Sábados de fe y vida
ESCUCHAR PARA EDUCAR: EL ARTE DE HABLAR CON NUESTROS HIJOS
Una guía para padres que buscan transformar la comunicación en su hogar
El libro Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen de Adele Faber y Elaine Mazlish es mucho más que un manual de crianza: es una invitación a transformar la comunicación en el hogar. Surgido de talleres con padres, maestros y psicólogos, su propósito es brindar herramientas prácticas para que la convivencia con los hijos no se base en la imposición ni en la indiferencia, sino en la comprensión y el respeto mutuo. Como expresan las autoras, “nuestra meta más importante es la constante búsqueda de métodos que afirmen la dignidad y la humanidad tanto de los padres como de los hijos”.
Confieso que en la crianza de mis hijos no siempre fui un modelo de comunicación adecuada. Quizás por eso puedo
hablar desde el aprender de los errores, con la confianza de que otros no
cometan los míos.
Una de las enseñanzas fundamentales de
este libro es la importancia de reconocer y validar los sentimientos de los
niños. Con frecuencia, los padres reaccionan negando o corrigiendo las
emociones: “No puedes estar cansado, acabas de dormir” o “Ese programa no es
aburrido, fue educativo”. Sin embargo, estas respuestas desconectan a los hijos
de sus propias percepciones y generan frustración.
Otro eje central del libro es enseñar
a los padres que la cooperación se logra mejor sin amenazas ni largos discursos.
Los niños responden positivamente a mensajes claros y visuales: describir la
situación (“La leche se derramó en el piso”), dar información concreta (“el
juguete debe guardarse en su caja”), expresar sentimientos (“me molesta
encontrar zapatos en la sala”) o escribir notas de recordatorio (“apaga la luz
cuando salgas”). Estos métodos sustituyen el clásico regaño por herramientas
que invitan a la responsabilidad.
El libro dedica un capítulo a mostrar
caminos distintos al castigo tradicional. En lugar de sancionar con gritos o
privaciones, se sugieren alternativas como señalar una forma de ser útil,
expresar una desaprobación enérgica, pero sin atacar el carácter del niño,
indicar expectativas claras, ofrecer elecciones y permitir que los hijos
experimenten las consecuencias naturales de sus actos
Faber y Mazlish insisten en que los
padres no deben hacer todo por los hijos, sino darles espacio para crecer.
Fomentar la autonomía implica permitir que los niños tomen decisiones
(“¿Quieres ponerte los pantalones grises o los rojos?”), respetar sus
esfuerzos, no hacer demasiadas preguntas, no apresurarse a dar respuestas y
animarlos a buscar recursos fuera del hogar
Otro tema clave es cómo alabar a los
hijos. Una alabanza mal dirigida puede generar dependencia o presión. En
cambio, la recomendación es describir lo que se observa y reconocer el
esfuerzo, en lugar de emitir juicios globales como “Eres el mejor”. Por
ejemplo, decir “Ordenaste tus juguetes con mucho cuidado” ayuda al niño a verse
como alguien responsable, sin necesidad de buscar constantemente aprobación
externa.
El libro también aborda cómo evitar
encasillar a los hijos en roles rígidos (“el travieso”, “la responsable”, “el
flojo”). Tales etiquetas condicionan el desarrollo y dificultan la relación
entre hermanos. Para romper esos patrones, se sugiere mostrar nuevas
perspectivas, ofrecer oportunidades diferentes y destacar cambios positivos.
Al final, Cómo hablar para que los
niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen propone un cambio
profundo: pasar de la autoridad basada en el miedo a la autoridad basada
en la empatía, la comunicación y el respeto. Los ejemplos muestran que
los niños no necesitan sermones, sino adultos que sepan escuchar y guiar. Como
concluyen las autoras: “Lo que a las personas de cualquier edad les gusta
escuchar en un momento de aflicción no es una palabra de acuerdo o de
desacuerdo: necesitan que alguien reconozca lo que están experimentando”.
Esta obra conecta con la experiencia
real de los padres y ofrece recursos prácticos para la vida cotidiana. Su
mensaje es claro: una comunicación respetuosa no sólo mejora la convivencia
en el hogar, sino que prepara a los hijos para ser adultos seguros, responsables
y capaces de manejar sus emociones. Educar, en definitiva, es aprender a
escuchar con el corazón.
Faber, A., & Mazlish, E. (2007). Cómo
hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen.
Centro de Atención y Servicios Psicológicos VivirLibre.org.
GRATA VIDA
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