“Decidir si inyectar nuestra comida en los tanques de combustible de 800 millones de automóviles o hacerla más accesible para los famélicos estómagos de prácticamente 2,000 millones de seres humanos no es una cuestión menor. No es una cuestión económica. Tampoco lo es tecnológica. Es sencillamente una cuestión ética, que tanto la sociedad global, como especialmente los gobiernos no están analizando con la tranquilidad, seriedad y ecuanimidad que el caso requiere”(Walter A. Pengue y Jorge H. Morello, Argentina).
¿Biocombustibles? ¿Qué hace posible que gobiernos y sociedades como la dominicana vean con esperanza esta puerta, este callejón?
• Cansados de la dependencia de las importaciones petroleras;
• Sometidos a fuertes presiones económicas y sociales originadas por un territorio y sector rural que origina miseria y más miseria por su carencia de competitividad en un comercio mundial en que los gobiernos de las grandes economías se niegan a desmontar el subsidio a su sector agropecuario y encaminarse a una competencia justa. Así, por ejemplo, Estados Unidos ha “cedido” a las presiones de la Organización Mundial del Comercio planteando que se le permita congelar sus subsidios al sector agrícola en 22,000 millones de dólares, cuando el subsidio registrado actualmente es de 15,000 millones de dólares, lo que significa que Estados Unidos pretende que se le permita un aumento real del subsidio equivalente a casi un 50%.
• Con grandes déficits o riesgos en sus balanzas de comercio, sobre todo por el monto de sus facturas petroleras;
• Con presiones económicas del sector empresarial que se ven incapacitados de proyectar sus costos de producción, dada la variabilidad de los precios de los carburantes en los mercados internacionales y la grave carga impositiva que tienen los mismos en nuestro país;
• Con presiones económicas y sociales de la población urbana que percibe cómo los combustibles inciden en el incremento de la inflación;
• Con presiones a consecuencias de una cultura que no ha sabido zafarse del hiperconsumo.
En este marco, plantear la posibilidad de que en República Dominicana podemos generar gran parte de la demanda nacional de combustible, vía el biocombustible, suena como una promesa con tanta fuerza que vale la pena explorar. He aquí algunos elementos críticos que invitamos a tomar en cuenta:
PRIMERO
El desarrollo de este camino lleva, según muchos expertos,
al monocultivo y sus riesgos
No se trata de analizar el tema desde el punto de vista técnico, pero el punto de vista técnico no puede dejar de ser tomado en cuenta. Ya en Paraguay el monocultivo de la soja para forraje ha significado la desaparición casi total del bosque Atlántico. La nueva meta “energética” probablemente signifique una expansión exponencial de monocultivos en gran escala a cuenta de la tala de los remanentes del bosque. Un conjunto de organizaciones de esa nación advierte, además, que la nueva industria “no implica ningún progreso para la población, repite el esquema de los silos de soja transgénica, son industrias sin trabajadores que se alimentan de un agro sin agricultores”. (Cfr. http://www.ecoportal.net/content/view/full/68843).
SEGUNDO
Giro de organismos internacionales
El tema ejerce tanto atractivo y presión que hasta la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación –FAO- se reunió del 25 al 28 de abril en Roma y analizó el tema. La FAO, que tiene el mandato de “asegurar una buena nutrición para todos”, tiene dificultades para explicar cómo los cultivos para obtener biocombustibles contribuirán con este objetivo.
Müller, consciente del peligro, señala que “necesitamos un compromiso internacional para asegurarnos que no se lesiona la seguridad alimentaria y que los recursos naturales se utilizan de forma sostenible”, pero: ¿quién impulsará ese compromiso internacional? ¿Los inversionistas –especialmente las multinacionales- que ya perciben ganancias en las nuevas tendencias energéticas? ¿Los gobiernos, enfrentados a problemas y presiones como los que enunciamos al principio?
TERCERO
Cada vez menos tierra cultivable
Como señalan Walter A. Pengue y Jorge H. Morello en un análisis publicado en Ecoportal.net (http://www.ecoportal.net/content/view/full/68742), el modelo no toma en consideración “el hecho de que en casos específicos como el argentino, o en una buena parte de los territorios del Brasil, Bolivia y el Paraguay, existe una sostenida demanda por nuevas tierras y se avanza directamente sobre la masa boscosa, aportando con la intensa deforestación, extracción y quemado del material vegetal, una ingente masa de gases, justamente de efecto invernadero”.
Y señalan que “la tierra agrícola es cada año más escasa. A la disponible se la sobreexplota bajo modelos de producción insostenible. La nueva tierra agregada, es cada día de menor calidad, rápidamente agotable y con procesos erosivos crecientes. Es lo que el agricultor pampeano llama tierras marginales y que demandan insumos químicos crecientes en forma de fertilizantes y correctores”.
Un ejemplo que conozco de modo particular tiene que ver con los efectos que tiene esta propuesta sobre la producción pecuaria –a modo de caso, la producción porcina. Los precios del maíz y la soja, a nivel internacional, siguen subiendo, ya no por los efectos de catástrofes naturales en las naciones productoras, sino porque están siendo incorporados a la producción de bioenergía. Es decir, hay ya una fuerte competencia por estos productos entre las agroindustrias de alimentos y las de agroenergía. Pueden preguntarle a cualquier porcicultor dominicano.
“La tierra es limitada y los incrementos en la productividad de los cultivos, aun no absorben ni hacen neutro este proceso”, concluyen Pengue y Morello.
CUATRO
Algunas preguntas para el fin de semana…
Tal como plantean Pengue y Morello, la crisis no es simplemente de altos precios de los combustibles o de confrontación entre una agroindustria y otra… es una crisis que tiene que ver con el modelo de hiperconsumo al que está sometida la sociedad moderna. Un modelo social implica la necesidad de preguntarnos por su validez ética.
Milton Tejada C.
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