La fidelidad, una batalla de cada hombre
Hace veinte años escribí este artículo. Mantiene su vigencia, pues se refiere a una parte de nuestra condición humana como hombres. Lo envío a mujeres y hombres, pues se trata de conocer más lo que es la naturaleza masculina en el matrimonio, y la lucha que sostenemos los hombres casados -unos más que otros- por ser hombres de una sola mujer, por decirle NO al adulterio (vale también para los solteros con novias).
Mi esposa y yo nos encanta definir el amor como
compromiso. Y si los hombres cristianos queremos ser hombres de verdad hemos de
asumir que es un compromiso que exige sacrificios, ejercicios, entregas, y
mantenernos alejados del adulterio.
Al adulterio hoy se le dan otros nombres:
“aventura”, “devaneo amoroso”, “escapada”… los hombres verdad no tienen
“aventuras” porque son hombres responsables, comprometidos con ser fieles a sus
esposas.
Sin embargo… hemos de preguntarnos: ¿qué lleva a algunos hombres cristianos a
caer en el adulterio? ¿Cómo podemos protegernos para que esta tragedia no nos
ocurra a nosotros? En Efesio 5,16 se nos dice que “los días son malos” y
por eso se nos aconseja: “miren, pues, con diligencia cómo andan, no como
necios sino como sabios” (Ef 5,15).
Un hombre sexualmente insatisfecho es
especialmente vulnerable a la tentación extrema. Hemos de reconocer que
todo matrimonio tiene sus momentos “bajos”. En esas circunstancias, el hombre
puede “caer en la cuenta” de una mujer en la que nunca se había fijado: la
encontramos atractiva, nos sentimos a gusto conversando con ella, es
comprensiva…
¿Tenemos deseo de que se repitan los encuentros
con ella? ¿Buscamos encontrarnos con ella fuera del trabajo o fuera de la
iglesia? ¿Preferimos que otros no se enteren de estos encuentros? Si la
respuesta a alguna de estas preguntas es sí,
el semáforo está en rojo y la recomendación es “batirse en retirada”, “huir” (1 Cor 6,18). Esa mujer está
Prohibida, con P mayúscula.
Sin embargo, podemos estar en una situación peor
cuando pasando alguna de esas situaciones no lo reconocemos, comenzamos a racionalizar:
”No es para tanto, sólo almorzamos a veces juntos”. Hermanos: en esta guerra
la primera baja suele ser la verdad, no nos engañemos, no nos
autoengañemos.
Es una guerra espiritual y cualquiera de nosotros
puede caer. Si pensamos que estamos a salvo, entonces el peligro es mayor.
Recuerden: un hombre de verdad es fiel a una sola mujer. Y punto. Para serlo, ha de ser fiel con los ojos, con la mente, con los labios, con las manos y con los pies.
El hombre de una sola mujer cultiva intencionalmente un tipo de ceguera (Job 31,1). No es la promesa de no ver jamás a una mujer hermosa, mujeres que abundan por doquiera. “Hice un pacto con mis ojos, no voy a ver a otra mujer como miro a mi mujer”, parece decirnos Job 31:1. Lo que Job nos trata de decir es que hay una diferencia entre una mirada inocente y una mirada libidinosa, lujuriosa. El hombre de una sola mujer demuestra su fidelidad a través de la disciplina de sus ojos.
El hombre de una sola mujer es fiel con su mente. El principal campo de batalla en la guerra espiritual es la mente. La mente es la línea de pelea en la vida cristiana. Si el enemigo logra influir en nuestra mente, también puede influir en nuestra conducta.
En ese sentido, estamos llamados a discernir las ideas buenas de las malas. La tentación no es un pecado en sí, es un llamado a la batalla. Ante ella tenemos que ser agresivos, resoplar, bufar y gruñir, pero nunca una actitud pasiva. Tenemos que adoptar una mentalidad de ataque.
El hombre de una sola mujer es fiel con los labios. Un hombre fiel a su esposa no es un picaflor. No coquetea con otras mujeres. No hace bromas diciendo que le gustan otras mujeres. No se divierte contando chistes de sus reuniones con otras mujeres. Tengo una regla que les comparto, queridos hermanos: no digo a una mujer que no sea mi esposa lo que no me atrevería a decirle estando ella presente.
Las bufonadas que a veces sostenemos se disimulan bajo unas cuentas risas inofensivas. Pero hay cosas con las cuales no se puede jugar, y el matrimonio es una de ellas. El matrimonio es santo. No es algo con lo que se puede estar haciendo chistes.
El hombre de una sola mujer es fiel con sus manos. El hombre de una sola mujer se cuida de su manera de tocar al sexo opuesto. No hay nada de malo en dar un abrazo, pero la próxima vez que pienses en abrazar a una mujer, y no estés seguro de la motivación que tienes para hacerlo, no lo hagas. Si quieres abrazar a alguien, ve donde tu esposa. Recuerdo un refrán de mi campo: “el hombre es fuego, la mujer estopa, viene el diablo, y sopla”.
El hombre de una sola mujer es fiel con sus pies. Un hombre de una sola mujer ante revistas, películas, videos y cualquier tipo de situación contraria a los votos del matrimonio, huye (1 Cor 6,18). Utilizamos nuestros pies (reales o mentales) para demostrar nuestra fidelidad.
Conclusión: comprender el proceso. Finalmente, si queremos protegernos del adulterio tenemos que comprender el proceso que lleva al adulterio. David pecó con sus ojos, su pensamiento, sus labios y sus manos antes de hacerlo con su órgano sexual. Perdió la batalla antes de meterse a la cama con Betsabé (1 Sam 11,1 ss).
El adulterio no comienza con el órgano sexual,
sino con la mente. El hombre fiel tiene ojos sólo para su mujer, no peca con
sus labios, cuida sus manos y sus pies están dispuestos a huir. Hace falta esta
visión para mantenerse alejado del adulterio.
GRATA VIDA PARA TODOS.
¡Y escríbannos!
1 comentario:
Dios le bendiga Hermano Milton! Gracias por esa reflexión tan atinada hoy dia. Muchos hombres y mujeres lamentablemente no reconocen cuando transitan la sendas de la infidelidad hasta que es demasiado tarde. A veces comienzan hasta con “querer ayudar (consejo, apoyo) a alguien” del sexo opuesto y esa ayuda termina mal. Dios nos ayude!
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