El cristiano ES y ACTUA como santo…
El jueves pasado participamos en el culto de la Iglesia Cristiana y se organizó en torno a “inquietudes”. Fue una ocasión para hacer preguntas que nos inquietan. “¿Sólo se salvarán 144 mil?”, “Acepté a Cristo, pero no estoy casada y siento que estoy en falta… a qué se debe este sentir?”, “¿Por qué la Biblia dice que sin santidad no se entra a la gloria de Dios, qué significa?”…. una pregunta tras otra, pero esta de la santidad implica nuestro tema de hoy.
En el bautismo explicamos a la gente de que al aceptar al Señor es santo y entra en un camino de “santificación”. “Ya eres santo –le decimos- porque has decidido apartarte para el Señor, Él te escogió. Eres hombre nuevo… Eres (ontológico decimos en filosofía), pero también hay un camino, un proceso de santificación, la santidad de que has sido revestido afecta tu actuar (la moral, diríamos en filosofía). Ese camino hoy –en el bautismo- lo presentas a la comunidad, públicamente te comprometes a caminar en el Señor…”.
Retengan estas dos dimensiones: la santidad afecta el ser y afecta el actuar.
La santidad en la Biblia
En las Sagradas Escrituras, en sentido estricto, sólo Dios es santo. Esa condición espiritual, majestuosa y eterna, es exclusiva de Dios:
“Ustedes, por tanto, se santificarán y serán santos, porque yo soy santo…” (Lev 11,44);
“Habla a toda la congregación de los hijos de Israel y diles: Santos serán, porque santo soy yo Jehová su Dios” (Lev 19,2 y ver Lev 20:26; 21:8. También Is 6:3);
La santidad es, pues, sobrenatural. Significa que excede nuestras posibilidades humanas, que va más allá de lo que podemos hacer o ser. Somos, por naturaleza, lo no-santo.
Sin embargo…
Dios Santo puede santificar al hombre, que es su imagen, haciéndole participar por gracia de la vida divina.
¿Cómo somos santificados por Dios?
En primer lugar, somos santificados por Jesús. El es el santo entre nosotros (Lc 1:35; 4,1). Ante Él somos pecadores (Is 6:3-6 y Lc 5,8). Es por su pasión, su resurrección, su ascensión y el Espíritu Santo que nos santifica (Jn 17:19). Somos santos porque tenemos la unción de Jesús…. Pero fíjense bien en esta palabrita que es objeto de confusión para muchos de nosotros: somos santos…
El cristiano ES santo…
«Lo que nace de la carne es carne, pero lo que nace del Espíritu es espíritu» (Jn 3,6). Al nacer de nuevo eres hecho hombre/mujer nuevos. Los cristianos somos realmente «hombres nuevos», «nuevas criaturas» (Ef 2,15; 2 Cor 5,17), «hombres celestiales» (1 Cor 15,45-46), «nacidos de Dios», «nacidos de lo alto», «nacidos del Espíritu» (Jn 1,13; 3,3-8). Es el nacimiento lo que da la naturaleza. Y nosotros, que nacimos una vez de otros hombres, y de ellos recibimos la naturaleza humana, después en Cristo y en la Iglesia, por el agua y el Espíritu, nacimos una segunda vez del Padre divino, y de él recibimos una participación en la naturaleza divina (1 Pe 1,4).
El hombre el viejo, el terrenal, el que fracasó por el pecado, fue creado así al comienzo del mundo: «Formó Yavé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue el hombre ser animado» (Gén 2,7). Y el hombre nuevo, el celestial, en la plenitud de los tiempos, fue formado así por Jesucristo, el segundo Adán: «Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22).
En síntesis, que “santos” equivale a apartados. Somos aquellos que Dios ha puesto en el mundo para que le glorifiquen entre los hombres. Algunas precisiones:
· Capaces de un buen obrar como testimonio de la Gloria de Dios en su vida;
· No impecables, no perfectos, pero apartados como propiedad de Dios para que proclamemos “las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped 2:9).
· Implica a todo creyente. Somos santos porque estamos en Cristo, que es nuestro lugar de vida espiritual;
· Pertenecemos al pueblo santo de Dios;
· Somos el templo en el que Dios manifiesta su presencia.
El nuevo ser pide un nuevo obrar…
Ahora los cristianos somos santos porque tenemos «la unción del Santo» (1 Jn 2,20; +Lc 3,16; Hch 1,5; 1 Cor 1,2; 6,19). Al comienzo se llamaba «santos» a los cristianos de Jerusalén (Hch 9,13; 1 Cor 16,1), pero pronto fue el nombre de todos los fieles (Rm 16,2; 1 Cor 1,1; 13,12). Se trata ante todo, está claro, de una santificación que afecta al ser; pero es ésta justamente la que hace posible y exige una santificación moral, la que afecta al obrar: «Sed santos, porque yo soy santo» (Lev 19,3; 1 Pe 1,16; +1 Jn 3,3). El nuevo ser pide un nuevo obrar (actuar según lo que eres). «Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Tes 4,3; 2 Cor 7,1; Ap 22,11).
Santos no ejemplares
El Espíritu de Jesús quiere santificar al hombre entero. Nos toca un compromiso: crecer.
Sin embargo, hay ocasiones en que hay importantes carencias -de salud mental, formadores, historias que dañan-. Dios no las quiere, pero Dios las permite. La Gracia de Dios en cada uno de nosotros, aunque seamos obedientes, no necesariamente sana todas nuestras atrofias humanas, consecuencia del pecado. A veces se constituyen en motivos de sufrimiento. En este sentido, se trata de “santos no ejemplares”.
¡Ojo! Hay una diferencia entre el santo no ejemplar y el pecador. Mientras el santo no ejemplar no está satisfecho de su condición, el pecador busca culpar a otros, se justifica, se conforma con su modo de ser (“lo que hago no es malo”, o “no es tan malo”, “la culpa la tienen otros”, “mi naturaleza es así”.
Muchos de nosotros, en algún aspecto de nuestra vida, somos “no ejemplares”, pero somos de los santos del Señor.
1 comentario:
Me encanto la parte que especifica que somo santos no ejemplares' porque eso nos divorcia de la falsa idea de que tenemos que ser perfectos, intachables..cuando en realidad somos seres vulnerables en proceso de santificacion.
Buen articulo!
Bendiciones
Tere
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