Equívoco del expresidente Fernández
A mi modo de ver -y “Desde mi estudio”
y pensando en teología y filosofía- se presta a equívocos la sugerencia del
expresidente Leonel Fernández a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para
que considere la posibilidad de elaborar un marco jurídico internacional que
pueda prohibir y castigar la blasfemia y falta de respeto a algo que se
considere sagrado (Ver: Listín
Diario).
El Diccionario de la Real Academia
Española tiene un sesgo pro-occidental –y más bien, pro-monoteísta, con
tendencia católica- al definirla como “palabra injuriosa contra Dios, la Virgen
o los santos”. Además, esta definición no contempla la posibilidad de que haya “actos”
blasfemos (como consideran los musulmanes el quemar un Corán o algunos grupos
cristianos el quemar una Biblia).
Para otros, la blasfemia, en sentido
amplio, es una irreverencia hacia lo venerado por una religión. Nos quedamos
con esta acepción.
Si Fernández sugiere un marco jurídico
internacional contra la blasfemia como pronunciamiento, manifestación de arte o
expresión contra algo que venera una determinada religión, entonces genera
equívocos.
Esto no obvia que lo que se considere “blasfemia”
pueda ser juzgado atendiendo a otras leyes que tienen que ver con el respeto a
la convivencia pacífica, la no denigración de las personas que adoptan una
determinada creencia –o que no adoptan ninguna- o que se condenen actos que
buscan dañar a determinados grupos sociales, generar violencia y romper los
canales institucionales que establece una determinada sociedad (Pakistán, por
ejemplo, mueren policías musulmanes a manos de una población musulmán,
simplemente porque desean preservar el orden ante manifestaciones irracionales
de fundamentalistas).
Algunas teocracias castigan lo que
consideran blasfemia, adquiriendo la cosa categoría de ley. La mayor parte de
las sociedades se niegan a castigar lo que un determinado grupo religioso
considera blasfemia porque – de un modo u otro- abre las puertas a prohibir la
libertad de creencia y suele ser un escalón para reprimir la libertad de
expresión del pensamiento.
El pronunciamiento de Fernández se
hace en el marco de las tensiones que generó un video que ridiculiza al Profeta
Mahoma y que encendió manifestaciones en parte del mundo árabe (curioso que el
alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, criticó el video considerado blasfemo y que denigra la figura del profeta fundador del Islam, que ha despertado una ola de protestas en el mundo árabe, pero defiende la libertad de expresión contenida en la primera enmienda de la Constitución de EEUU). Pasó muy poco
con el hecho de que un líder religioso musulmán –en Egipto- provocó que
manifestante pisotearan una Biblia cristiana e incluso señalara que la próxima
vez “se orinaría en ella”. Originó tensión, pero no más.
El tema, como ya indicó un autor, no
puede aislarse del papel de la religión como fuente de poder político y control
en muchas sociedades. En realidad, el castigo a la blasfemia como tal es una
expresión de fundamentalismo. Y no creemos que Fernández sea defensor del
fundamentalismo. Es el fundamentalismo el que ha atizado las protestas
públicas, ha costado la vida de policías en Pakistán, ha implicado la muerte de
miles de mujeres y ha estado a la raíz de muchos actos considerados de terrorismo.
Claro, como decía una persona entrevistada por El País esta semana, “porque me
veas con barba y sea musulmán, no quiere decir que sea terrorista).
De otra parte, el hecho de que se
castigue la blasfemia significa –en sentido estricto- que la ley está
reconociendo como verdades lo que plantea una determinada religión o creencia.
Esto niega la necesaria libertad que tiene el ser humano para aceptar o no
aceptar estas “verdades”, estos sistemas religiosos, sus planteamientos. O,
quizás pretenden afirmar quienes quieren que se regule jurídicamente el tema de
la blasfemia, que tú tienes derecho a disentir, pero tienes que atenerte a las
consecuencias… “mortales” de tu decisión.
¿Hay blasfemia? Claro, que sí, pero
esta es una apreciación de los adeptos a una religión o creencia, de quienes
dicen sí al Dios de los cristianos y buscan hacerlo con integridad total, o al
de los musulmanes… pero para quien usa una expresión blasfema, se trata de disensión.
Finalmente, un marco jurídico
internacional como el sugerido por expresidente Fernández simplemente refuerza
lo que tanto nos hemos temido desde el 11 de Septiembre: que la cultura del
miedo dominará la tierra.
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