En Acento.com.do Isidoro Santana, un
moderado de la economía, nos explica que en los últimos tres
años el país ha recibido 9,000 millones de dólares en remesas y otros 6,000
millones en crédito al sector público, período en el cual las reservas netas del Banco Central apenas se incrementaron en unos
900 millones. El resto de todas esas divisas fue destinado a nutrir la voraz propensión al consumo de una clase media y alta que ya no concibe
la vida sin yipetas y viajes de turismo, mientras los trabajadores industriales
se quedan sin empleo y los agricultores abandonan la actividad, por no
encontrar mercado a sus productos que resulta más barato traerlos del exterior.
Un país como la República Dominicana,
que recibe tanto dinero externo en remesas y en capitales, debería tener muy
altas reservas monetarias. Si las políticas públicas se llevaran a cabo con el
ojo puesto en el empleo y la producción, más que en las siguientes elecciones,
nuestro país debería tener más reservas monetarias, en términos relativos, que
China o Japón.
Las remesas, que tanto bien hacen a
tantos hogares dominicanos, constituyen por otro lado un ingrediente que
enturbia el mercado cambiario, al constituir una fuente de oferta que puede
competir a cualquier precio, generando un equilibrio a un tipo de cambio
inferior al que resultaría del esfuerzo productivo, sacando de competencia a
múltiples actividades del normal funcionamiento de la economía.
Como resultado, es posible que el
efecto económico de las remesas sea muy diferente del que se piensa; que lo que
las mismas ingresan a la economía como aporte de divisas lo estén sustrayendo
por otro lado, y que le estén quitando al país demanda de trabajo formal a la
mano de obra en magnitud parecida a la que le restan por vía de la emigración.
Este mecanismo de distorsión del
mercado cambiario por vía de una fuente gratis o muy barata de oferta de
divisas se conoce en economía como enfermedad holandesa. Es probable que la
mayoría de esos migrantes estuvieran trabajando productivamente aquí si
estuvieran funcionando los sectores que quiebran o no se desarrollan por
efectos de esa enfermedad.
Cuando los gobiernos están conscientes
del potencial negativo de la enfermedad holandesa, entonces procuran
esterilizar el excedente de divisas en el mercado. No se les puede pedir a los
migrantes que no envíen remesas, pero las autoridades monetarias lo que hacen
es comprar el excedente de oferta, acumulando reservas internacionales, para
que la tasa de cambio no baje, pues el impacto puede ser muy negativo para el
aparato productivo cuando se deja la sobreoferta actuar en el mercado,
Este impacto puede ser catastrófico si
adicionalmente se permiten o estimulan otras fuentes de sobreoferta,
adicionales a las remesas, como la entrada indiscriminada de capitales.
En este caso la nueva causa de
sobrevaluación real de la moneda se origina en la política macroeconómica, lo
cual ha sido común en algunos países poco preocupados por su competitividad,
como la República Dominicana. La mayoría de los países tratan de evitar este
fenómeno, y en las últimas décadas algunos han puesto restricciones al ingreso
de capitales, excepto cuando se trate de inversiones directas para el aumento
de la oferta productiva. Se han aplicado encajes, impuestos y restricciones
cuantitativas a las entradas de capitales.
En la República Dominicana todos los
capitales son bienvenidos. No importa que sean limpios o sucios, que provengan
por medio de inversiones directas, colocación de bonos públicos y préstamos
bancarios y de organismos oficiales, así como capitales especulativos. Todos
han sido acogidos. Y ello se estimula además por medio de una tasa de interés
real anormalmente alta en el contexto internacional, capaz de inducir un flujo
neto positivo. A ese tipo de interés, los agentes económicos prefieren
endeudarse en el exterior y depositar en el país.
El flujo positivo de capitales
desplaza la curva de oferta de divisas en el mismo sentido que la enfermedad
holandesa, deprimiendo la tasa de cambio real. Pero en este caso el daño al
aparato productivo es por doble vía: la sobrevaluación abarata el costo para el
competidor extranjero, y la alta tasa de interés eleva el costo para el
nacional.
La revaluación monetaria real suele
constituir una fuente de preocupación para cualquier país, y en general los
gobiernos hacen permanentemente esfuerzos para evitar que sus monedas se
aprecien. Más bien, tienden a actuar en sentido contrario, llegando esto a
constituirse a veces en fuentes de desavenencias y hasta de conflictos
internacionales. De hecho, entre Estados Unidos y China ha habido serias
discrepancias porque los primeros quieren que los chinos revalúen su moneda, y
éstos se resisten porque piensan que en un yuan subvaluado está gran parte del
secreto de su éxito exportador.
El yuan subvaluado hace que todo lo
chino resulte barato. Es natural que el gobierno chino defienda esto, pues cada
país se preocupa por la suerte de su producción y su empleo formal. Excepto, claro está, la República Dominicana,
que actúa en sentido contrario.
Por eso resulta tan extraño que se
defienda la idea de que la República Dominicana no puede tener altas reservas
monetarias. A grandes rasgos, en los últimos tres años el país ha recibido
9,000 millones de dólares en remesas y otros 6,000 millones en crédito al
sector público, período en el cual las reservas netas del Banco Central apenas
se incrementaron en unos 900 millones. El resto de todas esas divisas fue
destinado a nutrir la voraz propensión al consumo de una clase media y alta que ya no concibe
la vida sin yipetas y viajes de turismo, mientras los trabajadores industriales
se quedan sin empleo y los agricultores abandonan la actividad, por no
encontrar mercado a sus productos que resulta más barato traerlos del exterior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario