domingo, febrero 19, 2012

Desde otra óptica / México, década perdida




México: Década de oportunidades perdidas

Por: Humberto Roque Villanueva I Agencia Reforma

La década de los ochenta fue considerada en el conjunto de países que integran América Latina como una década perdida. Recordemos que el boom crediticio originado en el reciclamiento de los petrodólares, que hizo la banca internacional, terminó cuando el precio de diversas materias primas, particularmente el petróleo, empezó a descender.

Este proceso coincidió con la más alta inflación que registraron países desarrollados, como el mismo Estados Unidos que tuvo durante el periodo de 1979 a 1982 tasas muy altas. Consecuentemente, las tasas de interés internacionales llegaron a ser de dos dígitos. Evidentemente, todos los países que se habían visto beneficiados del boom crediticio ahora caerían en graves crisis financieras. Es oportuno recordar que fue precisamente a principios de los ochenta cuando se puso de moda el término de estanflación, que fue otra de las características de la llamada década perdida.

El término se originó entre los estudiosos de la economía norteamericana y puso fin momentáneo a la corriente keynesiana, que aparentemente descuidaba la inflación con tal de favorecer al crecimiento económico. El fenómeno, pues, nos habla de una economía que podría estar sufriendo, al mismo tiempo, bajas tasas de crecimiento y altas tasas de inflación. Este proceso fue particularmente doloroso para los países de América Latina, que alcanzaron tasas un poco superiores a 3 mil por ciento en Argentina y de casi el mismo rango en Brasil, siendo para México el peor año, el de 1987, de prácticamente 160 por ciento de inflación anual. Fueron los tiempos del Plan Austral para Argentina, del Plan Bresser para Brasil y, en el caso de México, del Pacto de Solidaridad Económica que se firmó en diciembre de 1987.

Independientemente de las raíces del proceso económico de cada país latinoamericano, resaltan las similitudes que tienen que ver con lo que hemos venido llamando la década perdida de 1980 a 1989; además de lo señalado en materia de inflación, nuestros países también sufrieron serias deficiencias en materia de crecimiento económico.

Brasil, que había tenido un comportamiento extraordinario con un crecimiento de 8.6 por ciento en la década de 1970-1979, bajó a 2.3 por ciento, diez años después. Argentina, a su vez, bajó de 2.7 a 1 por ciento en los mismos referentes, mientras que México redujo su crecimiento de 6.4 a 1.4 por ciento.

Los problemas de la deuda externa de las economías emergentes no se concretaron a América Latina. Por ejemplo, la emisión de los bonos Brady, bonos denominados en dólares estadounidenses y emitidos por un mercado emergente con la garantía de bonos de cupón cero del tesoro de Estados Unidos, que surgieron como parte de un esfuerzo en la década de los ochenta para reducir la deuda de los países en vías de desarrollo, incluyó a países como Argentina, Brasil, Bulgaria, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, Jordania, desde luego México, Marruecos, Nigeria, Perú, Filipinas, Uruguay y Vietnam. Como se ve, el problema que resentimos de manera muy particular en América Latina fue también un fenómeno que abarcó otras regiones del mundo.

Sin embargo, para el caso de México, la verdadera década perdida se presenta de 2001 a 2010, donde ahora no vamos acompañados por el resto de América Latina, que en estos años alcanzó mejores cifras de crecimiento que México y obtuvo tasas declinantes en la inflación al igual que nosotros.

En esta década caímos del noveno al lugar catorce dentro de las economías más grandes; de igual manera, hemos perdido 24 lugares en el índice de competitividad que elabora el Foro Económico Mundial. Agreguemos que hoy hay cinco millones de mexicanos más viviendo en pobreza de los que había en 2000 y que entre 2001 y 2010 se duplicaron tanto la tasa de desempleo general como la de desempleo juvenil (la primera aumentó de 2.5 a 5.3 por ciento y la segunda creció de 4.8 a 10 por ciento). En síntesis, en esta década, el crecimiento poblacional (1.7 por ciento) empató a la tasa de crecimiento del PIB, también de 1.7 por ciento, nulificando cualquier posibilidad de mejoramiento de la población. Ningún dato reflejaría mejor la tragedia de una década perdida.

Pero lo más grave no está en esta serie deprimente de fracasos. Lo verdaderamente trágico está en el desperdicio de los recursos y las oportunidades. Desperdicio que se puede apreciar en el agotamiento del complejo de Cantarell, la reducción de la plataforma de explotación petrolera y en la creciente importación de gasolinas; y lo más grave, la pérdida parcial del bono demográfico que se diluye en las altas tasas de desempleo y en el preocupante ascenso de la economía informal.

Nunca en toda nuestra historia económica habíamos dispuesto de tan ingente cantidad de dólares, proveniente de la exportación petrolera a los más altos precios internacionales del crudo; de las extraordinarias remesas de los mexicanos trabajando en Estados Unidos y de la consistente corriente exportadora de la planta industrial que fue madurando desde nuestro ingreso al GATT y la puesta en práctica del Tratado de Libre Comercio con América del Norte. Nunca habíamos disfrutado de las más bajas tasas de interés nacional e internacionales. Compárese por un momento las tasas internacionales de los ochenta que fueron de dos dígitos, con las cercanas a cero de la actualidad, con la consiguiente ventaja en el pago de los intereses de la deuda pública externa y en la reducción de la inflación doméstica.

Con referencia a la disponibilidad de dólares se cumplió a la mitad el sueño de López Portillo de administrar la abundancia, porque por primera vez en nuestra vida independiente la necesidad de divisas para garantizar la compra de bienes de capital e intermedios y, con ello, promover el crecimiento económico sin la restricción tradicional en la cuenta corriente de la balanza de pagos, se satisfizo en la década de 2001 a 2010. Estamos hablando que la suma de los ingresos registrados en la cuenta corriente durante estos años registró una cifra de 2 mil 632.66 millones de dólares que sumados a los datos de la inversión extranjera directa y de portafolio, alcanza un monto cercano a los 3 billones de dólares.

La disponibilidad en los ingresos de la cuenta corriente tiene contrapartida en los gastos; pero precisamente es ahí donde intervienen las buenas políticas económicas que privilegien la inversión, favorezcan la productividad en la estructura productiva y mantengan competitivo el tipo de cambio. Esto, además de reconocer que miles de millones de dólares no tienen contrapartidas como el caso de las remesas, y que su monto en un solo año representa más que toda la deuda pública externa heredada del sexenio de Luis Echeverría.

Esta inyección al consumo de los pobres ha hecho más que todos los programas de combate a la pobreza del gobierno federal. Sin embargo, ni esta corriente unilateral de ingresos, ni la multiplicación por tres del Presupuesto de Egresos de la Federación ha logrado impactar significativamente en el crecimiento del Producto Interno Bruto. Paradoja difícil de explicar la de que a mayor incremento del gasto público correspondieron años de crecimiento mediocre y, en algunos casos, negativo.

No podemos desconocer el efecto de la crisis global iniciada en Estados Unidos a partir de 2008, pero no deja de llamar la atención que fuimos el país de América Latina que resintió con mayor profundidad los efectos de dicho fenómeno. Tampoco podemos ocultar que en esta verdadera década perdida hemos crecido a una tasa menor que el promedio de Latinoamérica.

Por otra parte, a diferencia de los ochenta, cuando el precio internacional del petróleo llegó en 1986 a una cifra cercana a los 11 dólares por barril, en la década reciente el petróleo mantuvo una tendencia alcista con precios sin precedente y sólo en 2009 redujo ligeramente su cotización para recuperarla después a niveles superiores de 100 dólares por barril. Sería extenuante continuar con los ejercicios comparativos entre las dos décadas que hemos utilizado como referentes.

Nos queda la angustiante tarea de entender sin prejuicios ideológicos ni partidistas el porqué de la tragedia de la década de las oportunidades perdidas. El autor fue dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional y senador de la República.

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