Desafío
a la fe cristiana:
El relativismo moral y la disolución de la identidad cristiana
Milton
Tejada C.
Terminó
el mes octubre. Inicio este noviembre con una reflexión fundamental para
nuestra vida cristiana: el NO que debemos dar al relativismo moral.
En
la sociedad contemporánea, donde las certezas se diluyen entre opiniones
cambiantes y el concepto de verdad se relativiza según intereses
personales, el fenómeno del relativismo moral ha adquirido una fuerza
determinante.
El
relativismo moral se refiere a la creencia de que no existen principios
morales universales, sino que cada individuo o grupo define lo correcto o
lo incorrecto de acuerdo con su contexto o conveniencia. Aunque se presenta
como una postura de tolerancia y libertad, en la práctica conduce a una
profunda crisis de referencia ética, donde todo parece justificable y
donde la verdad pierde su valor normativo. O, como dice Aleksandr Solzhenitsyn:
“El relativismo moral ha destruido las raíces de la sociedad; cuando el
hombre ya no distingue el bien del mal, el mal termina por dominarlo todo”
(Solzhenitzyn fue premio Nobel de Literatura y una de sus ideas recurrentes es
su crítica al relativismo moral que, según él, destruyen la conciencia del bien
y el mal).
Esta
semana leí un trabajo académico de Carlos Alberto Quinteros Roque
titulado Identidad cristiana y valores morales. En él, Quintero Roque
advierte que el relativismo moral representa uno de los desafíos más serios
para la fe cristiana actual, pues disuelve los fundamentos sobre los que se
construye la identidad cristiana.
Esta
identidad —más que una afiliación religiosa— constituye una forma de vida
orientada por el Evangelio y la aceptación de Jesús como Señor y Salvador,
donde el amor, la justicia, la compasión y la dignidad humana se convierten en
ejes de conducta. Cuando la moral se vuelve relativa, esos valores se
reducen a preferencias personales sin raíz trascendente, lo que debilita el
compromiso con la verdad y el bien común.
Este
proceso genera un vacío moral que afecta no solo a las personas, sino
también a las instituciones. Los jóvenes, educados en un ambiente donde
“todo es válido”, enfrentan la tentación de desvincular su fe de su práctica
diaria. El resultado es una existencia fragmentada: se profesa una
creencia, pero se vive otra.
El
relativismo termina sustituyendo el amor y la solidaridad por el egoísmo y la
utilidad, alimentando un individualismo que erosiona el sentido de comunidad.
En palabras de Quinteros, la identidad cristiana deja de ser faro moral y se
convierte en un recuerdo simbólico cuando se pierde la coherencia entre la
fe y las conductas y actitudes cotidianas.
El
relativismo moral también distorsiona la noción cristiana de libertad.
Mientras la fe enseña que la libertad auténtica consiste en elegir el bien y
rechazar el mal, el relativismo la reduce a la simple autonomía de decidir sin
referencia ética. Así, se confunde libertad con independencia absoluta y verdad
con opinión.
Para
el cristiano, la verdad y el amor son inseparables, y toda auténtica libertad
se construye en la búsqueda del bien común. Por ello, la identidad cristiana
se reafirma solo cuando la fe se traduce en acción moral, cuando el
creyente encarna los valores evangélicos en la vida cotidiana.
Reflexión
bíblica: verdad, libertad y testimonio
Desde
la perspectiva bíblica, el relativismo moral contradice directamente las
palabras de Jesús, escritas en nuestro escudo: “Conocerán la verdad, y la
verdad los hará libres” (Juan 8:32). En esta afirmación, Cristo revela
que la libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en vivir conforme a
la verdad divina que libera del error y del egoísmo. Cuando el hombre
rechaza esa verdad y convierte su conciencia en medida absoluta, cae en la
esclavitud de sus propios deseos. El relativismo, entonces, no libera; encadena
al yo y debilita la capacidad de amar auténticamente. UN DOMINICANO NO
DEBERÍA SER UN RELATIVISTA MORAL.
El
apóstol Pablo, consciente de este peligro, exhortaba a los cristianos de Roma: “No
se conformen a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su
mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y
perfecta” (Romanos 12:2). El discípulo de Cristo está llamado a resistir la
presión cultural que diluye los principios del Evangelio y a mantener una mente
renovada que discierna la verdad moral frente a las modas o ideologías del
momento. Esta renovación interior es el antídoto contra el relativismo, porque
reorienta la vida hacia lo que agrada a Dios y edifica a la comunidad.
Finalmente,
Jesús mismo advierte en el Sermón del Monte: “Vosotros sois la sal de la
tierra… Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:13-14). Cuando la
identidad cristiana se debilita, la sal pierde su sabor y la luz se oculta bajo
el relativismo. Recuperar esa identidad implica vivir la fe con coherencia,
humildad y firmeza moral, de modo que los valores cristianos vuelvan a
iluminar la sociedad. Solo así la verdad del Evangelio podrá seguir
transformando corazones y reconstruyendo el tejido ético de un mundo que,
aunque cambiante, sigue necesitando dirección, esperanza y amor verdadero.
GRATAVIDA
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