domingo, diciembre 11, 2005

De Literatura / Son del Mar

Son del Mar:
Náufragos sin esperanzas


Una novela con una prosa viva y con imágenes de extraordinaria riqueza
para quienes vivimos junto al mar y nos negamos a ser marinos


Hay naufragios eventuales y los hay definitivos como la guerra o la ruptura sin retorno del amor. Se trata de bancarrotas del ser humano y de las relaciones entre ellos que, pese a los efectos de “cualquierización” que ejercen las estadísticas, no nos acostumbramos a aceptar como “buenas y validas”. Manuel Vicent nos coloca ante una realidad fundamental: solo es posible la esperanza cuando también es posible la muerte, el desastre, la ruptura, el naufragio.

“Son del Mar” es, por lo tanto, una novela que recoge la historia de un amor, pero no se queda en la epidermis de los cuerpos que asemejan volcanes al encontrarse (“Volvieron a abrazarse con el mismo brío gimiendo cada vez con más fuerza y el hecho de que se anudaran como dos animales dentro de la gruta le daba un sentido primitivo y misterioso a su existencia”) o a la declaración formal de Martina –una mujer que representa a muchas y a quien el autor ni siquiera apellida-, sino que cada hecho, cada encuentro y desencuentro coloca a los protagonistas ante un nuevo pedazo de si mismos y ante un nuevo piso del barco que construyen juntos y que un día –junto a ese otro barco anclado y abandonado en la orilla- el mar se llevará consigo, porque sólo naufragando serán plenos.

Para nosotros, isleños que obviamos ser isleños, “Son del Mar” es una novela salobre, olorosa, cálida, tendida entre la tradición y la modernidad, transición que Vicent nos presenta como un telón de fondo que, pese a cambios rápidos, permite la permanencia de determinados parámetros culturales.

A Ulises Adsuara el amor y las nuevas costumbres con las que se enfrenta le viran los esquemas. Martina, su mujer, su amante, su carcelera y, finalmente, quien opta junto a él por la muerte, vive en planos superpuestos porque es el animal erótico cuya lujuria y pasión encienden las historias fantásticas de Ulises, pero es también la niña inmadura de Circea que vive un amor platónico con Yul Brynner, un actor a quien solo se nombra y es, finalmente, la esposa de Alberto Sierra el magnate que, al ser declarada formalmente viuda por la desaparición de Ulises en el mar, la acosa hasta “conquistarla”. Sin embargo, Sierra, pese a toda su inmensa riqueza, sólo logra comprar lo más barato de Martina: su cuerpo.

Es un mundo junto al mar, donde es posible la llegada a tierra firme o el hundimiento. Ulises naufraga. Alberto Sierra es un ahogado por las migajas que caen del cuerpo de Martina. Los “jóvenes”, de bar en bar, son ahogados, náufragos que perdieron el rumbo y que se agarran a cualquier tablón del llamado mundo del ocio sin poder encontrar norte alguno. También son hombres rendidos los innumerables marineros que en Circea conoce Ulises, en la taberna El Tiburón. He aquí la paradoja: esta es la razón por la que también son hombres y mujeres de esperanza que inventan, reinventan o descubren algo que les permita mantener un sentido “contra viento y marea”.

Martina, náufraga y tabla de salvación, no soporta el recuerdo, el inmenso vacío de la desaparición de Ulises y de la entrega fingida a Alberto. Es este hastío el que hace posible el retorno de su primer marido. Es este hastío el que provoca una vuelta más pasional, absurda y animal que el primer encuentro. Vuelta que, en definitiva, prepara a ambos para el naufragio final, porque son navegantes y no es propio de los navegantes permanecer para siempre en un puerto, deben lanzarse a la mar aunque el precio a pagar pueda ser un naufragio.

En “Son del Mar” también hay seres que viven en la esperanza porque, de un modo u otro, se les considera muertos ante los convencionalismos sociales. Unos, sin nombres, como la legión de leprosos –y una leprosa en particular- que es capaz de gozarse y maravillarse del amor ajeno, otro, el amigo de Ulises, Xavier Leal, homosexual confeso a quien los hechos contribuyen a dar sentido a su vida.

Hay otras lecturas posibles. Por ejemplo, podemos establecer un paralelismo entre “Son del Mar” y algunos clásicos antiguos. Ulises es profesor de literatura clásica y el mismo lleva el nombre del personaje central de ese simbólico y maravilloso mundo que describe la Odisea y que constituye un canto a la libertad. Sin embargo, hemos optado por una. Y es que el lector siempre puede jugarle una trampa al autor o puede, en otros casos, descubrir un mundo distinto. Todo buen autor desata un alud de mundos del que no tiene control. Junto a los fantamas que creo Vicent pueden jugar, divertirse y sufrir nuestros propios fantasmas, ya que “Son del Mar” comparte con otras buenas novelas lo que Mario Vargas Llosa llamo “el reino por excelencia de la ambigüedad”.

Manuel Vicent fue galardonado con el II Premio Alfaguara de Novela 1999 por su obra Son de Mar. El jurado, compuesto por Eduardo Mendoza (presidente), Rosa Regás (secretaria), Jorge Edwards, Mayra Montero, Fernando Trueba, Sealtiel Alatriste y Juan Cruz, destacó que Son de Mar es «una historia contemporánea de amor y misterio enmarcada en el mundo sensual y mágico del Mediterráneo. Con una prosa nítida y rica en imágenes, Manuel Vicent cuenta la aventura de una pareja cuyo destino está sometido a su propia pasión y al influjo de los mitos clásicos que se mantienen vivos en su fantasía».

1 comentario:

Anónimo dijo...

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