Celebramos el Día Internacional
de la Mujer. Mujer, esposa, compañera, amiga, hermana, enemiga, relacionada…. Y,
de todos, una madre.
Brevemente, hemos de señalar
que la ley ordenaba que se honrara a la madre así como al padre (Éx. 20:12). El
hijo que hiriera a su padre o madre debía ser castigado con la muerte (Éx.
21:17). La misma suerte caía sobre el que era habitualmente desobediente (Dt.
21:18-21).
La mujer prudente que llamó a
Joab indicando que era «una madre en Israel» fue escuchada con toda atención (2
S. 20:19). Una madre tiene naturalmente
una gran influencia sobre sus hijos, sea para bien o para mal, como se ve
con los casos de Jocabed la madre de Moisés y Jezabel la madre de Atalía.
Se nos indica que los hijos de
la mujer virtuosa se levantan y la llaman bienaventurada (Pr. 31:28). Timoteo
tenía una madre y abuela fieles (2 Ti. 1:5). Hay también «madres» en la iglesia
que tienen los intereses del Señor en sus corazones para el bien de los santos,
lo que se ve en que Pablo llama a la madre de Rufo también madre suya (Rom
16:13).
He aquí DIEZ MUJERES-MADRES DE
LA BIBLIA: Eva,
madre de todos; Ana, madre de Samuel; Débora, la nodriza; Elizabet – Isabel; Eunice;
Herodías; Loida; Salomé; la suegra de Pedro, y María, la Madre de Jesús...
Reflexiones
tomadas y editadas desde la Nueva Versión Internacional (para mujeres).
Mujeres de la Biblia: Sirviendo desde lo femenino
Vamos
a reflexionar brevemente sobre algunas mujeres y su relación con el Reino de
Dios en la Biblia. Una característica común de estas mujeres:
fueron madres.
En el
Antiguo Testamento se nombran muchas mujeres: Abigail, Agar, Ana, madre de
Samuel, Asenat, Atalía, Betsabé, Cetura, Dalila; Débora, la Nodriza; Débora, la
profetisa; Dina, Ester; Eva, la madre de todos; Hulda, Jael, Jezabel, Jocabed,
Josabat, Judit y Basemat, la campesina de Bahurim, la esposa de Manoa, la hija
de Faraón, la hija de Jefté, la mujer de Jeroboam, la Reina de Saba, la Reina Vasti , la
sirvienta judía de Naamán, la sunamita, la viuda de Sarepta, Lea; María,
hermana de Moisés; Noadías, Noemí, Orfa, Rahab, Raquel, Rebeca, Rizpa, Rut,
Sara, Séfora, Sifra y Púa y Tamar.
En el
Nuevo Testamento, también se nombran muchas mujeres: Ana, la profetiza; Dorcas
(Tabita), Drusila, Elizabet (Isabel), Eunice, Evodia y Síntique, Herodías, la
mujer cananea, la mujer de Pilato, la mujer samaritana, la pecadora
arrepentida, las criadas de Caifás, Lidia, Loida, María de Betania, María de
Jerusalén; María, la de Roma ;
María, madre del Apóstol; María la madre de Jesús, María Magdalena, Marta; la
mujer del flujo de sangre, Rode, Safira, Salomé, la suegra de Pedro.
Muchas
de estas mujeres eran madres. No a todas se les nombra como tales.
1. Eva, madre de todos
"Porque Adán fue formado
primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo
engañada, incurrió en transgresión" (1ra. Timoteo 2:13, 14). Léase: 1a
Timoteo 2:9- 15
Eva significa "madre de
vida", o sea, "madre de todos los que tienen vida". Eva personifica todo lo
femenino en la raza humana. En ella hay escondido, como en un grano o semilla,
toda la gracia e independencia de una mujer, su susceptibilidad a Satán, pero
también su susceptibilidad a la fe.
Eva
fue creada de Adán. Adán tiene que ser considerado como el origen y fondo del
cual ella apareció. Pero esto no significa que Adán la hizo. Eva es el
producto de la creación divina. La mujer no tiene, pues, por qué quejarse de no
ser un hombre, porque ella, como él, es el resultado de la actividad divina.
El pensamiento de Dios está expresado en su ser femenino. Es verdad que Adán
existió primero. El fue su cabeza y la raíz de que procedió ella. Pero Adán no
era viable sin ella. Estaba en necesidad, y ella era la ayuda que necesitaba.
Dios la creó como una ayuda para él. En realidad, la ayuda y sostén debe ser
mutuo.
Satán
vio inmediatamente que Adán podía ser seducido más fácilmente a través de Eva.
Satán reconoció su amabilidad y gracia, pero también su fragilidad natural. Se
dio cuenta que podía ser tentada. "Adán no fue engañado, sino que la
mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión", dice el apóstol Pablo.
La mujer representa la gracia humana en alto grado. Lo bello en la naturaleza
le entusiasma más que al hombre. Su sensibilidad es más viva e impresionable
por lo concreto y lo atractivo. No es, instintivamente, menos santa o más pecadora.
Pero era más susceptible a la tentación, porque estaba constitucionalmente
menos adaptada para ofrecer resistencia que él. Pero no transgredió sola, sino
que arrastró a Adán, con ella, al pecado. En vez de perderla a ella en manos de
Satán, Adán se dejó atraer a él por causa de ella. La trasgresión de Eva
consiste esencialmente en "el pecado con el cual hizo que Adán
pecara".
Eva fue apartada de su heredad.
Su plenitud femenina fue completamente devastada. Sin embargo, en lo profundo
del alma de esta mujer, Dios sembró la semilla de una fe gloriosa, y por medio
de ella permitió de nuevo que se levantara delante de ella un cielo. La simiente de esta mujer
tentada había de quebrantar la cabeza del tentador. Después de siglos. Los
ángeles de Dios reconocieron la simiente de esta mujer en el Hijo de María. El
Hijo de María era también el hijo de Eva. Nuestro privilegio consiste en que
podamos reconocer a este Niño de Belén en su cuna. Entonces, quizá renuentes
pero con una clara esperanza podemos recordar a Eva. Pensando en ella, en el
Niño y en nosotros podemos decir la "Madre de todos".
- Ana,
madre de Samuel
«Jehová
empobrece, y Él enriquece; abate y ensalza» (1a Samuel 2:7).
Ana llegó a ser madre por fe. Se nos presenta en el relato
como una mujer estéril. Luego pasó a ser madre y con ello se completa su papel.
Después de esto su nombre no es mencionado otra vez. Por tanto, la revelación
de Dios ya no se expresa en Ana, la madre, sino en Samuel, el hijo que ella
pidió al Señor.
Para
Elcana, su marido, el problema de Ana era su esterilidad. Y lo enfocaba desde
un punto estrictamente psicológico: «Ana, ¿por qué lloras?... ¿No te soy yo
mejor que diez hijos?» No vemos en parte alguna que tuviera una fe firme. Se
resignaba fácilmente a la condición de Ana. No participaba en la lucha de la
oración con Dios, como hacía Abraham.
Por
otra parte, Ana tenía una concepción
clara de que Dios podía concederle un hijo. Nuestra generación tiende a
confiar en la ciencia en circunstancias similares, olvidando que es Dios quien
rige los destinos de los hombres. Para
Ana todo se reducía a un problema de fe. El hijo tenía que serle dado por
Dios. Y en realidad, Dios había hecho grandes planes para ella. Este era un
momento decisivo en la historia de su pueblo y Dios había dispuesto que Samuel,
el futuro profeta, naciera de Ana.
En su tribulación, Ana se rinde
por completo a la confianza de Dios.
Su fe firme es que Dios puede convertirla en madre. Podemos llamarle intuición,
podemos llamarlo inspiración divina, pero había algo que instigaba a Ana, que
la hacía persistir. No se contentaba sin el hijo. Se desentendía de todo lo que
la rodeaba, incluso de la irritación, que le causaba Penina, que tenía varios
hijos, no daba mucho valor a la consolación que le prodigaba su esposo; su
mirada estaba fija sólo en Dios. Su deseo era un hijo para dedicarlo al Señor,
según vemos en el voto solemne que hace. Y Ana tiene fe en el hecho que Dios
puede concedérselo. Veía la respuesta no como meramente posible, sino cierta.
Su fe la inducía a aferrarse al Dios vivo.
La petición fue contestada. El Señor le dio a Samuel. Como
es natural, no toda madre está dispuesta a entregar a su hijo a Dios en el
momento de nacer. A través de Ana, sin embargo, este pensamiento pasa de Dios a
cada madre cristiana. Como Ana tienen
que reconocer que Dios es el que da los hijos. Cuando se hace este
reconocimiento las madres están más dispuestas a dedicar a sus hijos al Señor
que los ha creado.
- Débora,
la nodriza
"Entonces murió Débora,
nodriza de Rebeca, y fue sepultada al pie de Betel, debajo de una encina, la
cual fue llamada Alon-bacut" (Génesis 35:8). (Léase: Génesis 35:1-15)
Las
Escrituras tiene un espacio para referirse a una mamá de leche en tiempos
patriarcales. Esto es lo que leemos en el versículo que hemos leído. Alon Bacut
significa "encina del lloro".
Débora
sería una sierva de muchos años en la casa. Cuando murió, Jacob había ya regresado con
su esposa y los suyos de Padan-Arán a Canaán. Había plantado sus tiendas en
Betel. Sus hijos eran ya hombres. El tendría unos sesenta y pico de años para
este tiempo, y Débora sería una anciana de ochenta a noventa.
Obsérvese
la consideración que se tiene a esta antigua sierva en la casa de Jacob. Isaac
y Rebeca se la habrían dado a Jacob cuando la familia de éste empezó a
aumentar. Probablemente, en la casa de Jacob habría cuidado a José y a Dina. Se
había quedado con la
familia. Todos la tratarían con cariño y se sentirían
apegados a ella. Cuando finalmente hubo sonado su última hora toda la familia
está presente en su entierro. Jacob y los suyos la acompañaron a su última
morada con lágrimas en los ojos, según vemos en el nombre dado al lugar.
Débora significa "una
abeja". Un nombre apropiado para una sirvienta. Un símbolo de actividad,
diligencia, tesón. Porque la gracia de Dios convirtió a Débora en un siervo
querido y fiel. ¿No es esto un ejemplo hoy para muchos cristianos que sólo
trabajan pensando en la recompensa, como la hormiga?
Aquí
también hay una lección. Hoy no existen en el mismo sentido este tipo de
relaciones, entre esclavos y dueños, y apenas en siervos y amos. Pero sí
existen relaciones en que otros seres humanos pueden ser tratados como objetos,
se les saca el provecho y luego se les abandona como si no hubieran existido.
Cuando una persona deja de ser útil a la otra se la arrincona, se le pone a un
lado: "Hallaremos a otra en su lugar." Este tipo de relación hace
imposible la fe. Impide
la devoción en el que sirve, lo cual niega la fe. Impide cumplir la
responsabilidad del que utiliza los servicios del otro, que cree que ha
cumplido al pagar el salario; la fe aquí también es muerta. La relación humana
es muerta también: en ella no hay ayuda mutua para el crecimiento de la fe.
- Elizabet - Isabel
"Y he aquí que tu parienta
Elisabet, también ella ha concebido un hijo en su vejez; y ya está de seis
meses, la que era llamada estéril" (Lucas 1:36).
A
Elisabet le cabe el honor de ser la primera mujer que confesó a Cristo en la
carne, incluso antes que María. Cuando María, después que hubo concebido por el
Espíritu, fue a visitar a Elisabet, esta exclamó en oración profética:
"¿De dónde a mí esto, que la madre de mi Señor venga a mí?" (v. 43).
Por medio de esta inesperada e indudable confesión Elisabet reforzó la fe de
María en el hecho de que ella, sin la menor duda, llevaba al Salvador del mundo
en su seno.
Es
esta fe firme e invariable que constituye la virtud más prominente de Elisabet.
Quizá su firme convicción de que Cristo había ya empezado a asumir forma humana
no nos parece a nosotros particularmente notable. Esto puede ser porque sabemos
que María ya llevaba en su seno a su hijo, y que este hijo demostró ser el
Mediador entre Dios y los hombres. Pero Elisabet no tenía nuestra perspectiva
histórica,
Y por
esta razón la convicción a que dio expresión es verdaderamente notable.
Elisabet
pertenecía a un pueblo que se hallaba en condiciones espirituales humillantes.
Además,
Elisabet era anciana, una mujer que había estado pidiendo un hijo a Dios
durante muchos años. Era motejada con este estigma de la esterilidad. Y no
había estado presente al tiempo en que el ángel se le apareció a Zacarías. No
había oído lo que Gabriel le dijo a María. Todo esto ella lo había oído de
otros.
A pesar de sus circunstancias
desfavorables, Elisabet trascendió inmediatamente toda duda. No sólo esperaba
al Mesías que había de llegar, sino que creyó que había llegado. Cuando María fue a visitarla,
ella vio y creyó inmediatamente esta maravillosa verdad: "Aquí debajo de
los vestidos de esta mujer se halla mi Salvador escondido." El Mesías ya
no tenía que venir. Elisabet sabía que había venido. Y por ello oró y le
confesó.
Es
interesante observar la evidencia de esta fe en Elisabet. Era la madre de Juan.
María, una mujer mucho más joven que ella, y que ni tan sólo descendía de
sacerdotes, era la madre del Mesías. Una situación así podría haber inducido
celos en ella. Podría haberse dicho: "¿Por qué a ella este mayor
honor?" Sabemos que en Elisabet no hubo tales pensamientos. Dio a María el más honroso de los
nombres posibles a una mujer: "Madre de mi Señor." Y se lo dijo de
modo espontáneo y natural, sin afectación. Alabó a María como "bendita tú
entre todas las mujeres". El hijo de Elisabet dijo más adelante: "El
tiene que crecer y yo he de menguar." El espíritu de Elisabet pasó a Juan,
o el espíritu de Juan ya inspiraba a Elisabet. Elisabet fue el último retoño de
la vara de Aarón. Judá había de dar nacimiento al Mesías, pero Aarón había de
adorarle en servicio.
- Eunice
"Trayendo a la memoria la
fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu
madre Eunice, y estoy seguro que en ti también" (2 Timoteo 1:5).
En la
familia de Timoteo reinaba la tradición cristiana. Conocemos nombres en tres
generaciones. Detrás de Timoteo hay Eunice, y detrás de ésta, Loida. Los tres
manifiestan una «fe no fingida», que ha pasado de uno a otro. La fe no es
impartida por los padres sino que procede de Dios. Pero Dios se complace en
permitir que su bendición se acreciente en las sucesivas generaciones, imprimiendo
el valor de lo que permanece y el conocimiento de ser llamado, dentro de la
familia, para glorificar el nombre del Señor.
Ni
Loida ni Eunice podían haberse imaginado que Timoteo iba a ser llamado a un
lugar de tanta prominencia en la Iglesia de Cristo. A Pablo esta especie de
nobilidad espiritual, que va de una generación a otra, como israelita, le
parece especialmente hermosa. Se goza al contemplarla. Pero nos habla de ello
por algo más: quiere llamar nuestra atención a lo realizado por la madre, la
forma en que Dios la usó, a ella y a Loida, para inspirar la fe ferviente y
real en Timoteo.
Pablo viene a decirnos que el
hecho que Timoteo fuera criado bajo la influencia de la gracia es motivo en sí
para dar gracias a Dios. La salvación puede tener lugar a cualquier edad,
incluso a edad muy avanzada, pero el llegar lejos en el conocimiento de Dios
suele ser más seguro cuando el niño ha sido criado dentro de las Escrituras. El corazón, espíritu y
conciencia del niño es más tierno y en él se hunden de modo indeleble las
enseñanzas. Cuando han sido imprimidas con eficacia difícilmente se borran más
adelante. Timoteo tuvo un inmenso privilegio al poder ser educado desde la
niñez en el camino del Señor. Para él, el conocimiento de la Escritura y el contenido
de la fe fue vívidamente real. No eran un mero barniz formal, sino que habían
crecido y se habían hecho una posesión inseparable de su propia vida y
conciencia.
Timoteo
le debía esto a su madre. Este es el privilegio de algunos hijos de madres
cristianas, pero no de todas. Algunos hijos de madres cristianas, convertidos
luego, han dicho que no habían recibido la más mínima bendición de su madre.
Pero en otras ocasiones la madre inspira de modo permanente la vida del hijo y
éste conserva siempre sagrados recuerdos de ella. Es algo glorioso que unifica
a los dos espiritualmente. La ternura del amor materno es santificada por el
amor de Cristo; el amor maternal potencia el ferviente anhelo de la madre de
que el hijo sea del Salvador. La madre no descansa hasta que de un modo u otro,
leyendo historias de la Biblia, dando consejos, ejemplo, estimulo, como sea, le
induce a abrir su corazón al Salvador que se le está revelando por aquellos
medios.
Nos
lamentamos hoy del hecho que muchos hijos maduros se apartan de la fe. Pero al hacerlo hemos
de preguntarnos dónde están las Eunices, cuya intensidad espiritual se ha
contagiado al hijo. El padre sin duda tiene su responsabilidad, y su carácter,
con frecuencia más fuerte, ha de guiar también al hijo en el hogar. Pero, aun
cuando se ejerce la influencia del padre, la tierna actividad espiritual de la
madre, su vida fiel, piadosa y de oración es la roturación del terreno que
permite recibir la semilla en un blando seno. Las madres deben empezar su
actividad en los niños cuando son muy jóvenes. No basta con educar al hijo a
comportarse con modales, cuidarlos e instruirlos con rectitud. Hay que
conducirlos a entrar en los misterios de Dios.
- Herodías
"Ella salió y le dijo a su
madre: ¿Qué pediré? Y ella contestó: La cabeza de Juan el Bautista " (Marcos
6:24). Léase Marcos 6:14-21
Herodías
era de Edom, descendiente de Esaú. Herodías era en realidad la mujer del
hermano de Herodes, Felipe, un príncipe, pero que había sido desheredado por su
padre. Felipe y Herodías vivían en Roma. Como resultado de una visita de
Herodes a Roma durante la cual se hospedó en casa de su hermano, Felipe se vio
privado de su esposa. Herodías le abandonó para irse con Herodes. Pero, Herodes
también era casado con una princesa de Arabia, lo cual era otro obstáculo al
matrimonio de los dos.
Herodes
rechazó a su esposa. Herodías entró en el palacio como reina. Sólo un hombre se
atrevió a protestar públicamente de toda esta inmoralidad: Juan el Bautista.
Herodes lo mandó encerrar y es de suponer que, por temor a malquistarse con el
pueblo prefirió dejarlo en vida. Herodes era capaz de cualquier crimen, pero
era taimado y probablemente supersticioso. No le cabía duda que Juan era un
profeta.
Herodías no tenía escrúpulos y
sabía perfectamente que su peor enemigo era Juan el Bautista. En tanto el
viviera su situación como favorita estaba en peligro. Siempre cabía la
posibilidad de que Juan influyera en Herodes de modo desfavorable para ella.
La
ambición de Herodías carecía de límites. Lo mismo su orgullo. Habría urdido
toda clase de planes para librarse de Juan. Por fin se presentó la ocasión
perfecta. Herodes se había puesto en una trampa de la que no pudo escapar. La
hija de Herodías, a instigación de su madre pidió, como recompensa de haber
danzado de forma que soliviantó las pasiones de aquel viejo zorro, la cabeza de
Juan. Juan fue degollado.
Herodías
era para Herodes algo semejante a lo que Jezabel era para Acab. En ambos casos
la mujer tenía aún menos escrúpulos que el marido. Jezabel odiaba a Elías;
Herodías a Juan. Sólo el final de la historia es distinto. Jezabel pereció sin
consumar su venganza sobre Elías. Juan sucumbió en manos de Herodías.
El corazón de una mujer
decidida al mal no se queda atrás respecto al corazón de un hombre. Cuando se
entrega al pecado, pasa a ser un instrumento de Satanás con no menos perfidia y
bajeza. Hoy no
suelen ocurrir dramas de semejante violencia, por lo menos en los medios
habituales en que transcurren nuestras vidas. Sin embargo no es menos verdad
que la influencia de una mujer puede ser seguida y descubierta en la conducta
de muchos hombres de responsabilidad.
7.
Loida
"Trayendo a la memoria la
fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu
madre Eunice, y estoy seguro en ti también" (2 Timoteo 1:5).
Loida
tiene el honroso papel de la «abuela» en las Escrituras. En ella se nos revela
la gran importancia de una abuela en la familia. Representa ,
entre las mujeres de la Biblia, la influencia espiritual única que resulta de
su peculiar posición.
Es
indudable que Loida había sido creyente. Parece que cuando Pablo envió su
segunda carta a Timoteo ya había fallecido. Se nos habla de la fe no fingida
que «habitó primero en tu abuela Loida». Lo que nos interesa hacer resaltar
aquí es que esta fe no había sido enterrada con ella, sino que había pasado a
su hija Eunice, y después, al nieto, Timoteo. Vemos pues, tres eslabones de una
cadena espiritual. Una relación espiritual paralela a la relación de la sangre. A los lazos de
la sangre se añaden los lazos de la fe. Es Dios quien da la fe, pero como vemos
frecuentemente, este hecho ocurre con frecuencia como resultado del Pacto de
gracia. Aunque hay excepciones, es más corriente que aparezca en el seno de
una familia cristiana que en una familia pagana.
La madre está muchas veces más
ocupada y fatigada. La vida de la abuela transcurre de modo más pacífico; su
cara revela su mayor calma y paz.
Y cuando los nietos entran en su esfera de influencia puede estampar en ellos
la fe a través de su ejemplo y admonición. En este sentido la abuela puede ser,
en algunos casos más eficiente aún que la madre, más activa y con menos
experiencia. La abuela no debe ser dominadora de los nietos. Al contrario puede
dar a nietos e hijos la bendición única que una persona madura y con
experiencia espiritual puede proporcionar.
- Salomé
"Entonces se le acercó la
madre de los hijos de Zebedeo, con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole
algo" (Mateo 20:20)Lease Lucas 20:20-28; Marcos 15:40, 41.
Salomé
era la esposa de Zebedeo, y la madre de Juan y Jacobo. Salomé podía
considerarse como muy bendecida entre las mujeres, puesto que era la madre de
dos de los discípulos más queridos por Jesús. Es indudable que los tres
apóstoles en quienes Jesús tenía más confianza eran Pedro, Juan y Jacobo. Más
adelante apareció Pablo, pero este no formaba parte de los doce. Jacobo y Juan,
junto con Pedro, siempre son nombrados en ocasiones aparte. Jacobo murió como
mártir según vemos en Hechos 12:2, por lo que su entrada en el cielo precedió a
la de los otros apóstoles. De los once que habían presenciado la ascensión de
Jesús en el monte de los Olivos, Jacobo fue el primero llamado a la comunión
con el Señor.
Salomé
era la mujer de un pescador. Vivían en la cosata del Lago de Genezaret. Era de
esperar que sus hijos Juan y Jacobo seguirían moviéndose entre barcas y redes,
continuando la ocupación de su padre. Pero, el curso de la familia fue
cambiando súbitamente cuando Jesús los llamó a formar parte de su grupo. Su
posición como apóstoles de un Rey con poder en el cielo y en la tierra cambió
las ambiciones de Salomé para ellos, como veremos a continuación.
El
pecado de Salomé era el de los apóstoles. Reconoció que Jesús era el Mesías, pero
no podía separar al Mesías de la gloria temporal de Israel. No se dio cuenta
que los hijos de Abraham lo eran por la fe, no por sus hijos y por Pedro, y
quizá sintiera incluso celos de Pedro y quiso asegurarse de que sus hijos,
cuando Jesús viniera en su Reino, tuvieran un lugar de honor en él. Estas
razones, comprensibles al considerar el orgullo natural de madre, la inducen a
esta petición pecaminosa. No procedía de la fe, sino de lo opuesto a la fe.
¿Cuál fue la respuesta de
Jesús? Dirigiéndose a sus hijos, que estaban con ella, les pregunta si podían
beber de la copa que estaba preparada para él. Los hijos respondieron que
podían. Jesús les confirmó el hecho que realmente lo harían: profetizando con
ello el martirio, del que los dos iban a morir más adelante en distintas
circunstancias. ¡Esta fue la corona de Salomé! ¡Una corona de eterno peso de
gloria!
- La
suegra de Pedro
"Habiendo entrado Jesús en
casa de Pedro, vio a la suegra de éste postrada en cama con fiebre". Mateo
8:14
Cuando
Jesús dijo a Pedro y a Andrés: "¡Seguidme!" los dos dejaron todo lo
que tenían y le siguieron. Los lazos que unían a Pedro, y en general a los
discípulos, con sus familias tenían que ser cortados, y nuevos lazos tenían que
aparecer para sustituirlos. Pero, Pedro ya no pertenecía a Betsaida, ni a la
familia de su padre Jonás. Pertenecía a Jesús y a su Reino. Recordemos a Jesús:
"El que ama a su padre o madre más que a mi no es digno de mí." Esto
parece una exigencia extrema. Y los primeros cristianos hicieron este sacrificio
por sus convicciones: lo dejaron todo para seguir a Jesús.
Eso no
era obstáculo para que los lazos deshechos entre el discípulo y su familia
fueran luego reconfirmados. Esto ocurrió en el caso de Salomé, la madre de Juan
y Jacobo, y en este caso entre Pedro y su suegra. Estas mujeres creemos que se
convirtieron a la fe. En
cuanto a Salomé es seguro. Sabemos de la suegra de Pedro que servía a Jesús. No
cabe duda que el milagro recibido tenía que disponerla a adorar al Señor.
En
nuestra historia vemos que la suegra de Pedro está enferma. No sabemos si era
una enfermedad grave. Pero, sí que Jesús llegó, le tocó la mano, y a pesar de
que "estaba postrada en cama" se puso bien: se levantó y les servía.
De este incidente aprendemos
que el hecho que Jesús mandara a sus discípulos que lo dejaran todo para
seguirle no les impedía mantener las relaciones con la familia, pues de otro
modo Pedro no les habría visitado. En este caso toda la familia alaba al
Maestro.
Las
relaciones entre yernos y suegras no siempre son lisas y suaves. Es posible que
en algunos casos no haya la discreción debida o la paciencia deseable por parte
de los dos, en estas relaciones. Por otra parte el amor puede superar todas las discrepancias y diferencias en el modo
de ver las cosas. En el caso de Pedro hemos de creer que su enfermedad
había unido a toda la familia en oración. Ahora, una vez curada, ella muestra
su amor y se dedica a servir al grupo que había traído a casa su yerno,
especialmente a Jesús que la había curado. Reinaba la armonía en aquella casa
- María,
la Madre de Jesús
El
Magnificat es un canto de alabanza. En él María dice que el Señor ha hecho
grandes cosas por ella, y dice que su nombre es Santo. Su alabanza no era en
modo alguno exagerada. No cabe mayor honor sobre un ser humano que el que le
correspondió a María. Era verdaderamente la más bendita de todas las mujeres.
De todas las hijas de los hombres, ella fue escogida para que el Altísimo la
favoreciera con su gracia y la cubriera con su sombra. A lo largo de los siglos
se le ha concedido el nombre de Madre de Dios, y no hay objeción a usarlo, con
tal que se interprete este nombre debidamente.
Las
Escrituras cantan honores a María y no se andan remisos en ello. El ángel la
saludó como muy favorecida. Elisabet la llamó "bendita entre las
mujeres", "Bienaventurada porque había creído" (v. 45). María
misma, se daba cuenta de sus bendiciones cuando dice: " Me tendrán por
dichosa todas las generaciones."
María
fue elegida por Dios en un sentido único. Su privilegio fue mayor que el que se
ha concedido a mortal alguno. Ello es más destacado por su estado humilde, a
pesar de sus ilustres antecesores. Pero no
hemos de quitarle la gloria que le pertenece porque otros le conceden honores
indebidos.
El
favor único que se le concedió fue el de ser la Madre de nuestro Señor, que el
Hijo de Dios tomara forma humana de su carne y su sangre. María bebió de los
santos ojos del niño el amor que los demás tardaron muchos años en conocer.
Este honor no lo ganó; le fue concedido por Dios en su soberanía absoluta.
Eligió a María. Salvó su vida y le envió el ángel para entregarle el mensaje.
La abundancia de gracia que le fue concedida es motivo para que nosotros
loemos, no el nombre de María, sino del Señor Dios que se la concedió. La misma
esencia de la gracia nos impide que loemos a la criatura. Si hubiera
virtud en el hombre para merecerla dejaría de ser gracia.
Tenemos que considerarla como
muy favorecida y bienaventurada entre todas las mujeres. Estamos agradecidos de que le fuera
concedida esta gracia, y por la gracia que a través de ella nos llega a cada
uno. Con todo, no deja de ser "la sierva del Señor" que acepta gozosa
hacer su voluntad. Al pensar en ella hemos de proclamar: "¡Gloria a Dios
en las alturas!".
La
exaltación religiosa de María, por cierto exagerada por algunos, descansa
primeramente en su fe, y sobre su fe concebida como un mérito personal. Cuando
María recibió el glorioso anuncio del ángel, contestó: "He aquí la sierva
del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra." Elisabet afirmó
referente a esta confesión: "Bienaventurada la que ha creído que tendrán
cumplimiento las cosas que le han hablado de parte del Señor." La fe a la que María dio expresión,
a veces se ha perdido de vista que le fue dada gratuitamente por la gracia. No fue
mérito suyo alguno. Si se considera que lo fue, inmediatamente se sigue: La
encarnación del Señor fue sólo posible por el asentimiento de María; por ello
María hizo posible a Cristo el ofrecer el supremo sacrificio de la redención; y
por la redención del mundo, y por el perdón de nuestros pecados por la sangre
del Cordero. Esto es inadmisible.
No se
trata de rebajar la calidad de la fe de María. Esto estaría en contra del
espíritu de las Escrituras, que confirman esta fe repetidamente. Se trata más
bien de hacer ver que esta fe no da lugar para la exaltación de María, pues no
se aparta de la regla: "La fe no es de vosotros, pues es don de
Dios." Dios influyó en su alma y en su cuerpo: en su alma dándole la fe y
en su cuerpo formando en él al Salvador, a partir de su carne y de su sangre.
2 comentarios:
Apreciado Milton, me encanto su página,
adelante amigo y hermano ,que en algún
nos daremos la mano,
bendiciones.
Miguel Tomás Castro, El salvador
Muy bueno
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