viernes, febrero 03, 2012

Desde otra óptica / Baltasar Garzón



Que esa vela no se apague
Cuando un juez tiene miedo, la justicia está de luto 
Velia Govaere Catedrática UNED vgovaere@gmail.com
Publicado el 29/01/2012 en La Nación

En el desarrollo de los acontecimientos humanos hay nombres que inspiran un sentido de grandeza de alma, de valentía moral y audacia personal. Son nombres que quedan marcados en la historia como eslabones de la gran cadena que jala a la humanidad hacia adelante y hacia arriba. El juez Baltasar Garzón es uno de esos nombres, paradigma de una función, la judicial, que demuestra, con él, los riesgos en que se incurre cuando se usa el derecho para enmendar entuertos de gran escala.

Nadie admira al juez que condena a un “robagallinas”. Las cárceles están llenas de raterillos de poca monta y ya quisiéramos que ratas más grandes conocieran el encierro. Pero ahí la regla es la impunidad. Aquí y allá. A lo más, a los peces grandes se les da la “dignidad” de la cárcel domiciliaria. ¿Será esa una realidad o mera percepción? Queda la interrogante abierta. O tal vez no.

El nombre Baltasar Garzón saltó al dominio internacional en octubre de 1998, cuando como juez emitió orden de captura internacional contra el general Pinochet, entonces de visita en Londres y todavía senador vitalicio de su país, que había decidido impunidad y olvido a sus crímenes. Dramáticos eventos sucedieron a su arresto domiciliario practicado por Scotland Yard. Mientras el Gobierno chileno defendía la impunidad del dictador, una breve brisa de justicia soplaba sobre los sobrevivientes y las familias de sus víctimas. En todas partes el apoyo fue unánime, menos en un Chile con sentimientos encontrados.

El secretario de las Naciones Unidas, Kofi Annan, celebró que los imputados de crímenes contra la humanidad ya no pudieran estar fuera del alcance de la ley. Lyonel Jospin, entonces primer ministro francés, dijo que la detención era "feliz y justa". Suecia, Suiza y Francia presentaron querellas por nacionales asesinados por la dictadura. Finalmente y por razones “humanitarias”, Pinochet, que hizo el teatro respectivo, fue liberado en marzo del siguiente año y se levantó de su silla de ruedas solo al aterrizar, triunfante, en Santiago. Pero nada sería desde entonces igual. Esa es otra historia.

Militares argentinos. Las iniciativas de Garzón, dirigidas después contra militares argentinos acusados de asesinatos de nacionales españoles, abrieron también otros capítulos que sentaron bases para romper la impunidad de la dictadura militar responsable de decenas de miles de desaparecidos.

Garzón es hombre de izquierdas (en España hay muchas, no como aquí, que hay sólo una y reciclada), es cierto, incluso hombre de partido. Como miembro del PSOE fue diputado y secretario de Estado, delegado del Gobierno en el Plan Nacional de Drogas. Pero eso no le hizo temblar las manos para, como juez, dirigirse también contra las violaciones de los derechos humanos, practicada por ministros de su propio partido, en la guerra sucia contra el terrorismo. Su acción penal contra el ministro del Interior Barrionuevo le costó las elecciones al PSOE. Su trayectoria siguió apaleando a diestro y siniestro, sin miramientos ideológicos, con los ojos puestos en los derechos humanos y la justicia. El espacio faltaría para decir todas las causas internacionales y domésticas que Garzón siguió emprendiendo. Pero ahora estaba solo. Sin el ala protectora de ningún partido. Y desde esa soledad que da la conciencia tranquila, la trinchera solitaria de la lucha contra toda injusticia, venga de donde venga, Garzón comenzó su última jornada, esta vez contra la impunidad en su propia patria.

Guerra Civil Española. En otro emblemático octubre, esta vez en 2008, Garzón se declaró competente para investigar las desapariciones de la Guerra Civil Española y los primeros años de la dictadura franquista. Con esa investidura instruyó la apertura de 19 fosas comunes. Por ese “crimen” es ahora imputado, por prevaricato, como si el principio del derecho internacional, de no prescripción de violaciones a los derechos humanos, aceptado también por España, valiera contra Pinochet o Videla, pero no en casa propia.

Sus compañeros magistrados de la Audiencia Nacional Clara Bayarri, José Ricardo de Prada y Ramón Sáez, reconocieron la competencia de Garzón al instruir el procedimiento por los crímenes del franquismo, y votaron en contra de la instrucción de procedimiento en su contra. En declaraciones públicas dijeron que “la Audiencia Nacional es la competente para la investigación de los delitos de lesa humanidad y genocidio que la sistemática y masiva eliminación de adversarios políticos que se verificó en nuestro país tras la Guerra Civil constituye” (El País, 22 de abril de 2010). Pero ese es solo uno de los juicios que tiene en contra. Otro, incluso contra la opinión de la fiscalía, es un proceso contra una orden de escucha telefónica a implicados en un sonado caso de corrupción pública. Se alega que los cómplices de los imputados eran también abogados defensores y, como tales, gozaban de privilegio, en todas sus conversaciones, aunque versaran sobre delitos en curso. ¿Tienen acaso los abogados defensores “patente de corso”?

Nuestros tribunales. En estos días caerá la primera sentencia. Se rumora en la prensa internacional que rodará la toga judicial de Garzón. Muchos dicen que también podría perder la libertad. En todo el mundo se apaga una vela y un tufillo de desaliento recorre los pasillos de todos los tribunales del planeta. En todas partes quedan los jueces advertidos, que sigan llenando las cárceles de delincuentes de poca monta, pero que no toquen a los intocables.

Vuelvo la mirada a nuestros tribunales de justicia. ¡Cómo quisiera nuestra ciudadanía que también aquí hubiera Garzones! Los quisiera por encima de los partidos, por encima de los intereses, más allá de las expectativas de los que los designan! Que aquí también se atrevieran a enfrentarse a los grandes, con esa fuerza, con ese ánimo, con esa decisión. Yo conozco magistrados de primera, siempre en solitario, y sé también de sus desalientos. Que no se apague su tesón, que no muera nuestra esperanza, si en estos días rueda la cabeza de un justo en los tribunales de España, porque, cuando un juez tiene miedo, la justicia está de luto.

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