Canto triste a la
patria bien amada
Héctor
Santiago Incháustegui Cabral
Patria...
y en la amplia
bandeja del recuerdo,
dos o tres
casi ciudades,
luego,
un paisaje
movedizo,
visto desde un
auto veloz:
empalizadas
bajas y altos matorrales,
las casas
agobiadas por el peso de los años y la miseria,
la triste
sonrisa de las flores
que salpican
de vivos carmesíes
las diminutas
sendas.
Una mujer que
va arrastrando su fecundidad tremenda,
un hombre que
exprime paciente su inutilidad,
los asnos y
los mulos,
miserable
coloquio del hueso y el pellejo;
las aves del
corral son pluma y canto apenas,
el sembrado
sombra, lo demás es ruina...
Patria,
en mi corazón
un acerico
en donde el
recuerdo va dejando
lanzas de bien
agudas puntas
que una vez
clavadas temblorosas quedarán
por los siglos
de los siglos.
Patria,
sin ríos,
los treinta
mil que vio Las Casas
están naciendo
en mi corazón...
Patria,
jaula de
bambúes
para un pájaro
mudo que no tiene alas,
Patria,
palabra hueca
y torpe
para mí,
mientras los hombres
miren con
desprecio las pies sucios y arrugados,
y maldigan las
proles largas,
y en cada cruce
de caminos claven una bandera
para lucir sus
colores nada más...
Mientras el
hombre tenga que arrastrar
enfermedades y
hambre,
y sus hijos se
esparzan por el mundo
como insectos
dañinos,
y rueden por
montañas y sabanas,
extraños en su
tierra,
no deberá
haber sosiego,
ni debera
haber paz,
ni es sagrado
el ocio,
y que sea la
hartura castigada...
Mientras haya
promiscuidad en el triste aposento campesino
y sólo se coma
por las noches,
a todo buen
dominicano hay que cortarle los párpados
y llevarle por
extraviadas sendas,
por los
ranchos,
por las cuevas
infectas
y por las
fiestas malditas de los hombres...
Patria,
y en la amplia
bandeja del recuerdo,
dos o tres
casi ciudades,
luego,
un paisaje
movedizo,
visto desde un
auto veloz:
empalizadas
bajas y altos matorrales...
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