También aprovecho la ocasión para invitarte a compartir con nosotros "Las 7 Palabras" en el Aula Magna de la UASD. Este jueves 5 de abril, 2012, a las 7:00 p.m. Será una bendición para todos!
“Entonces Jesús,
clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y
habiendo dicho esto, expiró” (Lc 23:46).
Hermanos
Todo había terminado y todo le
era adverso.
Todo era gris, no había salida,
Dios hecho carne estaba a punto de morir…. Y de esa agonía espiritual, de esa
soledad inmensa, surge un grito de
esperanza: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”.
No hay manera, hermanos, de
comprender cómo Dios, tan grande y poderoso, santo y puro, quiso poner su vida
por nosotros, pecadores. El justo por los injustos.
Este hecho estremeció los cielos,
los oscureció e hizo sacudir la tierra de modo que no pudo contener a muchos de
sus muertos…
Las Escrituras se estaban
cumpliendo al pie de la letra.
Son las mismas palabras
utilizadas en el Salm 31:5 y que solían las madres judías enseñar a sus hijos
como oración antes de acostarse.
Son palabras, hermanos, que expresan:
·
El carácter voluntario de la entrega hasta la muerte por parte del
Señor. En Juan 10:17-18, Jesús había proclamado: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a
tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla,
y tengo poder para volverla a tomar”.
No fueron los líderes religiosos judíos, ni Pilatos, ni la multitud, ni
siquiera los guardias mismos, quienes le arrebataron la vida; El entregó su
vida voluntariamente.
La diferencia entre un niño y un cristiano maduro es que el cristiano
maduro entrega voluntariamente su vida. Estamos llamados a poner nuestra vida
al servicio de la causa de Jesús….
·
Dependencia de Dios y fe en su bondad
para con su pueblo, para con nosotros.
Son las mismas palabras que utilizó Esteban mientras era apedreado
(Hechs 7:59). Es la confianza de que todas las cosas son para bien para quienes
confían en el Señor (Rom 8:28).
En
medio de la prueba y la tempestad, quiero preguntarte: ¿Dónde tienes puesta tu
confianza? Si somos cristianos, estamos llamados a depender totalmente de
nuestro Padre.
Dice Job: “Mi confianza es que el omnipotente testificará por mi, aunque
el adversario me forme proceso…” (Job 31:35).. ¿Tienes esa misma confianza?
Confiar
en Dios, Iglesia, es más fácil decirlo de boca que ponerlo en práctica durante
toda nuestra vida. Es más fácil cuando las cosas nos van bien, que cuando viene
la tempestad.
Es
una confianza puesta en nuestro Padre, que El mismo fortalece y cuyo fruto es
la paz. Proclama Isaías: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento
en ti persevera, porque en ti ha confiado…” (Is 26:3). Paz en la tormenta…
Confianza
absoluta que libra al corazón humano de su principal enemigo: el miedo, el
temor… Dice el salmista: “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi
corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado…” (Salm 27:3).
Paz,
vivir sin temor… aunque la enfermedad esté comiendo tus huesos, aunque la
crisis económica haya desfondado tus bolsillos, aunque tu aceptación del Señor
haya abierto una guerra en tu familia…
Paz,
vivir sin temor… aunque las amenazas te cerquen y no comprendas qué pasa con
esta o con aquella relación; aunque parezca ser que la muerte es el camino
hacia el cuál te están empujando…
Paz,
vivir sin temor… frutos de la confianza absoluta en Dios.
Esa
confianza fue la mostrada por Jesús en el calvario: “Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu…”, y mostró esa confianza, dice la Palabra, con gran
voz…
Sin
embargo, mis hermanos, quiero decirles que es una confianza que no se reduce a
las horas de tormenta, que no se reduce al momento de la muerte: confiar
siempre, en todo lugar, en todo tiempo…
Como
hombre quiero darles una palabra especial a los hombres: necesitas confiar, de modo absoluto, en tu Padre, en Dios… y verás
que tu responsabilidad de líder te será ligera, verás que el gozo crecerá en tu
vida, verás que aunque sea viernes santo, tiempo de muerte y crucifixión, Dios
te asegura que habrá un domingo de resurrección, de victoria.
No
desmayes en tu afán de ser mejor esposo, mejor hijo, mejor hermano, mejor
ciudadano, aunque el enemigo, como dice Job, nos forme proceso, nos ataque…
confía de modo absoluto en tu Padre y tendrás paz en medio de la tormenta.
Permítanme
decirles, mis hermanos: no nos acobardemos, no nos dejemos vencer por el temor.
La muerte no es el peor enemigo, el peor enemigo es el miedo a la muerte que
nos hace claudicar, tirar la toalla… Jesús enfrentó la muerte no con miedo,
sino con confianza, con dependencia absoluta de nuestro Padre y eso es lo que
permite asegurar que no hay viernes
santo sin domingo de resurrección.
Que
Dios nos bendiga.
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