Bonetti de Valiente: Cada sector actúa como si estuviera solo en el espacio productivo
Estas son las palabras de la presidente de la Asociación de Industrias de la República Dominicana (AIRD), Ligia Bonetti de Valiente, al presentar la investigación "4 décadas de políticas de desarrollo productivo en República Dominicana", de Rolando M. Guzmán (investigador y actual Rector del INTEC), Manuel Agosin (decano de la Facultad de Economía de la Universidad Católica de Chile), Magdalena Lizardo (Viceministra del MEPyD) y Rafael Capellán (investigador y subdirector de asuntos cambiarios del Departamento Internacional del Banco Central). La investigación fue financiada por el BID, realizada por el Grupo de Consultoría Pareto (del cual tengo el honor de ser su director ejecutivo) y publicada por el INTEC.
El libro que vamos a presentar:
“Cuatro décadas de políticas de desarrollo productivo en República Dominicana”
analiza desde una perspectiva crítica las estrategias de desarrollo de los
últimos 40 años, de manera especial las luces y sombras de las políticas en los
sectores Zona Franca, Industria y Turismo.
Sin embargo, tan importante como enarbolar
un esquema que presente estas luces y sombras, es el hecho de que propone una
agenda de fomento de desarrollo productivo para estos sectores, considerando
los últimos cambios económicos que ha vivido el país.
La obra es autoría de Rolando M. Guzmán
(investigador y actual Rector del INTEC), Manuel Agosin (decano de la Facultad
de Economía de la Universidad Católica de Chile), Magdalena Lizardo
(Viceministra del MEPyD) y Rafael Capellán (investigador y subdirector de
asuntos cambiarios del Departamento Internacional del Banco Central). La investigación fue financiada por el BID,
realizada por el Grupo de Consultoría Pareto y publicada por el INTEC.
La historia, muy bien relatada por los
autores, nos muestra que
hemos tenido tres
grandes oleadas de
crecimiento industrial.
La primera, lo que se llamó en el este
la “revolución azucarera”, de finales del siglo XIX, fruto de de la política de
exenciones fiscales y entrega de tierras implementadas por los gobiernos
liberales del Partido Azul, a aquellos que sembraran productos con vocación
exportadora, como café, cacao, tabaco, algodón y azúcar, con el fin de crear
riqueza y generar empleos.
Esas políticas atrajeron a
inversionistas cubanos y norteamericanos, que en apenas diez años construyeron
21 ingenios azucareros, algunos de ellos con ferrocarril, que transformaron la
vida económica nacional, convirtiendo talleres artesanales con características
medievales en una industria con máquinas de vapor.
La segunda oleada de crecimiento
industrial ocurrió a mediados del siglo XX, inmediatamente después de la
Segunda Guerra Mundial, cuandoel Estado puso en marcha una política de
promoción industrial, mediante
un sistema llamado
de “concesiones especiales”,
con lafinalidad de promover la sustitución
de importaciones.
Este
nuevo impulso creó
un parque industrial
con tecnología avanzada
para la época, transformando la capital de la
República, de unaciudad hasta entonces burocrática y mercantil, en el centro
industrial del país, remplazando así, el polo industrial que hasta entonces
estuvo compuesto por el eje Santiago‐Puerto Plata.
Y la tercera oleada de
industrialización fue posterior a la muerte de Trujillo, gracias a dos leyes de
incentivos: La Ley No. 4 del año 1964 y la Ley No. 299 del año 1968.
La Ley No. 4 funcionó como un
instrumento de democratización económica, al coincidir su promulgación con la
apertura que siguió a la muerte del
Dictador y a la política de la Alianza para el
Progreso que promovía
la industrialización como
instrumento fundamental del desarrollo económico. A pesar de la
inestabilidad política de la época, esta Ley No. 4 estimuló a muchos
empresarios a crear nuevas empresas.
Los incentivos y
el marco regulatorio de la Ley No. 4 fueron
insuficientes para darle a la
industria nacional y sus empresarios el empujón que demandaban, y por ello fue
sustituida cuatro años después
por la Ley
299, destinada a
sustituir importaciones y
promover las exportaciones
industriales.
La
Ley 299 puso
las bases del
desarrollo industrial moderno,
no sólo porque
facilitó una revolucionaria
transición empresarial, convirtiendo a numerosos importadores en fabricantes de
productos terminados, sino también porque creó el marco legal para el
desarrollo de las zonas francas industriales.
Las
zonas francas por su parte
cambiaron el perfil
económico de ciudades como La
Romana, San Pedro de Macorís, Santiago y La Vega.
Pero la historia nos enseña que no
hemos podido construir una base industrial sostenible y competitiva, por la
falta de políticas industriales de largo plazo y de un enfoque miope de la
importancia del sector manufacturero en el desarrollo nacional y en la
generación de empleos.
Es por esto que, como dice la obra que
nos honramos en divulgar, la famosa Ley
299 fue distorsionada, A consecuencia de las distorsiones
creadas en el seno del sector industrial, y debido a otras limitaciones
estructurales de la economía
del país, llegamos a
los años noventas del siglo pasado
con una industria
protegida por aranceles,
tasas de cambio duales,
impuestos ad‐valorem,
recargos cambiarios, etc., que al desmontarse bruscamente ante los nuevos aires
de apertura de los mercados, quedó imposibilitada de competir con los productos
de importación.
Los desmontes arancelarios y los
tratados de libre comercio que hemos firmado en los últimos 20 años nos han
convertido en una de las economías pequeñas más abiertas del mundo, pero con
todos los países que hemos firmado libre comercio, estamos perdiendo la batalla
de la balanza comercial.
Son múltiples los aportes de esta
obra, pero me interesa resaltar dos que la Asociación de Industrias de la
República Dominicana (AIRD) considera de mucha relevancia en las circunstancias
actuales de nuestro sector.
Las vivencias nos demuestran que
necesitamos integrar nuestro desarticulado sistema productivo. Cada sector
ha promovido leyes como si estuviera sólo en el espacio productivo del
país.
La manufactura esta desarticulada de
la agricultura, la agricultura del turismo, el turismo de la industria, y la
industria local y las zonas francas son dos mundos aparte. La industria local
de muebles, por ejemplo, no puede venderle a los hoteles, porque a estos le
resulta más económico importarlos libre de impuestos. La industria no va al
campo porque la agricultura ni se financia ni se asegura, y en vez de sembrar
para producir materia prima, le resulta mejor importar bienes intermedios. La
manufactura local se ve afectada por una enorme burocracia en sus procesos y
por problemas estructurales que las limita para vender a las zonas francas,
pues estas ante estas limitaciones prefieren importar sus insumos desde el
exterior.
Tenemos por lo tanto que abocarnos a
corregir estas distorsiones sectoriales, para poder lograr un mayor valor
agregado, ser más realmente más competitivos y poder aumentar las
exportaciones.
Por otro lado, el libro concluye con
un anexo relativo a los encadenamientos productivos y enumera tres: el clúster
de mango, el clúster turístico de Puerto Plata y el clúster de confecciones de
Santiago. Independientemente del sector al que pertenecen estos
encadenamientos, de su grado de fortaleza y de su mayor o menor inserción en el
mercado exportador, es importante el hecho de que se valore la creación de
conglomerado como una forma de fomentar la competitividad al interior de
subsectores productivos.
Es lo que ha estado motivando la AIRD
con tres iniciativas que, al igual que el libro, cuentan con el apoyo
financiero del BID: el clúster de productos de belleza, el clúster de la
industria del plástico y el clúster de cacao.
Es por eso que hoy nos atrevemos a señalar que cada vez será más cierto
que en las economías en etapas de transición, como la nuestra, la conformación
de conglomerados productivos es la mejor forma de enfrentar los retos de la
competitividad en un mercado abierto.
En ese sentido, llamamos a todo el
sector industrial a entrar en esta dinámica, a dejar de lado los pocos resabios
que quedan de desconfianza entre competidores, para saber que es posible la
cooperación –sin dejar de competir entre nosotros, claro está.
El tercer punto que quiero resaltar es
señalado por los autores cuando indican que “el Estado dominicano ha
implementado políticas industriales preferentemente a través de la exoneración
y reducción de los impuestos a la renta y de otros pagos de impuestos” e
indican que el estudio presenta opciones para un replanteo de ese énfasis
tradicional en el aspecto tributario “para el tránsito a esquemas de incentivos
basados en otros instrumentos”. Esta es, precisamente, una de las inquietudes
del Segundo Congreso Industrial que estamos celebrando desde inicios de año y
que tendrá un momento importante el próximo 18 de abril. En este importante
proceso estamos tratando de esbozar propuestas, en diferentes ámbitos, que
incentiven el desarrollo y competitividad de la industria nacional.
La apertura comercial vivida por
nuestro país ha obligado a los sectores productivos a orientarse hacia las
exportaciones. Y lo han hecho en un marco que no ha sido favorable para su
crecimiento y competitividad.
La Asociación de Industrias de la
República Dominicana ha planteado la necesidad de un cambio de modelo
productivo, colocando el énfasis en la exportación de bienes competitivos. Este
predicamento de la AIRD ha sido asumido por la Estrategia Nacional de
Desarrollo recién aprobada y ha sido la bandera enarbolada por el Segundo
Congreso de la Industria Dominicana, auspiciado por la AIRD y las asociaciones
industriales que la integran, ADOZONA, el Consejo Nacional de Competitividad
(CNC) y el Ministerio de Industria y Comercio (MIC). Esta participación
significa voluntad de compromiso. Compromisos de los actores públicos y del
sector privado, porque la nueva década que hemos empezado tiene que conducir a
una nueva era del desarrollo industrial dominicano.
Muchas gracias.
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