México: Década de oportunidades perdidas
Por: Humberto Roque Villanueva I Agencia Reforma
La década de los ochenta fue considerada en el
conjunto de países que integran América Latina como una década perdida.
Recordemos que el boom crediticio originado en el reciclamiento de los
petrodólares, que hizo la banca internacional, terminó cuando el precio de
diversas materias primas, particularmente el petróleo, empezó a descender.
Este proceso coincidió con la más alta inflación
que registraron países desarrollados, como el mismo Estados Unidos que tuvo
durante el periodo de 1979 a 1982 tasas muy altas. Consecuentemente, las tasas
de interés internacionales llegaron a ser de dos dígitos. Evidentemente, todos
los países que se habían visto beneficiados del boom crediticio ahora caerían
en graves crisis financieras. Es oportuno recordar que fue precisamente a
principios de los ochenta cuando se puso de moda el término de estanflación,
que fue otra de las características de la llamada década perdida.
El término se originó entre los estudiosos de la
economía norteamericana y puso fin momentáneo a la corriente keynesiana, que
aparentemente descuidaba la inflación con tal de favorecer al crecimiento
económico. El fenómeno, pues, nos habla de una economía que podría estar
sufriendo, al mismo tiempo, bajas tasas de crecimiento y altas tasas de
inflación. Este proceso fue particularmente doloroso para los países de América
Latina, que alcanzaron tasas un poco superiores a 3 mil por ciento en Argentina
y de casi el mismo rango en Brasil, siendo para México el peor año, el de 1987,
de prácticamente 160 por ciento de inflación anual. Fueron los tiempos del Plan
Austral para Argentina, del Plan Bresser para Brasil y, en el caso de México,
del Pacto de Solidaridad Económica que se firmó en diciembre de 1987.
Independientemente de las raíces del proceso
económico de cada país latinoamericano, resaltan las similitudes que tienen que
ver con lo que hemos venido llamando la década perdida de 1980 a 1989; además de
lo señalado en materia de inflación, nuestros países también sufrieron serias
deficiencias en materia de crecimiento económico.
Brasil, que había tenido un comportamiento
extraordinario con un crecimiento de 8.6 por ciento en la década de 1970-1979,
bajó a 2.3 por ciento, diez años después. Argentina, a su vez, bajó de 2.7 a 1
por ciento en los mismos referentes, mientras que México redujo su crecimiento
de 6.4 a 1.4 por ciento.
Los problemas de la deuda externa de las
economías emergentes no se concretaron a América Latina. Por ejemplo, la
emisión de los bonos Brady, bonos denominados en dólares estadounidenses y
emitidos por un mercado emergente con la garantía de bonos de cupón cero del
tesoro de Estados Unidos, que surgieron como parte de un esfuerzo en la década
de los ochenta para reducir la deuda de los países en vías de desarrollo,
incluyó a países como Argentina, Brasil, Bulgaria, Costa Rica, República
Dominicana, Ecuador, Jordania, desde luego México, Marruecos, Nigeria, Perú,
Filipinas, Uruguay y Vietnam. Como se ve, el problema que resentimos de manera
muy particular en América Latina fue también un fenómeno que abarcó otras
regiones del mundo.
Sin embargo, para el caso de México, la verdadera
década perdida se presenta de 2001 a 2010, donde ahora no vamos acompañados por
el resto de América Latina, que en estos años alcanzó mejores cifras de
crecimiento que México y obtuvo tasas declinantes en la inflación al igual que
nosotros.
En esta década caímos del noveno al lugar catorce
dentro de las economías más grandes; de igual manera, hemos perdido 24 lugares
en el índice de competitividad que elabora el Foro Económico Mundial.
Agreguemos que hoy hay cinco millones de mexicanos más viviendo en pobreza de
los que había en 2000 y que entre 2001 y 2010 se duplicaron tanto la tasa de
desempleo general como la de desempleo juvenil (la primera aumentó de 2.5 a 5.3
por ciento y la segunda creció de 4.8 a 10 por ciento). En síntesis, en esta
década, el crecimiento poblacional (1.7 por ciento) empató a la tasa de
crecimiento del PIB, también de 1.7 por ciento, nulificando cualquier
posibilidad de mejoramiento de la población. Ningún dato reflejaría mejor la
tragedia de una década perdida.
Pero lo más grave no está en esta serie
deprimente de fracasos. Lo verdaderamente trágico está en el desperdicio de los
recursos y las oportunidades. Desperdicio que se puede apreciar en el
agotamiento del complejo de Cantarell, la reducción de la plataforma de
explotación petrolera y en la creciente importación de gasolinas; y lo más
grave, la pérdida parcial del bono demográfico que se diluye en las altas tasas
de desempleo y en el preocupante ascenso de la economía informal.
Nunca en toda nuestra historia económica habíamos
dispuesto de tan ingente cantidad de dólares, proveniente de la exportación
petrolera a los más altos precios internacionales del crudo; de las
extraordinarias remesas de los mexicanos trabajando en Estados Unidos y de la
consistente corriente exportadora de la planta industrial que fue madurando desde
nuestro ingreso al GATT y la puesta en práctica del Tratado de Libre Comercio
con América del Norte. Nunca habíamos disfrutado de las más bajas tasas de
interés nacional e internacionales. Compárese por un momento las tasas
internacionales de los ochenta que fueron de dos dígitos, con las cercanas a
cero de la actualidad, con la consiguiente ventaja en el pago de los intereses
de la deuda pública externa y en la reducción de la inflación doméstica.
Con referencia a la disponibilidad de dólares se
cumplió a la mitad el sueño de López Portillo de administrar la abundancia,
porque por primera vez en nuestra vida independiente la necesidad de divisas
para garantizar la compra de bienes de capital e intermedios y, con ello,
promover el crecimiento económico sin la restricción tradicional en la cuenta
corriente de la balanza de pagos, se satisfizo en la década de 2001 a 2010.
Estamos hablando que la suma de los ingresos registrados en la cuenta corriente
durante estos años registró una cifra de 2 mil 632.66 millones de dólares que
sumados a los datos de la inversión extranjera directa y de portafolio, alcanza
un monto cercano a los 3 billones de dólares.
La disponibilidad en los ingresos de la cuenta
corriente tiene contrapartida en los gastos; pero precisamente es ahí donde
intervienen las buenas políticas económicas que privilegien la inversión,
favorezcan la productividad en la estructura productiva y mantengan competitivo
el tipo de cambio. Esto, además de reconocer que miles de millones de dólares
no tienen contrapartidas como el caso de las remesas, y que su monto en un solo
año representa más que toda la deuda pública externa heredada del sexenio de
Luis Echeverría.
Esta inyección al consumo de los pobres ha hecho
más que todos los programas de combate a la pobreza del gobierno federal. Sin
embargo, ni esta corriente unilateral de ingresos, ni la multiplicación por
tres del Presupuesto de Egresos de la Federación ha logrado impactar
significativamente en el crecimiento del Producto Interno Bruto. Paradoja difícil
de explicar la de que a mayor incremento del gasto público correspondieron años
de crecimiento mediocre y, en algunos casos, negativo.
No podemos desconocer el efecto de la crisis
global iniciada en Estados Unidos a partir de 2008, pero no deja de llamar la
atención que fuimos el país de América Latina que resintió con mayor
profundidad los efectos de dicho fenómeno. Tampoco podemos ocultar que en esta
verdadera década perdida hemos crecido a una tasa menor que el promedio de
Latinoamérica.
Por otra parte, a diferencia de los ochenta,
cuando el precio internacional del petróleo llegó en 1986 a una cifra cercana a
los 11 dólares por barril, en la década reciente el petróleo mantuvo una
tendencia alcista con precios sin precedente y sólo en 2009 redujo ligeramente
su cotización para recuperarla después a niveles superiores de 100 dólares por
barril. Sería extenuante continuar con los ejercicios comparativos entre las
dos décadas que hemos utilizado como referentes.
Nos queda la angustiante tarea de entender sin
prejuicios ideológicos ni partidistas el porqué de la tragedia de la década de
las oportunidades perdidas. El autor fue dirigente nacional del Partido
Revolucionario Institucional y senador de la República.
(Tomado de: http://www.criteriohidalgo.com/notas.asp?id=79392).
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