Juan Simarro Fernández, en Protestante
Digital, nos habla de la mirada distinta de Jesús sobre los acontecimientos. Es
una colocarnos frente a la obligación de evaluar con qué mirada observamos a
las personas, los acontecimientos, la historia… “Señor, ayúdanos a mirar con tu mirada y nos quedemos en la infravida
de los que su mirada se deslumbra ante las riquezas y sólo confían en el dinero”.
Recordad la
historia de la ofrenda de la viuda pobre. Estoy seguro que Jesús se debió
entristecer mucho viendo el espectáculo de los ricos echando, de forma
ostentosa y prepotente, en el arca de las ofrendas sus donativos seleccionados
de entre lo que les sobraba. La de Jesús era mirada divina.
Allí había dos miradas: la de Jesús que
observaba no sólo el exterior, sino también el interior, y la de las personas
que sólo se quedaban con el exterior, en la superficie de lo que alcanzaban a
ver. Dos perspectivas diferentes. Para comprender el Evangelio, hay que
pedir ayuda al Señor para poder mirar con su mirada. Jesús dijo: “En verdad os digo que esta pobre viuda echó
más que todos. Porque todos echaban de lo que les sobraba; mas ésta, de su
pobreza echó todo el sustento que tenía” (Ver Lucas 21:1-4).
Mirada divina que invierte los valores del
mundo. Si no hacemos una inversión de los
valores, aceptando y poniendo en práctica los valores del Reino, no vamos a
entender ni el relato de la ofrenda de la viuda, ni el Evangelio. Nos
quedaremos en la religión de cumplimiento y de ritual muy lejos de la mirada
del Señor.
Mirada de
Dios. La mirada de Jesús denunciadora,
triste y de reproche a los enriquecidos del mundo que daban sólo de lo sobrante
de forma ostentosa e hipócrita.
Mirada de hombre. Miradas de admiración,
deslumbrados al ver caer el dinero de los ricos y valorando la riqueza como
prestigio humano.
Mirada de Dios en cuanto a la viuda: la mirada de
Jesús atenta y entusiasmada ante alguien que, en necesidad de sustento, daba
todo lo que tenía.
Mirada de hombre en el mismo caso: indiferente
ante una viuda a la que no daban valor ninguno, o de reproche al ver la miseria
de la ofrenda de una pobre viuda que, humillada y buscando anonimato, se volcó
sobre el arca dándolo todo. Sólo Jesús percibió que junto a sus dos blancas,
derramó también su corazón…
Es necesario reconfigurar nuestra mirada en la
línea de los valores del Reino: Los últimos, los primeros. Esa es la
orientación de la mirada divina.
El rostro de Dios, su mirada aprobadora y de
acogida, se muestra más y se detiene de una forma misericordiosa en muchos
sencillos y anónimos, en muchos condenados sociales y no valorados ni siquiera
por los cristianos y, siguiendo los parámetros del Evangelio a los pobres, los
pone por encima de los redimidos del sistema social injusto que aplica la ley
del mérito humano.
En la mirada de Dios, el mérito para Jesús no es
algo cuantitativo, máxime cuando los que más tienen ponen en sus mesas la
escasez del pobre. Muchos pueden poner en las ofrendas incluso de lo robado, de
lo defraudado y, además, de lo que les sobra. Ponen más, según la mirada del
hombre, pero no hay mérito para Dios. El mérito que se les da es sólo humano,
un mérito manchado y podrido.
La mirada del hombre no es misericordiosa.
La lógica de la ley del mérito que aún se aplica en el mundo hoy, incluso en el
seno de las iglesias, no tiene nada de misericordia gratuita, no tiene ojos
misericordiosos. La ley del mérito que estaba vigente tanto en los tiempos de
Jesús como en muchos ambientes del mundo hoy, no puede ni sabe valorar la
ofrenda de la viuda pobre, lo que esta ofrenda implicaba para esta mujer cuya
escasez engordaba las mesas de los ricos que estaban ofrendando.
En las iglesias debemos tener cuidado en la
valoración de a quién concedemos el mérito, no sea que caigamos en el error de
darlo a los que acumulan, sea esta acumulación de dinero, de poder, de
inteligencia, de capacidades físicas. Ley del mérito humano. Mirada humana
confusa, equivocada.
Ante la mirada de los hombres, en la ofrenda
de la viuda no había mérito humano valorable. Quizás
una pequeña molestia de esta viuda que se acerca al arca de las ofrendas entre
los ricos del sistema, con la mirada en tierra, sin considerarse ni siquiera
digna de acercarse al arca del templo entre los ostentosos potentados, echa en
el arca todo, aunque algunos sólo vieron o, sólo alcanzaron a ver, dos blancas.
¡Qué pobreza de mirada tiene la humana! Los que miran desde esta sequedad,
desde esta mísera mirada humana, jamás van a entender el Evangelio que irrumpe
en nuestra historia con la figura de Jesús.
Las palabras de Jesús: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque
todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobraba; más
ésta de su pobreza echó todo el sustento que tenía”, deberían resonar no
solamente cuando pasamos la ofrenda entre los bancos de las iglesias, sino en
el mundo llamando a un compartir y a una búsqueda de justicia
Recordemos que hoy, al igual que siempre, el
arca de las ofrende para Dios no está sólo en los templos.
El arca de las ofrendas de hoy se encuentra en medio de los campos de
marginación y pobreza, entre los gritos de los marginados y crucificados del
sistema. Aquellos que ponen en estas arcas hasta que les duela y, a su vez, son
denunciadores como los profetas y buscadores de justicia, lo hacen por Él, por
el Señor. Por aquél que se mostró no como un héroe humano, sino como el
antihéroe más cercano a la viuda pobre que a los ricos ostentosos que se
acercaban al arca de las ofrendas del templo. Por aquél que nos predicó un Evangelio
para todos, pero que sólo nombró a un grupo específico: los pobres.
Señor, ayúdanos a mirar con tu mirada y nos
quedemos en la infravida de los que su mirada se deslumbra ante las riquezas y
sólo confían en el dinero.
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