienzan a
ser desafiados, entonces estamos a la puerta de problemas de orden público. Mi
llamado es simple: respetémoslos, aunque
no lo merezcan.
Nos encontramos ante la posibilidad de una pérdida
o fractura del orden público. El toque de queda no es acatado por algunos
segmentos –creo que mínimo, pero no tengo datos- de la población. El suministro
de bienes esenciales (alimentos, medicina, información cierta) parece podría
ponerse en juego, tanto por problemas en las fuentes como en la cadena de
distribución. Ante esto, parecería que la respuesta requiere de un elemento
esencial: autoridad.
Hace unas semanas conversaba con mi suegro. Tiene
78 años. Firme en sus convicciones. Al analizar los cambios sociales en los
últimos 50 años una de sus conclusiones fuertes fue: “Se ha perdido el sentido
de autoridad”. Afirma que ya no se respeta la autoridad, que antes un simple
alcalde pedáneo era toda una autoridad, al igual que un maestro, un militar, un
gobernador. Hasta la figura del presidente ya no se respeta, lamentaba.
No tengo tanta distancia generacional con Don
Máximo, pero sospecho que tiene razón en cuanto a que hemos perdido ese “sentido
de autoridad”. No sé, en realidad, si se ha perdido o lo hemos destruido, pero
la cuestión es que se ha visto reducido a lo mínimo, tanto en la vida familiar,
como en la social y política (tranquilos, padres, no generalizo, pero conozco
hogares en que el “mando” lo tienen los hijos).
Sé de las raíces del autoritarismo en la sociedad
dominicana, de la corrupción de las instituciones o de pérdida de su
credibilidad y prestigio. Para algunos “autoridad” es tener una actitud
agresiva, incluso hay quienes se muestran orgullosos de su prepotencia,
buscando reconocimiento y ocultando inseguridades personales y de sus
organizaciones. Nos ha marcado también, hijo del caudillismo, un
presidencialismo que se manifiesta no solo en el Estado sino en las más
diversas instituciones. Estos elementos y modelos agresivos –al igual que los
modelos que se sustentan en el dejar hacer-dejar pasar- tienen resultados a
mediano y largo plazo generalmente tristes.
Expongo los elementos del párrafo anterior para
evitar caer en el “adanismo”: la actitud del que piensa que los problemas son
de ahora, que no tienen raíces (como si fueran tiempos de Adán, recién hecho el
mundo), que nada les precede. Es cierto, los problemas son complejos, las
soluciones no pueden ser simples.
El ejercicio de la autoridad tiene varias condiciones
o características. En primer lugar: ha
de ser legítima. En ese sentido, debe sustentarse en propósitos comunes
reconocidos por todos. Las acciones de quien ejerce la autoridad deben mostrar
(carácter moral) que se guía por el interés común y no particular, so pena de
ver reducida su legitimidad y tener dificultades para ejercer las tareas de
mando.
Otro elemento importante es el de la confianza, lo que permite que quienes estamos bajo autoridad
nos percibamos seguros por la responsabilidad con la cual un poseedor de
autoridad actúa o también cómo reacciona cuando se advierten errores (que
siempre los habrá). Una “autoridad” que crea que es incapaz de equivocarse y
que no sea capaz de reconocer errores, se deslegitima.
Legitimidad y confianza son las bases para un
ejercicio de la autoridad con resistencias mínimas. Sin embargo, como hemos
explicado, en nuestra sociedad la legitimidad y la confianza en nuestras
autoridades han sido dañadas. La aspiración a que la gente en la calle, en las
empresas, en las casas, acate, a que asuma las directrices que proceden del
Estado o de alguna de sus instituciones, ha sido dañada.
En las redes circulan escenas de ciudadanos que
burlan y se burlan de la Policía o hasta de miembros de las Fuerzas Armadas que
buscan hacer cumplir el toque de queda. Amenazas al orden público. Reticencia
de muchos para acatar las disposiciones emitidas, muestran que la autoridad
ejercida está en un equilibrio precario, pese a que amplios segmentos de la
población acatamos sus directrices.
Si quienes deben trabajar para hacer cumplir la
ley, para mantener el orden público, comienzan a ser desafiados, entonces estamos
a la puerta de problemas de orden público. Mi llamado es simple: respetémoslos, aunque no lo merezcan. Mostremos
que creemos en el sentido de autoridad, hagamos valer su poder y respeto,
siempre apegados a las leyes, y esa puede ser nuestra mejor contribución no
solo en la lucha contra el COVID-19, sino también en la restauración de un
verdadero estado de derecho.
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