Margaret R. Grigsby nos lleva a un recorrido por tres emociones a las que llama hijas de la comparación: los celos, la envidia y el resentimiento están presentes y son grandes inhibidores del bienestar y de la convivencia sana. Para superarlas, hay que reconocerlas. Buen fin de semana y que lo disfruten.
Emociones
hijas de la comparación
En la vida
cotidiana las comparaciones parecen colarse por todos lados. La gente compara tanto los símbolos externos,
como el auto o la casa, con lo que cada
quien asume que el otro puede, hace, tiene, etc. Esa comparación a veces puede ser positiva y
estimular a un cambio. Pero muchas veces
se vuelve una trampa que envuelve con sus redes y le da una sensación
permanente de vacío a quien se obsesiona con la comparación.
Es muy rara la
persona que aceptará que siente celos de un colega o envidia de un amigo o
resentimiento ante un jefe. Pero lo
cierto es que esas emociones, generadas muchas veces por la comparación,
existen, están presentes y frecuentemente son grandes inhibidores del bienestar
y del progreso. Para poder controlarlas,
toca reconocerlas y aceptarlas.
Cada una de
ellas es diferente.
Los celos, los
de Otelo, son hijos de la posesividad y alimentados por la sospecha. La sospecha carcome y da un filtro siniestro
a través del cual juzgar los actos del otro.
Se siente celos cuando se tiene temor, creencia o sospecha (infundados o
reales) de que se está en riesgo de
perder a alguien: su atención, su
afecto, su amor, su preferencia, su respeto, su admiración o cualquier otra
cosa de la cual entienda es merecedor la víctima de los celos. Los celos siempre son una triangulación, sea
en el entorno laboral, familiar o de pareja.
Freud decía que los celos están basados en las experiencias de la
infancia. Los celos tienen compañeritos
tales como la tristeza, la ira, el miedo
y la humillación. Todo ello,
producido por nuestra mente. A mi
hermanito mi mamá le dio el pedazo de tarta mas grande = lo quiere más que a
mi.
La envidia es
primita de los celos. Dice el profesor
Richard Smith que la envidia es fea y corrosiva. Por supuesto que si, la envidia no te deja
disfrutar nada. Siempre el pasto del
vecino será mas verde. La envidia tiene
que ver con algo que el otro tiene y yo no.
Mi primito tiene el último juego de WII, el que yo más quería. A medida que pasan los años esto se traduce a
cualquier variedad de objetos: es más
guapo, gana más, tiene mejor coche, tiene una familia más bonita, tiene todo el
tiempo para irse de viaje y así ad infinitum.
Y la última,
pero no menos dañina emoción de comparación es el resentimiento. El resentimiento va aniquilando, porque es
como una vivienda llena de cosas viejas e inútiles, que arrinconan a las cosas
útiles y no las dejan funcionar bien. El
resentimiento es buen compañerito de los celos y de la envidia, también existe
por si solo por otra motivaciones, pero además tiene una capacidad acumulativa
sumamente destructiva. Es ira no
resuelta sobre un acontecimiento negativo que te ha sucedido. Es la incapacidad
para perdonar, dejar pasar y olvidar. El resentimiento nos tapa la puerta al
progresar, evolucionar, dejar atrás, acoger lo nuevo bueno. El resentimiento esencialmente nos cierra la
puerta a oportunidades de bienestar. A
veces nos lleva a depresión, a
reacciones absurdas, a odio.
Aquellos que
funcionan con el viejo dicho de divide y vencerás precisamente capitalizan
sobre estas emociones. Desbalancean a
todo mundo generando celos, envidia y resentimiento. Siempre me he preguntado cuan victoriosa es
esa victoria, pero bueno, eso es otro tema.
Bertrand
Russell el filósofo británico, dijo que Napoleón envidiaba al César, el César
envidiaba a Alejandro y Alejandro envidiaba a Hércules, que ni siquiera
existió.
Siempre va a
haber algo o alguien ++++: mejor, más bonito, más inteligente, con más
capacidad…
¿Cómo andamos
de emociones comparativas? ¿qué efecto
tiene en su vida?
(Tomado de: http://www.elfinancierocr.com/blog/coaching/).
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