Por Velia Govaere
Catedrática UNED
Los astros
parecieran cambiar de signo en Europa. Los mercados reaccionaron nerviosos
frente a la victoria de François Hollande y la catástrofe de los partidos
tradicionales en las elecciones griegas. Así repudiaron esos pueblos las políticas
teutonas de austeridad del dúo Merkel-Sarkozy, marcando la necesidad de una
nueva orientación, so peligro de mayor alienación de los votantes.
¿Se avecinan realmente tiempos de cambio? Tal vez un
poco, pero sólo de acento, no de rumbo. La
cobija no da para tanto, porque es imposible regresar alegremente a la
irresponsabilidad fiscal para salir de la recesión. Antes la consigna era ahorro draconiano,
ahora crecimiento a toda costa. Falsas disyuntivas. Un acento desproporcionado en el ahorro dio lugar
a una feroz contracción económica, que agravó en vez de suavizar el déficit
fiscal. Eso sin hablar del desempleo y del descontento popular. Pero soltar los
frenos del gasto público para promover crecimiento, terminaría agravando el
entorno económico y las capacidades del Estado para brindar servicios sociales,
universales y sostenibles. Más que un giro copernicano se trata, más bien, de
un delicado ajuste del saneamiento de las finanzas públicas, con una inversión que
permita reactivar la economía.
Siendo
honestos, Sarkozy, por lo menos del diente al labio, decía que el ahorro no
bastaba y que se necesitaba empujar el crecimiento. Esa canción no es nueva en
Francia. Pero la batuta estaba en manos germanas, una de tantas razones que le
costaron la elección. Es equívoco pensar entonces que Hollande es una
alternativa radicalmente diferente de Sarkozy.
(Como
francesa, vacilé hasta las últimas semanas, hasta que mi voto lo decidió el
giro brutal de Sarkozy cuando buscó ganarse votos de la extrema derecha, coqueteando con un racismo
zenofóbico, que repudiaron hasta figuras emblemáticas de la derecha gala).
Ya Christine
Lagarde, del mismo partido de Sarkozy y ex compañera de gabinete, directora ahora
del FMI, había advertido los peligros del ahorro sin estímulos económicos para
el crecimiento. Con la elección, aumentó su voz y condena abiertamente cualquier
austeridad que ahogue la recuperación. Es la nueva moda. Hasta la Merkel habla ahora
de crecimiento.
¿Nos
volvimos sabios de repente? No es para tanto. El problema es que buscar una política equilibrada es mucho más fácil
que encontrarla -lección aprendida en casa. Con todo y las exageraciones en
austeridad, en ninguna parte se ha disminuido significativamente el endeudamiento. Faltan inversiones que
estimulen la economía, pero ni Alemania tiene fondos para eso. No existe
fórmula mágica que combine ahorro e inversión, sin generar efectos no deseados.
Así son las medicinas. Si se invierte, tal vez se crece, pero aumenta
endeudamiento y cargas financieras. Queda menos para lo demás y, tarde o
temprano, volvemos donde empezamos. Si
se ahorra, la economía se contrae, aumenta el desempleo, los pueblos se
indignan, los partidos moderados se debilitan, la democracia peligra y, antes,
mucho antes de eso…se pierden las
elecciones. Si se ahorra y se invierte, ni se ahorra lo suficiente, ni se
invierte lo necesario. No es cierto que
quien peca y reza empata. Esa piedra filosofal no ha sido descubierta.
Imposible encontrar
ese equilibrio para países que renunciaron a una política monetaria propia cuando
se metieron en la camisa de fuerza del Euro, la piedra del zapato. La
recuperación norteamericana ha ido de la mano del debilitamiento del dólar, que
ha generado mayor competitividad, aumento de la demanda de productos domésticos
más baratos y repatriación notable de manufacturas, a las que su debilitada moneda
ofreció salarios competitivos. Países como España, sometidos al “diktat”
franco-germano, enfrentan en las calles la indignación de sus poblaciones
contra políticas sin rostro humano. Pero su adhesión al Euro reduce márgenes de
maniobra. Grecia enseña que no son de tolerar clases políticas que venden
soberanía por platos de lentejas.
En el
pacto europeo de estabilidad, el duo Merkozy impuso un límite obligatorio al
endeudamiento público. El cambio en la correlación de fuerzas marcado por las
elecciones griegas y francesas se tendrá que reflejar ahí. Hollande no exige romperlo,
sino solamente modificarlo, introduciendo modestas propuestas de inversión para
el crecimiento, que nunca serán suficientes para contentar a todos.
Difícil le toca a un jefe de estado encontrar las arcas
vacías y lidiar con aumentos impositivos, que nadie quiere, ajustes que a nadie
satisfacen y ahorros que comprometen el futuro. En Junio,
las elecciones legislativas le dirán a Hollande con cuanta fuerza parlamentaria
cuenta. Pero ya antes tendrá que anunciar despidos masivos que Sarkozy pospuso
en aras de ganar. El entusiasmo de sus seguidores se irá apagando conforme se
vaya imponiendo la dura realidad. Hollande, si quiere abrir una nueva trocha,
tendrá que hacerlo de forma homeopática. Magdalena no está para tafetanes y cualquier giro brusco podría ser
catastrófico. Eso no va a dejar felices ni a Sirios ni a Troyanos. Pero es
un gatopardismo necesario. Ahora se llamará Merkhollande: algo que cambia para
que nada cambie.
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