Que esa vela no se apague
Cuando un juez tiene miedo, la
justicia está de luto
Velia
Govaere Catedrática UNED vgovaere@gmail.com
Publicado
el 29/01/2012 en La Nación
En el desarrollo de
los acontecimientos humanos hay nombres que inspiran un sentido de grandeza de
alma, de valentía moral y audacia personal. Son nombres que quedan marcados en
la historia como eslabones de la gran cadena que jala a la humanidad hacia adelante
y hacia arriba. El juez Baltasar Garzón es uno de esos nombres, paradigma de
una función, la judicial, que demuestra, con él, los riesgos en que se incurre
cuando se usa el derecho para enmendar entuertos de gran escala.
Nadie admira al juez
que condena a un “robagallinas”. Las cárceles están llenas de raterillos de
poca monta y ya quisiéramos que ratas más grandes conocieran el encierro. Pero
ahí la regla es la impunidad. Aquí y allá. A lo más, a los peces grandes se les
da la “dignidad” de la cárcel domiciliaria. ¿Será esa una realidad o mera
percepción? Queda la interrogante abierta. O tal vez no.
El nombre Baltasar
Garzón saltó al dominio internacional en octubre de 1998, cuando como juez
emitió orden de captura internacional contra el general Pinochet, entonces de
visita en Londres y todavía senador vitalicio de su país, que había decidido
impunidad y olvido a sus crímenes. Dramáticos eventos sucedieron a su arresto
domiciliario practicado por Scotland Yard. Mientras el Gobierno chileno
defendía la impunidad del dictador, una breve brisa de justicia soplaba sobre
los sobrevivientes y las familias de sus víctimas. En todas partes el apoyo fue
unánime, menos en un Chile con sentimientos encontrados.
El secretario de las
Naciones Unidas, Kofi Annan, celebró que los imputados de crímenes contra la
humanidad ya no pudieran estar fuera del alcance de la ley. Lyonel Jospin,
entonces primer ministro francés, dijo que la detención era "feliz y
justa". Suecia, Suiza y Francia presentaron querellas por nacionales
asesinados por la dictadura. Finalmente y por razones “humanitarias”, Pinochet,
que hizo el teatro respectivo, fue liberado en marzo del siguiente año y se
levantó de su silla de ruedas solo al aterrizar, triunfante, en Santiago. Pero
nada sería desde entonces igual. Esa es otra historia.
Militares argentinos.
Las iniciativas de Garzón, dirigidas después contra militares argentinos
acusados de asesinatos de nacionales españoles, abrieron también otros
capítulos que sentaron bases para romper la impunidad de la dictadura militar
responsable de decenas de miles de desaparecidos.
Garzón es hombre de
izquierdas (en España hay muchas, no como aquí, que hay sólo una y reciclada),
es cierto, incluso hombre de partido. Como miembro del PSOE fue diputado y
secretario de Estado, delegado del Gobierno en el Plan Nacional de Drogas. Pero
eso no le hizo temblar las manos para, como juez, dirigirse también contra las
violaciones de los derechos humanos, practicada por ministros de su propio
partido, en la guerra sucia contra el terrorismo. Su acción penal contra el
ministro del Interior Barrionuevo le costó las elecciones al PSOE. Su
trayectoria siguió apaleando a diestro y siniestro, sin miramientos
ideológicos, con los ojos puestos en los derechos humanos y la justicia. El
espacio faltaría para decir todas las causas internacionales y domésticas que
Garzón siguió emprendiendo. Pero ahora estaba solo. Sin el ala protectora de
ningún partido. Y desde esa soledad que da la conciencia tranquila, la
trinchera solitaria de la lucha contra toda injusticia, venga de donde venga,
Garzón comenzó su última jornada, esta vez contra la impunidad en su propia
patria.
Guerra Civil
Española. En otro emblemático octubre, esta vez en 2008, Garzón se declaró
competente para investigar las desapariciones de la Guerra Civil Española y los
primeros años de la dictadura franquista. Con esa investidura instruyó la
apertura de 19 fosas comunes. Por ese “crimen” es ahora imputado, por
prevaricato, como si el principio del derecho internacional, de no prescripción
de violaciones a los derechos humanos, aceptado también por España, valiera
contra Pinochet o Videla, pero no en casa propia.
Sus compañeros
magistrados de la Audiencia Nacional Clara Bayarri, José Ricardo de Prada y
Ramón Sáez, reconocieron la competencia de Garzón al instruir el procedimiento
por los crímenes del franquismo, y votaron en contra de la instrucción de
procedimiento en su contra. En declaraciones públicas dijeron que “la Audiencia
Nacional es la competente para la investigación de los delitos de lesa
humanidad y genocidio que la sistemática y masiva eliminación de adversarios
políticos que se verificó en nuestro país tras la Guerra Civil constituye” (El
País, 22 de abril de 2010). Pero ese es solo uno de los juicios que tiene en
contra. Otro, incluso contra la opinión de la fiscalía, es un proceso contra
una orden de escucha telefónica a implicados en un sonado caso de corrupción
pública. Se alega que los cómplices de los imputados eran también abogados
defensores y, como tales, gozaban de privilegio, en todas sus conversaciones,
aunque versaran sobre delitos en curso. ¿Tienen acaso los abogados defensores
“patente de corso”?
Nuestros tribunales.
En estos días caerá la primera sentencia. Se rumora en la prensa internacional
que rodará la toga judicial de Garzón. Muchos dicen que también podría perder
la libertad. En todo el mundo se apaga una vela y un tufillo de desaliento
recorre los pasillos de todos los tribunales del planeta. En todas partes
quedan los jueces advertidos, que sigan llenando las cárceles de delincuentes
de poca monta, pero que no toquen a los intocables.
Vuelvo la mirada a
nuestros tribunales de justicia. ¡Cómo quisiera nuestra ciudadanía que también
aquí hubiera Garzones! Los quisiera por encima de los partidos, por encima de
los intereses, más allá de las expectativas de los que los designan! Que aquí
también se atrevieran a enfrentarse a los grandes, con esa fuerza, con ese
ánimo, con esa decisión. Yo conozco magistrados de primera, siempre en
solitario, y sé también de sus desalientos. Que no se apague su tesón, que no
muera nuestra esperanza, si en estos días rueda la cabeza de un justo en los
tribunales de España, porque, cuando un juez tiene miedo, la justicia está de
luto.
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