martes, julio 26, 2011

Desde otra óptica / Una familiar intransigencia

Una familiar intransigencia

Francia 1789:deuda pública 8 veces mayor que sus ingresos fiscales

Velia Govaere Vicarioli, Catedrática UNED

23/07/2011

Hay páginas que no se olvidan. En Francia es el 14 de julio. Pero no es ya solamente francesa la gloriosa revolución, parte aguas universalmente entre la sociedad de castas del régimen monárquico feudal y la construcción del concepto de ciudadanía, pilar ético del Estado de derecho. Bajo la bandera de libertad, igualdad y fraternidad de aquellos acontecimientos, brillan horas de nobleza y heroísmo, pero tampoco faltan manchas sangrientas de brutales extremismos sembrados por la intransigencia. Escondida entre sombras, en ese lienzo de dramáticos claroscuros, queda prosaica la situación política que generó los tumultos: el déficit fiscal.

La fiesta continuó. Ya era deplorable el estado de las finanzas públicas de Francia, cuando Luis XVI subió al trono, en 1774. Pero la fiesta continuó. Se siguió gastando por encima de los ingresos y acudiendo al endeudamiento para suplir un creciente déficit público. En 1788, la catástrofe financiera era inminente. Y así se acercó 1789. La monarquía necesitaba una reforma fiscal con carácter de urgencia. Pero nadie quería pagar y en la intransigencia se sembró una revolución.

El Estado francés tenía una deuda pública 8 veces mayor que sus ingresos fiscales. El 62% del presupuesto de gastos estaba amarrado al servicio de la deuda. Con el 30% comprometido con la manutención de corte y milicia, restaba apenas un 9% de los ingresos para cubrir los otros servicios del Estado. Esto creaba un déficit fiscal de más del 30% anual, que se cubría con endeudamiento. ¿Nos suena familiar?

Las razones de la sinrazón. En 1786, la Corona había intentado inútilmente convencer a los estratos pudientes, con dramáticas cifras a mano, para que contribuyeran a las finanzas públicas. Misión imposible. Clero y Nobleza alegaron las razones de la sinrazón. Suele ocurrir siempre que se toca los bolsillos. El pueblo llano –el sufrido “Tercer Estado”– no podía con mayores sacrificios. A falta de alternativas, la monarquía no tuvo más remedio que convocar a los Estados Generales, aquella forma imperfecta de representación de los tres órdenes sociales que era jurídicamente el único órgano con capacidad de aprobar una reforma fiscal. Desde hacía 174 años ningún monarca se había atrevido a despertar esa conciencia colectiva, posiblemente indómita, pues el hambre tenía, esta vez, como fermento ideológico el Siglo de las Luces.

Aldea por aldea y barrio por barrio, los franceses eligieron a sus delegados, con el mandato de representar sus dolencias y quebrantos, redactados por escribanos en sendos cuadernos que aún muestran como la barca del Estado francés hacía aguas por todas partes. ¿Suena familiar? ¿Qué dirían los cuadernos de dolencias si se escribieran en la Costa Rica de hoy?

El resto es historia conocida. La resistencia al cambio provocó estallidos que llegaron siempre más lejos de lo que cualquier protagonista pudo haber originalmente esperado. Robespierre jamás se visualizó a sí mismo, en 1789, cortando cabezas en el reinado del terror, en 1793. Apenas cuatro años después de la caída de la Bastilla, la intransigencia probó hasta donde pueden llegar las cosas cuando, ante los cambios que urgen, nadie quiere asumir sus costos. El patear la pelota, el posponer decisiones perentorias, el nadadito de perro –tan popular en nuestros lares–, el no asumir responsabilidades, todo eso generó en aquella época un semillero de extremismos. ¿Habremos aprendido algo, desde entonces?

Este mes de julio, conmemoramos el 222 aniversario de la toma de la Bastilla. Cabe preguntarse, sin embargo, cuánta sangre, sudor y lágrimas se hubieran podido ahorrar, si en vez de tanta disposición heroica a morir, hubiera simplemente habido un poco más de la también heroica voluntad de hacer concesiones razonables. Seré tal vez ligeramente ahistórica al presumir que eso hubiera implicado mil veces menos sacrificios que los que todos tuvieron que pagar, a la postre. Pero, a veces, solo así se aprende. Si es que se aprende.

Apuntado quedó en los anales de la historia que de la Revolución Francesa no surgió un Estado democrático, y que Francia tardó todavía 80 años más para lograrlo, en su tercer intento republicano.

¿De qué estoy hablando? ¿Por qué una página histórica en medio de tanto problema nacional perentorio? ¡Cuidado! Como decía Horacio, “con nombre cambiado, la historia habla de nosotros” –Quodrides? Mutato nomine, de te fabula narratur , escribiría un maestro–.

Una conmemoración histórica, en la hora que vivimos, nos habla el mismo lenguaje de nuestra familiar intransigencia cotidiana.

Desde otros tiempos, desde otras tierras, esa voz nos advierte que la intransigencia siempre termina en destinos no deseados.

(Tomado de La Nación - Costa Rica, con autorización de su autora).

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