Cartas de amor:
Gigantes
con amor gigante
Las cartas de amor son la expresión de un momento,
pero también son la expresión de una eternidad. En lo particular, pienso que la
sensibilidad, la ternura, el cariño... el amor, en fin, es cuestión de todos
los días. Sin embargo es bello ver como Winston Churchill, Juan Rulfo, Virginia
Woolf, Yoko Ono, Frida Kahlo, Víctor Hugo y Sigmund Freud se dirigen a sus
cónyuges, en sus circunstancias concretas, para manifestarles sentirse amados y
amarles con todas las fuerzas... gigantes con amor gigante.
Winston Churchill a su esposa
"En tu carta desde Madras me
escribiste algunas palabras muy queridas por mí sobre cuánto enriquecía tu
vida. No puedo expresarte qué placer me dio esto, porque me siento siempre de
forma aplastante tu deudor, si puede haber cuentas en el amor... Lo que ha sido
para mí vivir todos estos años en tu corazón y compañerismo ninguna frase puede
transmitirlo. El tiempo pasa velozmente pero ¿no da felicidad ver cuán grande y
creciente es el tesoro que hemos recolectado juntos, en medio de las tormentas
y de las tensiones de tan agitados y en cantidad trágicos y terribles años? /
Tu amante esposo"
Juan Rulfo a su amada esposa Clara.
Desde que te conozco, hay un eco en cada
rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están
junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba.
Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara:
corazón, rosa, amor... Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña.
Es una cosa que nos mira y se va, como
se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre: Clara,
claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se
rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba.
Y un corazón que sabe y que presiente
cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor
amparo tendría él, que esas tus manos, Clara? He aprendido a decir tu nombre
mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han
aprendido ya el árbol y la tarde... y el viento lo ha llevado hasta los montes
y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...
Clara: Hoy he sembrado un hueso de
durazno en tu nombre.
Al parecer, el temible Napoleón no
encontraba mejor modo de influir en su esposa, Josefina, que el regaño
enfático:
No le amo, en absoluto; por el
contrario, le detesto, usted es una sin importancia, desgarbada, tonta
Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no ama a su propio marido; usted sabe
qué placeres sus letras le dan, pero ¡aun así usted no le ha escrito seis
líneas, informales, a las corridas!
Virginia Woolf a su marido, Leonard, antes de suicidarse (1941).
Querido:
Me siento segura de estar nuevamente
enloqueciendo. Creo que no podemos atravesar otro de estos terribles períodos.
No voy a reponerme esta vez. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar.
Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor hacer. Tú me has dado la
mayor felicidad posible. Has sido en todas las formas todo lo que alguien puede
ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta que apareció esta
terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy estropeando
tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni
siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto te quiero
decir es que te debo toda la felicidad en mi vida. Has sido totalmente paciente
conmigo e increíblemente bondadoso. Quiero decirte que todo el mundo lo sabe.
Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. Nada queda en mí salvo la
certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destruyendo tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber
sido más felices de lo que nosotros hemos sido.
Yoko Ono a John Lennon
Te extraño John. 27 años han pasado, y
todavía deseo poder regresar el tiempo hasta aquel verano de 1980. Recuerdo
todo -compartiendo nuestro café matutino, caminando juntos en el parque en un
hermoso día, y ver tu mano tomando la mía- que me aseguraba que no debía
preocuparme de nada porque nuestra vida era buena. No tenía idea de que la vida
estaba a punto de enseñarme la lección más dura de todas. Aprendí el intenso
dolor de perder un ser amado de repente, sin previo aviso, y sin tener el
tiempo para un último abrazo y la oportunidad de decir "Te Amo" por
ultima vez. El dolor y la conmoción de perderte tan de repente esta conmigo
cada momento de cada día. Cuando toque el lado de John en nuestra cama la noche
del 8 de diciembre de 1980, me di cuenta que seguía tibio. Ese momento ha
quedado conmigo en los últimos 27 años -y seguirá conmigo por siempre (27 años
después de su muerte).
Frida Kahlo a Diego
Diego:
Nada comparable a tus manos ni nada
igual al oro-verde de tus ojos.
Mi cuerpo se llena de ti por días y
días.
Eres el espejo de la noche. La luz
violeta del relámpago. La humedad de la tierra.
El hueco de tus axilas es mi refugio.
Toda mi alegría es sentir brotar la vida
de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis
nervios que son los tuyos.
Mi Diego:
Espejo de la noche.
Tus ojos espadas verdes dentro de mi
carne, ondas entre nuestras manos.
Todo tú en el espacio lleno de sonidos -
En la sombra y en la luz. Tú te llamarás Auxocromo el que capta el color. Yo
Cromoforo - La que da el color.
Tú eres todas las combinaciones de
números. La vida.
Mi deseo es entender la línea la forma
el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu palabra recorre todo el espacio y
llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz.
Víctor Hugo a Juliette
Te amo, mi pobre angelito, bien lo
sabes, y sin embargo quieres que te lo escriba. Tienes razón. Hay que amarse y
luego hay que decírselo, y luego hay que escribírselo, y luego hay que besarse
en los labios, en los ojos, en todas partes. Tú eres mi adorada Juliette.
Cuando estoy triste pienso en ti, como
en invierno se piensa en el sol, y cuando estoy alegre pienso en ti, como a
pleno sol se piensa en la sombra. Bien puedes ver, Juliette, que te quiero con
toda mi alma.
Tenéis el aire juvenil de un niño, y el
aire sabio de una madre, y así yo os envuelvo con todos estos amores a un
tiempo.
Besadme, bella Juju!
7 de marzo de 1833
Sigmund Freud a Martha Bernays (Fragmentos de cartas)
Allí había yo sido muy tímido y, por
tanto, había besado a mi Marty pocas veces, pues no comprendía aún del todo lo
que se ha convertido ahora en la primera y más natural condición de mi vida:
que he ganado para mi, de pronto, a una muchacha única e incomparable.
Por mucho que te quieran, no renunciaré
a ti por nadie, ni nadie te merece. No hay amor hacia ti que pueda compararse
con el mío.
…estamos tan íntimamente unidos, me
siento tan inefablemente feliz por el hecho de tenerte, y estoy tan seguro de
tu interés hacia todo lo mío, que las cosas sólo son importantes para mi cuando
tú las compartes.
Perdóname, amor mío, si a menudo no te
escribo en el tono y con las palabras que tú te mereces, especialmente en
respuesta a tus cariñosas cartas; pero pienso en ti con tan sosegada felicidad,
que me es más fácil hablarte de cosas ajenas a nosotros que respecto a nosotros
mismos. (...) Estoy dispuesto a dejarme dominar completamente por mi princesa.
Uno deja siempre con gusto que le subyugue la persona que ama; si hubiéramos
llegado a eso, Marty…
Cuando recibo carta tuya, todo el
ensueño se disipa y la vida real se introduce en mis células. Los problemas
extraños quedan borrados en mi cerebro; se desvanecen las misteriosas
concreciones pictóricas de las diversas enfermedades y desaparecen las teorías
vacías. Hasta ahora habías compartido mi tristeza. Comparte hoy conmigo mi
alegría, amada mía, y no creas que existe otra cosa sino tú en la médula de mis
pensamientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario