jueves, marzo 08, 2012

Desde la fe / Madres en la Biblia

Mujeres de la Biblia: honra a tu madre

Celebramos el Día Internacional de la Mujer. Mujer, esposa, compañera, amiga, hermana, enemiga, relacionada…. Y, de todos, una madre.
Brevemente, hemos de señalar que la ley ordenaba que se honrara a la madre así como al padre (Éx. 20:12). El hijo que hiriera a su padre o madre debía ser castigado con la muerte (Éx. 21:17). La misma suerte caía sobre el que era habitualmente desobediente (Dt. 21:18-21).
La mujer prudente que llamó a Joab indicando que era «una madre en Israel» fue escuchada con toda atención (2 S. 20:19). Una madre tiene naturalmente una gran influencia sobre sus hijos, sea para bien o para mal, como se ve con los casos de Jocabed la madre de Moisés y Jezabel la madre de Atalía.
Se nos indica que los hijos de la mujer virtuosa se levantan y la llaman bienaventurada (Pr. 31:28). Timoteo tenía una madre y abuela fieles (2 Ti. 1:5). Hay también «madres» en la iglesia que tienen los intereses del Señor en sus corazones para el bien de los santos, lo que se ve en que Pablo llama a la madre de Rufo también madre suya (Rom 16:13).
He aquí DIEZ MUJERES-MADRES DE LA BIBLIA: Eva, madre de todos; Ana, madre de Samuel; Débora, la nodriza; Elizabet – Isabel; Eunice; Herodías; Loida; Salomé; la suegra de Pedro, y María, la Madre de Jesús...


Reflexiones tomadas y editadas desde la Nueva Versión Internacional (para mujeres).

Mujeres de la Biblia: Sirviendo desde lo femenino

Vamos a reflexionar brevemente sobre algunas mujeres y su relación con el Reino de Dios en la Biblia. Una característica común de estas mujeres: fueron madres.

En el Antiguo Testamento se nombran muchas mujeres: Abigail, Agar, Ana, madre de Samuel, Asenat, Atalía, Betsabé, Cetura, Dalila; Débora, la Nodriza; Débora, la profetisa; Dina, Ester; Eva, la madre de todos; Hulda, Jael, Jezabel, Jocabed, Josabat, Judit y Basemat, la campesina de Bahurim, la esposa de Manoa, la hija de Faraón, la hija de Jefté, la mujer de Jeroboam, la Reina de Saba, la Reina Vasti, la sirvienta judía de Naamán, la sunamita, la viuda de Sarepta, Lea; María, hermana de Moisés; Noadías, Noemí, Orfa, Rahab, Raquel, Rebeca, Rizpa, Rut, Sara, Séfora, Sifra y Púa y Tamar.

En el Nuevo Testamento, también se nombran muchas mujeres: Ana, la profetiza; Dorcas (Tabita), Drusila, Elizabet (Isabel), Eunice, Evodia y Síntique, Herodías, la mujer cananea, la mujer de Pilato, la mujer samaritana, la pecadora arrepentida, las criadas de Caifás, Lidia, Loida, María de Betania, María de Jerusalén; María, la de Roma; María, madre del Apóstol; María la madre de Jesús, María Magdalena, Marta; la mujer del flujo de sangre, Rode, Safira, Salomé, la suegra de Pedro.

Muchas de estas mujeres eran madres. No a todas se les nombra como tales. 

1.       Eva, madre de todos

"Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión" (1ra. Timoteo 2:13, 14). Léase: 1a Timoteo 2:9- 15

Eva significa "madre de vida", o sea, "madre de todos los que tienen vida". Eva personifica todo lo femenino en la raza humana. En ella hay escondido, como en un grano o semilla, toda la gracia e independencia de una mujer, su susceptibilidad a Satán, pero también su susceptibilidad a la fe.

Eva fue creada de Adán. Adán tiene que ser considerado como el origen y fondo del cual ella apareció. Pero esto no significa que Adán la hizo. Eva es el producto de la creación divina. La mujer no tiene, pues, por qué quejarse de no ser un hombre, porque ella, como él, es el resultado de la actividad divina. El pensamiento de Dios está expresado en su ser femenino. Es verdad que Adán existió primero. El fue su cabeza y la raíz de que procedió ella. Pero Adán no era viable sin ella. Estaba en necesidad, y ella era la ayuda que necesitaba. Dios la creó como una ayuda para él. En realidad, la ayuda y sostén debe ser mutuo.

Satán vio inmediatamente que Adán podía ser seducido más fácilmente a través de Eva. Satán reconoció su amabilidad y gracia, pero también su fragilidad natural. Se dio cuenta que podía ser tentada. "Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión", dice el apóstol Pablo. La mujer representa la gracia humana en alto grado. Lo bello en la naturaleza le entusiasma más que al hombre. Su sensibilidad es más viva e impresionable por lo concreto y lo atractivo. No es, instintivamente, menos santa o más pecadora. Pero era más susceptible a la tentación, porque estaba constitucionalmente menos adaptada para ofrecer resistencia que él. Pero no transgredió sola, sino que arrastró a Adán, con ella, al pecado. En vez de perderla a ella en manos de Satán, Adán se dejó atraer a él por causa de ella. La trasgresión de Eva consiste esencialmente en "el pecado con el cual hizo que Adán pecara".

Eva fue apartada de su heredad. Su plenitud femenina fue completamente devastada. Sin embargo, en lo profundo del alma de esta mujer, Dios sembró la semilla de una fe gloriosa, y por medio de ella permitió de nuevo que se levantara delante de ella un cielo. La simiente de esta mujer tentada había de quebrantar la cabeza del tentador. Después de siglos. Los ángeles de Dios reconocieron la simiente de esta mujer en el Hijo de María. El Hijo de María era también el hijo de Eva. Nuestro privilegio consiste en que podamos reconocer a este Niño de Belén en su cuna. Entonces, quizá renuentes pero con una clara esperanza podemos recordar a Eva. Pensando en ella, en el Niño y en nosotros podemos decir la "Madre de todos".

  1. Ana, madre de Samuel

«Jehová empobrece, y Él enriquece; abate y ensalza» (1a Samuel 2:7).

Ana llegó a ser madre por fe. Se nos presenta en el relato como una mujer estéril. Luego pasó a ser madre y con ello se completa su papel. Después de esto su nombre no es mencionado otra vez. Por tanto, la revelación de Dios ya no se expresa en Ana, la madre, sino en Samuel, el hijo que ella pidió al Señor.

Para Elcana, su marido, el problema de Ana era su esterilidad. Y lo enfocaba desde un punto estrictamente psicológico: «Ana, ¿por qué lloras?... ¿No te soy yo mejor que diez hijos?» No vemos en parte alguna que tuviera una fe firme. Se resignaba fácilmente a la condición de Ana. No participaba en la lucha de la oración con Dios, como hacía Abraham.

Por otra parte, Ana tenía una concepción clara de que Dios podía concederle un hijo. Nuestra generación tiende a confiar en la ciencia en circunstancias similares, olvidando que es Dios quien rige los destinos de los hombres. Para Ana todo se reducía a un problema de fe. El hijo tenía que serle dado por Dios. Y en realidad, Dios había hecho grandes planes para ella. Este era un momento decisivo en la historia de su pueblo y Dios había dispuesto que Samuel, el futuro profeta, naciera de Ana.

En su tribulación, Ana se rinde por completo a la confianza de Dios. Su fe firme es que Dios puede convertirla en madre. Podemos llamarle intuición, podemos llamarlo inspiración divina, pero había algo que instigaba a Ana, que la hacía persistir. No se contentaba sin el hijo. Se desentendía de todo lo que la rodeaba, incluso de la irritación, que le causaba Penina, que tenía varios hijos, no daba mucho valor a la consolación que le prodigaba su esposo; su mirada estaba fija sólo en Dios. Su deseo era un hijo para dedicarlo al Señor, según vemos en el voto solemne que hace. Y Ana tiene fe en el hecho que Dios puede concedérselo. Veía la respuesta no como meramente posible, sino cierta. Su fe la inducía a aferrarse al Dios vivo.

La petición fue contestada. El Señor le dio a Samuel. Como es natural, no toda madre está dispuesta a entregar a su hijo a Dios en el momento de nacer. A través de Ana, sin embargo, este pensamiento pasa de Dios a cada madre cristiana. Como Ana tienen que reconocer que Dios es el que da los hijos. Cuando se hace este reconocimiento las madres están más dispuestas a dedicar a sus hijos al Señor que los ha creado.

  1. Débora, la nodriza

"Entonces murió Débora, nodriza de Rebeca, y fue sepultada al pie de Betel, debajo de una encina, la cual fue llamada Alon-bacut" (Génesis 35:8). (Léase: Génesis 35:1-15)

Las Escrituras tiene un espacio para referirse a una mamá de leche en tiempos patriarcales. Esto es lo que leemos en el versículo que hemos leído. Alon Bacut significa "encina del lloro".

Débora sería una sierva de muchos años en la casa. Cuando murió, Jacob había ya regresado con su esposa y los suyos de Padan-Arán a Canaán. Había plantado sus tiendas en Betel. Sus hijos eran ya hombres. El tendría unos sesenta y pico de años para este tiempo, y Débora sería una anciana de ochenta a noventa.

Obsérvese la consideración que se tiene a esta antigua sierva en la casa de Jacob. Isaac y Rebeca se la habrían dado a Jacob cuando la familia de éste empezó a aumentar. Probablemente, en la casa de Jacob habría cuidado a José y a Dina. Se había quedado con la familia. Todos la tratarían con cariño y se sentirían apegados a ella. Cuando finalmente hubo sonado su última hora toda la familia está presente en su entierro. Jacob y los suyos la acompañaron a su última morada con lágrimas en los ojos, según vemos en el nombre dado al lugar.

Débora significa "una abeja". Un nombre apropiado para una sirvienta. Un símbolo de actividad, diligencia, tesón. Porque la gracia de Dios convirtió a Débora en un siervo querido y fiel. ¿No es esto un ejemplo hoy para muchos cristianos que sólo trabajan pensando en la recompensa, como la hormiga?

Aquí también hay una lección. Hoy no existen en el mismo sentido este tipo de relaciones, entre esclavos y dueños, y apenas en siervos y amos. Pero sí existen relaciones en que otros seres humanos pueden ser tratados como objetos, se les saca el provecho y luego se les abandona como si no hubieran existido. Cuando una persona deja de ser útil a la otra se la arrincona, se le pone a un lado: "Hallaremos a otra en su lugar." Este tipo de relación hace imposible la fe. Impide la devoción en el que sirve, lo cual niega la fe. Impide cumplir la responsabilidad del que utiliza los servicios del otro, que cree que ha cumplido al pagar el salario; la fe aquí también es muerta. La relación humana es muerta también: en ella no hay ayuda mutua para el crecimiento de la fe.

  1.             Elizabet - Isabel

"Y he aquí que tu parienta Elisabet, también ella ha concebido un hijo en su vejez; y ya está de seis meses, la que era llamada estéril" (Lucas 1:36).

A Elisabet le cabe el honor de ser la primera mujer que confesó a Cristo en la carne, incluso antes que María. Cuando María, después que hubo concebido por el Espíritu, fue a visitar a Elisabet, esta exclamó en oración profética: "¿De dónde a mí esto, que la madre de mi Señor venga a mí?" (v. 43). Por medio de esta inesperada e indudable confesión Elisabet reforzó la fe de María en el hecho de que ella, sin la menor duda, llevaba al Salvador del mundo en su seno.

Es esta fe firme e invariable que constituye la virtud más prominente de Elisabet. Quizá su firme convicción de que Cristo había ya empezado a asumir forma humana no nos parece a nosotros particularmente notable. Esto puede ser porque sabemos que María ya llevaba en su seno a su hijo, y que este hijo demostró ser el Mediador entre Dios y los hombres. Pero Elisabet no tenía nuestra perspectiva histórica,

Y por esta razón la convicción a que dio expresión es verdaderamente notable.

Elisabet pertenecía a un pueblo que se hallaba en condiciones espirituales humillantes.

Además, Elisabet era anciana, una mujer que había estado pidiendo un hijo a Dios durante muchos años. Era motejada con este estigma de la esterilidad. Y no había estado presente al tiempo en que el ángel se le apareció a Zacarías. No había oído lo que Gabriel le dijo a María. Todo esto ella lo había oído de otros.

A pesar de sus circunstancias desfavorables, Elisabet trascendió inmediatamente toda duda. No sólo esperaba al Mesías que había de llegar, sino que creyó que había llegado. Cuando María fue a visitarla, ella vio y creyó inmediatamente esta maravillosa verdad: "Aquí debajo de los vestidos de esta mujer se halla mi Salvador escondido." El Mesías ya no tenía que venir. Elisabet sabía que había venido. Y por ello oró y le confesó.

Es interesante observar la evidencia de esta fe en Elisabet. Era la madre de Juan. María, una mujer mucho más joven que ella, y que ni tan sólo descendía de sacerdotes, era la madre del Mesías. Una situación así podría haber inducido celos en ella. Podría haberse dicho: "¿Por qué a ella este mayor honor?" Sabemos que en Elisabet no hubo tales pensamientos. Dio a María el más honroso de los nombres posibles a una mujer: "Madre de mi Señor." Y se lo dijo de modo espontáneo y natural, sin afectación. Alabó a María como "bendita tú entre todas las mujeres". El hijo de Elisabet dijo más adelante: "El tiene que crecer y yo he de menguar." El espíritu de Elisabet pasó a Juan, o el espíritu de Juan ya inspiraba a Elisabet. Elisabet fue el último retoño de la vara de Aarón. Judá había de dar nacimiento al Mesías, pero Aarón había de adorarle en servicio.

  1. Eunice

"Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también" (2 Timoteo 1:5).

En la familia de Timoteo reinaba la tradición cristiana. Conocemos nombres en tres generaciones. Detrás de Timoteo hay Eunice, y detrás de ésta, Loida. Los tres manifiestan una «fe no fingida», que ha pasado de uno a otro. La fe no es impartida por los padres sino que procede de Dios. Pero Dios se complace en permitir que su bendición se acreciente en las sucesivas generaciones, imprimiendo el valor de lo que permanece y el conocimiento de ser llamado, dentro de la familia, para glorificar el nombre del Señor.

Ni Loida ni Eunice podían haberse imaginado que Timoteo iba a ser llamado a un lugar de tanta prominencia en la Iglesia de Cristo. A Pablo esta especie de nobilidad espiritual, que va de una generación a otra, como israelita, le parece especialmente hermosa. Se goza al contemplarla. Pero nos habla de ello por algo más: quiere llamar nuestra atención a lo realizado por la madre, la forma en que Dios la usó, a ella y a Loida, para inspirar la fe ferviente y real en Timoteo.

Pablo viene a decirnos que el hecho que Timoteo fuera criado bajo la influencia de la gracia es motivo en sí para dar gracias a Dios. La salvación puede tener lugar a cualquier edad, incluso a edad muy avanzada, pero el llegar lejos en el conocimiento de Dios suele ser más seguro cuando el niño ha sido criado dentro de las Escrituras. El corazón, espíritu y conciencia del niño es más tierno y en él se hunden de modo indeleble las enseñanzas. Cuando han sido imprimidas con eficacia difícilmente se borran más adelante. Timoteo tuvo un inmenso privilegio al poder ser educado desde la niñez en el camino del Señor. Para él, el conocimiento de la Escritura y el contenido de la fe fue vívidamente real. No eran un mero barniz formal, sino que habían crecido y se habían hecho una posesión inseparable de su propia vida y conciencia.

Timoteo le debía esto a su madre. Este es el privilegio de algunos hijos de madres cristianas, pero no de todas. Algunos hijos de madres cristianas, convertidos luego, han dicho que no habían recibido la más mínima bendición de su madre. Pero en otras ocasiones la madre inspira de modo permanente la vida del hijo y éste conserva siempre sagrados recuerdos de ella. Es algo glorioso que unifica a los dos espiritualmente. La ternura del amor materno es santificada por el amor de Cristo; el amor maternal potencia el ferviente anhelo de la madre de que el hijo sea del Salvador. La madre no descansa hasta que de un modo u otro, leyendo historias de la Biblia, dando consejos, ejemplo, estimulo, como sea, le induce a abrir su corazón al Salvador que se le está revelando por aquellos medios.

Nos lamentamos hoy del hecho que muchos hijos maduros se apartan de la fe. Pero al hacerlo hemos de preguntarnos dónde están las Eunices, cuya intensidad espiritual se ha contagiado al hijo. El padre sin duda tiene su responsabilidad, y su carácter, con frecuencia más fuerte, ha de guiar también al hijo en el hogar. Pero, aun cuando se ejerce la influencia del padre, la tierna actividad espiritual de la madre, su vida fiel, piadosa y de oración es la roturación del terreno que permite recibir la semilla en un blando seno. Las madres deben empezar su actividad en los niños cuando son muy jóvenes. No basta con educar al hijo a comportarse con modales, cuidarlos e instruirlos con rectitud. Hay que conducirlos a entrar en los misterios de Dios.

  1. Herodías

"Ella salió y le dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella contestó: La cabeza de Juan el Bautista" (Marcos 6:24). Léase Marcos 6:14-21

Herodías era de Edom, descendiente de Esaú. Herodías era en realidad la mujer del hermano de Herodes, Felipe, un príncipe, pero que había sido desheredado por su padre. Felipe y Herodías vivían en Roma. Como resultado de una visita de Herodes a Roma durante la cual se hospedó en casa de su hermano, Felipe se vio privado de su esposa. Herodías le abandonó para irse con Herodes. Pero, Herodes también era casado con una princesa de Arabia, lo cual era otro obstáculo al matrimonio de los dos.

Herodes rechazó a su esposa. Herodías entró en el palacio como reina. Sólo un hombre se atrevió a protestar públicamente de toda esta inmoralidad: Juan el Bautista. Herodes lo mandó encerrar y es de suponer que, por temor a malquistarse con el pueblo prefirió dejarlo en vida. Herodes era capaz de cualquier crimen, pero era taimado y probablemente supersticioso. No le cabía duda que Juan era un profeta.

Herodías no tenía escrúpulos y sabía perfectamente que su peor enemigo era Juan el Bautista. En tanto el viviera su situación como favorita estaba en peligro. Siempre cabía la posibilidad de que Juan influyera en Herodes de modo desfavorable para ella.

La ambición de Herodías carecía de límites. Lo mismo su orgullo. Habría urdido toda clase de planes para librarse de Juan. Por fin se presentó la ocasión perfecta. Herodes se había puesto en una trampa de la que no pudo escapar. La hija de Herodías, a instigación de su madre pidió, como recompensa de haber danzado de forma que soliviantó las pasiones de aquel viejo zorro, la cabeza de Juan. Juan fue degollado.

Herodías era para Herodes algo semejante a lo que Jezabel era para Acab. En ambos casos la mujer tenía aún menos escrúpulos que el marido. Jezabel odiaba a Elías; Herodías a Juan. Sólo el final de la historia es distinto. Jezabel pereció sin consumar su venganza sobre Elías. Juan sucumbió en manos de Herodías.

El corazón de una mujer decidida al mal no se queda atrás respecto al corazón de un hombre. Cuando se entrega al pecado, pasa a ser un instrumento de Satanás con no menos perfidia y bajeza. Hoy no suelen ocurrir dramas de semejante violencia, por lo menos en los medios habituales en que transcurren nuestras vidas. Sin embargo no es menos verdad que la influencia de una mujer puede ser seguida y descubierta en la conducta de muchos hombres de responsabilidad.

7.           Loida

"Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro en ti también" (2 Timoteo 1:5).

Loida tiene el honroso papel de la «abuela» en las Escrituras. En ella se nos revela la gran importancia de una abuela en la familia. Representa, entre las mujeres de la Biblia, la influencia espiritual única que resulta de su peculiar posición.

Es indudable que Loida había sido creyente. Parece que cuando Pablo envió su segunda carta a Timoteo ya había fallecido. Se nos habla de la fe no fingida que «habitó primero en tu abuela Loida». Lo que nos interesa hacer resaltar aquí es que esta fe no había sido enterrada con ella, sino que había pasado a su hija Eunice, y después, al nieto, Timoteo. Vemos pues, tres eslabones de una cadena espiritual. Una relación espiritual paralela a la relación de la sangre. A los lazos de la sangre se añaden los lazos de la fe. Es Dios quien da la fe, pero como vemos frecuentemente, este hecho ocurre con frecuencia como resultado del Pacto de gracia. Aunque hay excepciones, es más corriente que aparezca en el seno de una familia cristiana que en una familia pagana.

La madre está muchas veces más ocupada y fatigada. La vida de la abuela transcurre de modo más pacífico; su cara revela su mayor calma y paz. Y cuando los nietos entran en su esfera de influencia puede estampar en ellos la fe a través de su ejemplo y admonición. En este sentido la abuela puede ser, en algunos casos más eficiente aún que la madre, más activa y con menos experiencia. La abuela no debe ser dominadora de los nietos. Al contrario puede dar a nietos e hijos la bendición única que una persona madura y con experiencia espiritual puede proporcionar.

  1. Salomé

"Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo, con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo" (Mateo 20:20)Lease Lucas 20:20-28; Marcos 15:40, 41.

Salomé era la esposa de Zebedeo, y la madre de Juan y Jacobo. Salomé podía considerarse como muy bendecida entre las mujeres, puesto que era la madre de dos de los discípulos más queridos por Jesús. Es indudable que los tres apóstoles en quienes Jesús tenía más confianza eran Pedro, Juan y Jacobo. Más adelante apareció Pablo, pero este no formaba parte de los doce. Jacobo y Juan, junto con Pedro, siempre son nombrados en ocasiones aparte. Jacobo murió como mártir según vemos en Hechos 12:2, por lo que su entrada en el cielo precedió a la de los otros apóstoles. De los once que habían presenciado la ascensión de Jesús en el monte de los Olivos, Jacobo fue el primero llamado a la comunión con el Señor.

La vida de Salomé, pues, dio mucho fruto. Sus dos hijos retuvieron su posición clave entre los apóstoles. Juan murió mucho más tarde. Fue el último de los apóstoles que murió, después de la revelación de Patmos.

Salomé era la mujer de un pescador. Vivían en la cosata del Lago de Genezaret. Era de esperar que sus hijos Juan y Jacobo seguirían moviéndose entre barcas y redes, continuando la ocupación de su padre. Pero, el curso de la familia fue cambiando súbitamente cuando Jesús los llamó a formar parte de su grupo. Su posición como apóstoles de un Rey con poder en el cielo y en la tierra cambió las ambiciones de Salomé para ellos, como veremos a continuación.

El pecado de Salomé era el de los apóstoles. Reconoció que Jesús era el Mesías, pero no podía separar al Mesías de la gloria temporal de Israel. No se dio cuenta que los hijos de Abraham lo eran por la fe, no por sus hijos y por Pedro, y quizá sintiera incluso celos de Pedro y quiso asegurarse de que sus hijos, cuando Jesús viniera en su Reino, tuvieran un lugar de honor en él. Estas razones, comprensibles al considerar el orgullo natural de madre, la inducen a esta petición pecaminosa. No procedía de la fe, sino de lo opuesto a la fe.

¿Cuál fue la respuesta de Jesús? Dirigiéndose a sus hijos, que estaban con ella, les pregunta si podían beber de la copa que estaba preparada para él. Los hijos respondieron que podían. Jesús les confirmó el hecho que realmente lo harían: profetizando con ello el martirio, del que los dos iban a morir más adelante en distintas circunstancias. ¡Esta fue la corona de Salomé! ¡Una corona de eterno peso de gloria!

  1. La suegra de Pedro

"Habiendo entrado Jesús en casa de Pedro, vio a la suegra de éste postrada en cama con fiebre". Mateo 8:14
Cuando Jesús dijo a Pedro y a Andrés: "¡Seguidme!" los dos dejaron todo lo que tenían y le siguieron. Los lazos que unían a Pedro, y en general a los discípulos, con sus familias tenían que ser cortados, y nuevos lazos tenían que aparecer para sustituirlos. Pero, Pedro ya no pertenecía a Betsaida, ni a la familia de su padre Jonás. Pertenecía a Jesús y a su Reino. Recordemos a Jesús: "El que ama a su padre o madre más que a mi no es digno de mí." Esto parece una exigencia extrema. Y los primeros cristianos hicieron este sacrificio por sus convicciones: lo dejaron todo para seguir a Jesús.

Eso no era obstáculo para que los lazos deshechos entre el discípulo y su familia fueran luego reconfirmados. Esto ocurrió en el caso de Salomé, la madre de Juan y Jacobo, y en este caso entre Pedro y su suegra. Estas mujeres creemos que se convirtieron a la fe. En cuanto a Salomé es seguro. Sabemos de la suegra de Pedro que servía a Jesús. No cabe duda que el milagro recibido tenía que disponerla a adorar al Señor.

En nuestra historia vemos que la suegra de Pedro está enferma. No sabemos si era una enfermedad grave. Pero, sí que Jesús llegó, le tocó la mano, y a pesar de que "estaba postrada en cama" se puso bien: se levantó y les servía.

De este incidente aprendemos que el hecho que Jesús mandara a sus discípulos que lo dejaran todo para seguirle no les impedía mantener las relaciones con la familia, pues de otro modo Pedro no les habría visitado. En este caso toda la familia alaba al Maestro.

Las relaciones entre yernos y suegras no siempre son lisas y suaves. Es posible que en algunos casos no haya la discreción debida o la paciencia deseable por parte de los dos, en estas relaciones. Por otra parte el amor puede superar todas las discrepancias y diferencias en el modo de ver las cosas. En el caso de Pedro hemos de creer que su enfermedad había unido a toda la familia en oración. Ahora, una vez curada, ella muestra su amor y se dedica a servir al grupo que había traído a casa su yerno, especialmente a Jesús que la había curado. Reinaba la armonía en aquella casa

  1. María, la Madre de Jesús

El Magnificat es un canto de alabanza. En él María dice que el Señor ha hecho grandes cosas por ella, y dice que su nombre es Santo. Su alabanza no era en modo alguno exagerada. No cabe mayor honor sobre un ser humano que el que le correspondió a María. Era verdaderamente la más bendita de todas las mujeres. De todas las hijas de los hombres, ella fue escogida para que el Altísimo la favoreciera con su gracia y la cubriera con su sombra. A lo largo de los siglos se le ha concedido el nombre de Madre de Dios, y no hay objeción a usarlo, con tal que se interprete este nombre debidamente.

Las Escrituras cantan honores a María y no se andan remisos en ello. El ángel la saludó como muy favorecida. Elisabet la llamó "bendita entre las mujeres", "Bienaventurada porque había creído" (v. 45). María misma, se daba cuenta de sus bendiciones cuando dice: " Me tendrán por dichosa todas las generaciones."

María fue elegida por Dios en un sentido único. Su privilegio fue mayor que el que se ha concedido a mortal alguno. Ello es más destacado por su estado humilde, a pesar de sus ilustres antecesores. Pero no hemos de quitarle la gloria que le pertenece porque otros le conceden honores indebidos.

El favor único que se le concedió fue el de ser la Madre de nuestro Señor, que el Hijo de Dios tomara forma humana de su carne y su sangre. María bebió de los santos ojos del niño el amor que los demás tardaron muchos años en conocer. Este honor no lo ganó; le fue concedido por Dios en su soberanía absoluta. Eligió a María. Salvó su vida y le envió el ángel para entregarle el mensaje. La abundancia de gracia que le fue concedida es motivo para que nosotros loemos, no el nombre de María, sino del Señor Dios que se la concedió. La misma esencia de la gracia nos impide que loemos a la criatura. Si hubiera virtud en el hombre para merecerla dejaría de ser gracia.

Tenemos que considerarla como muy favorecida y bienaventurada entre todas las mujeres. Estamos agradecidos de que le fuera concedida esta gracia, y por la gracia que a través de ella nos llega a cada uno. Con todo, no deja de ser "la sierva del Señor" que acepta gozosa hacer su voluntad. Al pensar en ella hemos de proclamar: "¡Gloria a Dios en las alturas!".

La exaltación religiosa de María, por cierto exagerada por algunos, descansa primeramente en su fe, y sobre su fe concebida como un mérito personal. Cuando María recibió el glorioso anuncio del ángel, contestó: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra." Elisabet afirmó referente a esta confesión: "Bienaventurada la que ha creído que tendrán cumplimiento las cosas que le han hablado de parte del Señor." La fe a la que María dio expresión, a veces se ha perdido de vista que le fue dada gratuitamente por la gracia. No fue mérito suyo alguno. Si se considera que lo fue, inmediatamente se sigue: La encarnación del Señor fue sólo posible por el asentimiento de María; por ello María hizo posible a Cristo el ofrecer el supremo sacrificio de la redención; y por la redención del mundo, y por el perdón de nuestros pecados por la sangre del Cordero. Esto es inadmisible.

No se trata de rebajar la calidad de la fe de María. Esto estaría en contra del espíritu de las Escrituras, que confirman esta fe repetidamente. Se trata más bien de hacer ver que esta fe no da lugar para la exaltación de María, pues no se aparta de la regla: "La fe no es de vosotros, pues es don de Dios." Dios influyó en su alma y en su cuerpo: en su alma dándole la fe y en su cuerpo formando en él al Salvador, a partir de su carne y de su sangre.

2 comentarios:

Miguel T. Castro dijo...

Apreciado Milton, me encanto su página,
adelante amigo y hermano ,que en algún
nos daremos la mano,
bendiciones.
Miguel Tomás Castro, El salvador

Anónimo dijo...

Muy bueno