Mañana es un gran día
Mañana
es un gran día. Yo lo recuerdo dando su sabiduría durante todo el año, desde
sus 24 años cuando lo conocí, hasta sus 59 años cuando murió dejando un vacío
que no entendí durante muchos años y que entregué mucho tiempo después,
llorando ante su tumba. Se trató de mi padre.
La
semilla de ese sistema que me ha servido de sustento y que ha marcado de modo
imborrable lo que soy, es decir, la familia, se plantó un 21 de septiembre de
1958, cuando mi padre, Cesáreo Apolinar Tejada Rodríguez, y mi madre, María del
Carmen Cruz, decidieron casarse.
Papá
tuvo el coraje y la valentía de enfrentar múltiples dificultades provenientes
de su hogar. Tenía un sentido de responsabilidad familiar muy elevado –incluyendo
el ser el sustento del hogar- que lo obligó a emigrar de un lugar a otro,
buscando un dorado que nunca llegaba. Cerca de veinte “mudanzas”, algunas de
las cuales ni recuerdo, son testimonio de este constante peregrinaje.
Sin
embargo, papá tenía un territorio firme que le servía de referencia constante:
el bienestar de sus hijos y su esposa y un pan del que disfrutó poco durante su
juventud: la educación escolar.
“Lo recuerdo como
un tipo honesto, tenía un gran sentido de amor a la justicia y a lo justo, muy
por encima de lo legal. Era muy trabajador, quizás un poco desorganizado, pero
era muy trabajador, como lo es ahora Ruth, Milton, Víctor… Lo que es la familia
de Apolinar se debe al amor al trabajo al que se dedicó y que no tuvo fronteras”, explicó el tío
Pucho en una entrevista que le realizamos en el 2007. “Ustedes son hijos del esfuerzo de Apolinar y Carmen. Él sin Carmen no
existía y viceversa”, añadió tío Pucho.
La
tía Fanny, una de sus hermanas que todavía vive, expresa que “Apolinar era de un carácter especial,
extraordinario. Cuando su mamá lo
necesitaba, ahí estaba él y estuvo hasta el último momento”.
La
parte jocosa de papá era ser muy expresivo en el amor a su esposa. En una
ocasión recuerdo que, caminando junto a él hacia la Iglesia, mamá se fue
delante, tendría ella unos 40 años y estaba en la flor de su juventud. Un
hombre que le pasa por el lado le dice dos o tres “piropos” y mi padre, con
orgullo, sólo comentó: “viste que buena elección hice, tu madre le gusta a
cualquiera”.
¿Qué
puedo testimoniar en mi vida de ese señor que conocí el 26 de Junio de 1959 y
que fue durante tantos años mi padre? Su amor al trabajo, una escala de valores
verticalmente vividos, un amor profundo por la justicia, una forma de vivir su
fe cristiana en donde su Dios era más bien el Dios de la Biblia y no el de las
tradiciones y esa rara mezcla de ternura y disciplina
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