Bendición de un anciano
Hoy,
primero de octubre, es el Día
Internacional del Mayor. Aprovecho la ocasión para compartir este poema anónimo
con ustedes y que Isabel Pavón seleccionó de la Red de Liturgia del CIAI. Que
cuando sus ojos tropiecen con nuestras miradas, vean en ellos la bondad de Dios.
Bendito aquel que me
ayude sobre todo cuando no se lo haya pedido,
y aquel que me ofrece
una sonrisa,
una palabra amable o
un poco de su tiempo.
Benditos aquellos que
saben hacerme revivir
mis bellos recuerdos
de tiempos pasados,
y no me harán sentir
el peso de mis lentos pensamientos.
Benditos aquellos que
se den cuenta que mi vista se nubla
y me extienden la
mano,
y que me hacen
entender que todavía hay alguien
que me ama y piensa
en mi.
Benditos todos
aquellos que toquen la puerta de mi soledad
y que por mi
cumpleaños me regalen una flor.
Aquellos que
comprenden el temblor de mi mano
y mis días llenos de
cansancio.
Aquellos que hablen
en voz alta
para ahorrarme la
humillación de mi sordera
y me entregan a cada
rato el hilo de la conversación.
Benditos aquellos que
fingen cortésmente el no haberse percatado
de los granos de
frijol que ensuciaron el mantel.
Y aquellos que me
escuchan con paciencia, sin hacerme mofa,
cuando repito los
recuerdos de mi lejana juventud.
A todos ellos les digo que siempre,
cuando mis ojos han tropezado con su mirada,
en ellas he encontrado la bondad de Dios.
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