lunes, julio 23, 2007

Tierra Adentro / No te hagas despreciable

No te hagas despreciable (o la carga de los prejuicios)

Jaime Fernández, columnista que escribe en ProtestanteDigital.com, en su columna “Con otro Ritmo”, difunde la siguiente anécdota:

“Leí que hace unos años que durante un vuelo entre Johanesburgo y Londres, una señora de raza blanca se sentó al lado de un hombre de raza negra en el avión. De repente, todos vieron que estaba muy perturbada y comenzó a llamar a la azafata.

- “¿Cual es el problema?” Le preguntó la azafata...

- “¿Usted no lo ve?” Le dice la señora, “Me colocó al lado de un negro, yo no puedo viajar tantas horas al lado de alguien tan despreciable, déme otro lugar”

La azafata le dijo que esperara, porque todos los lugares del vuelo estaban ocupados, pero de todas maneras iba a ver si había un lugar disponible.

Cuando la azafata volvió, le dijo a la señora “Señora, como sospechaba, no hay lugar en clase económica. Le comenté su caso al comandante y me dijo que no hay lugar tampoco en clase ejecutiva, y sólo nos queda un lugar en primera clase”

Antes de que la señora pudiese hacer ningún comentario, la azafata continuó hablando: “Nunca en la compañía se había concedido un lugar de primera clase a alguien que está en clase económica, pero dadas las circunstancias, el comandante consideró que sería escandaloso obligar a alguien a sentarse al lado de una persona tan despreciable”

Y dirigiéndose al pasajero negro le dijo: “Por lo tanto Señor, si hace el favor, tome todas sus pertenencias porque el lugar de primera clase está esperándole a usted”

Todos los pasajeros alrededor admirados, se levantaron y aplaudieron”, termina la anécdota.

La lección es clara: cuando rechazamos a otros en razón de su color de piel, de su condición socio-económica o política, nos hacemos despreciables.

La dinámica de Dios es otra, aceptándonos como somos, moviéndonos a desarrollar nuestro potencial, nuestra imagen de El en nosotros, a caminar junto a otros. Dios nos ama a todos y a todos nos llama.

Por eso, nos hacemos despreciables cuando:

-Rechazamos al haitiano, por el color de su piel, por su procedencia;

-Rechazamos al dominicano que procede de los barrios y que “se le ve por encima de la ropa la miseria que tiene”;

-Rechazamos al rico porque “ese, sin duda, debe ser algún ladronazo”;

-Rechazamos al de otra preferencia política, porque quienes dirigen la parcela con la que simpatizo nos han hecho creer que “esos” son los responsables “de todos los males de la nación”;

-Rechazamos al joven por ser joven…

“Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados que yo les aliviaré…”, dijo Jesús, quien acogió al publicano de quien se sospechaba que era un ladrón; al fariseo, que hoy sería considerado un “demagogo”; a la mujer prostituta; a los que cobraban el tributo al pueblo; a los ricos, a los pobres; a los samaritanos, tan odiados por los judíos; a los judíos, tan odiados por los samaritanos… En fin, que la señal del cristiano es el amor y una señal inequívoca del amor es la acogida… ¡no te hagas una persona despreciable, acoge!

Milton Tejada C.

tejadamilton@yahoo.com

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