El adicto al
trabajo
“El cementerio está lleno de gente
que se creyó imprescindible….”.
Cuando tenía 35 años me convertí en una persona “trabajólica”: adicta
al trabajo. Mi padre –hombre sabio- me llevó al cementerio y me dijo: “Mira,
está lleno de gente que se creyó imprescindible”. Debo confesar que me impactó,
pero también debo confesar que no le hice caso por casi dos décadas más.
Te pregunto: ¿Trabajas más de cuarenta horas a la semana? ¿Con
frecuencia te sientes cansado y estresado? ¿Dolor de espalda, de cabeza,
indigestión, fatiga crónica? ¿Te llevas trabajo a casa con mucha frecuencia,
incluyendo fines de semana, vacaciones, días de fiesta? ¿Te sientes culpable
cuando te diviertes o relaja? ¿Miras mal a los que no trabajan tanto como tú?
¿No tienes hora para llegar a casa? ¿Te cuesta trabajo decir que NO? ¿En tu
tiempo libre preferirías estar trabajando?
La adicción al trabajo es más frecuente de lo que podemos pensar. Un
adicto al trabajo está obsesionado. Es una actitud que le perjudica a él y a
otros. Es un monstruo que mina la salud, impide dormir, alimenta la codicia. Para
muchos, el trabajo es el camino mediante el cual encuentran aprobación,
respeto, éxito. Y se convierte en adicción.
Nos lleva a una incapacidad para descansar. Nos impulsa a ignorar
nuestras exigencias emocionales y espirituales. Nos convierte –ante la familia-
en personas que siempre tenemos prisa, de mal humor, indiferentes. Generalmente
es indicador de una baja autoestima.
La verdad es que la vida laboral debe gestionarse en una relación sana
con Dios, con la familia, el matrimonio, los amigos. Cuando no se mantiene este
equilibrio, el trabajo se convierte en un ídolo, un capataz terrible que nos
seca y nos saca la vida.
Como cristiano me permito
algunos consejos:
Primero. Vuelve a centrar tu vida en Dios. Busca tiempo diario para la
oración, la lectura de la Palabra de Dios, la meditación. Busca la guía de Dios
para tus actividades diarias. Pero asume esto como una relación y no como otro trabajo más en tu cotidianidad.
Segundo. Busca equilibrio. Evalúa las actividades de tu agenda cada semana y
cuáles de ellas son innecesarias y contribuyen a la adicción al trabajo. Equilibrio
es una palabra clave: equilibrio entre el trabajo y las relaciones. “Programa”
tiempo para el ocio.
Uso una especie de “latinazgo” para decir que Dios inventó el ocio y el
diablo el “negocio” o negación del ocio. No niegues el ocio en tu vida. Es
creativo, placentero.
Dedica tiempo a honrar a Dios, a participar en la Iglesia o en sus
actividades.
Tercero. Reduce el ritmo. Pon el pie en el freno y retíralo del acelerador.
Disminuye el ritmo cada día. Busca el descanso, el espacio para un poquito o un
poco de ejercicio, para seguir una dieta equilibrada. Introduce en tu agenda
actividades agradables para ti y tu familia.
Recuerda, no te angustie. Cambiar exige tiempo.
Cuarto, busca apoyo. Puede ser de un consejero,
en otros casos necesitarás la ayuda de un terapeuta.
La capacidad de trabajar, disfrutar del trabajo, ganar dinero, aportar
a otros, disfrutar el salario, compartirlo, es un don de Dios. El trabajo
equilibrado, honesto, sincero, honra a Dios. Pidamos a Dios que nos dé la
sabiduría suficiente para encontrar el equilibrio que necesitamos y podamos
estarnos quietos y saber que EL es Dios.
Término con una expresión de Eclesiastés 5:18:
“He visto que esto es lo
mejor que puede hacer uno: comer, beber y disfrutar de su trabajo durante la
corta existencia en esta tierra. Dios nos concede una vida breve y eso es todo
lo que tenemos”.
Que Dios te bendiga.
(Algunas ideas fueron tomadas de: Clinton
y Hawkins – Consejería Bíblica – Manual de Consulta sobre 40 temas críticos).
1 comentario:
Tremendo artículo felicidades hermano Milton y bendiciones
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