Perdón y olvido, difícil combinación
Lidia Martín Torralba, en Protestante Digital, nos lleva a reflexionar sobre el perdón y el olvido. Existe el supuesto de que quien no olvida, no ha perdonado. Ella nos hace otro planteamiento distinto y creo que más real.
¡Qué difícil es el asunto del perdón! ¡Cuánto
más cuando la memoria nos trae, una y otra vez, las ofensas que nos dolieron a
la mente! La frase “Perdono, pero no olvido” es, probablemente, una de las más
utilizadas cuando se pregunta a las personas sobre este extremo.
Nosotros mismos a lo mejor contestaríamos algo
parecido. Pero la duda que quisiera suscitar, en este caso, es si no olvidamos
porque verdaderamente no podemos o si, quizá, la realidad de que tampoco
queramos hacerlo tiene algo (o mucho) que ver en el asunto.
Es cierto que no parece un ejercicio voluntario
lo de olvidar. La memoria es uno de esos terrenos misteriosos del que aún
desconocemos tantas cosas y, si algo comprendemos con esos escasos
conocimientos y a la luz del perdón del que la Biblia nos habla y que Dios
aplica con nosotros, es que no tenemos esa capacidad divina de tomar los
pecados y las ofensas, echarlos al fondo del mar y no volver a recordarlos
nunca más.
Por eso pareciera que la frase a la que
hacíamos referencia al inicio de la reflexión tiene, no sólo sentido para
nosotros, sino plena justificación. Si no podemos olvidar voluntariamente,
nadie puede aparentemente pedirnos que lo hagamos. Pero esto no es del todo
cierto, como veremos a continuación.
Si pensamos detenidamente
en lo que significa que Dios mande todas esas cargas al fondo del océano,
llegaremos fácilmente a la conclusión de que esto implica que Él ha decidido no
tener en cuenta, no tenerNOS en cuenta, esas ofensas. Uno no tira al
fondo de ninguna parte, y mucho menos del mar, algo que vaya a necesitar usar
en breve. Tampoco si es algo a lo que se quiere volver a apelar en algún
momento. Se lanza allí para no volver a tocarlo.
Pero, además, un Dios que tiene conocimiento de
todo, por otra parte, no es que renuncia a esa parte del mismo que tiene que
ver con lo que cada uno de nosotros ha hecho o acumulado en su expediente
personal.
Su mente no borra esos hechos. Sabe que
existieron y constan en nuestro expediente, aunque queden como material
intrascendente a la luz del efecto que la sangre redentora de Cristo tiene
sobre nuestra vida. Cuando algún día nos presentemos ante Su trono, se nos
pedirán cuentas, aunque el veredicto final sea “Redimido”. Ello implica que no es tanto una cuestión de olvido en el sentido
de “borrar contenidos” como de decidir, activamente, no tener en cuenta esos
hechos acontecidos.
Ahora bien, ¿hasta qué punto podemos nosotros
hacer lo mismo? Queda bastante claro que nosotros
no podemos olvidar lo que queremos olvidar. Ni siquiera somos capaces de
recordar lo que queremos recordar. No tenemos control aparente sobre nuestra
memoria. Pero sí es cierto que podemos hacer cambios en ella. Esto parece más
evidente a la hora de recordar: cuando queremos retener algo, buscamos trucos y
estrategias, repasos y estudio para intentar fijar esos contenidos y que queden
disponibles y accesibles. Pero sin embargo, nos suele parecer que estamos más
lejos de controlar lo que podemos o no olvidar.
Pues aquí es donde se nos presenta el principal
reto: podemos olvidar más fácilmente tomando la decisión consciente de no tener
en cuenta aquellas ofensas que decimos haber perdonado.
Es curioso, por otra parte, cómo cuando
hacemos esto, cuando escogemos no volver una y otra vez sobre las mismas cosas,
sino pasar página y seguir adelante, la memoria se acomoda a esta nueva
situación y va borrando, paulatinamente, muchos de los detalles que en otro momento
atormentaron nuestra mente.
Cuando no lo hacemos, sin embargo, cuando no
lanzamos esas ofensas al fondo del mar, o cuando evitamos enterrarlas en el
último rincón de nuestra mente es, quizá, porque deseamos tenerlas cerca por si
en algún momento hay que “echar mano” de ellas para hacer algún que otro
recordatorio.
Esto sólo hace que las heridas nunca cierren,
nos mantiene alerta para dar el “escopetazo” cuando sea necesario (o eso
pensamos), pero este no es el modelo que tenemos en Dios. Probablemente nadie
cometa contra nosotros jamás las ofensas que nosotros cometimos contra el Señor
mismo, cuya paga era la muerte. Pero, sin embargo, Él ha decidido lanzar al
fondo del mar todo aquello que no edifica en ese sentido. Y a efectos
prácticos, es como si lo hubiera olvidado.
Pocas cosas traen tanta paz a las personas como
la capacidad para perdonar y la posibilidad de olvidar funcionalmente, es
decir, decidir no tener en cuenta nunca más la ofensa. Su consecuencia directa
es cerrar capítulo y empezar a escribir otros nuevos,
dibujando nuevos horizontes con mejores tonos y más vivos colores y dejar
atrás, finalmente, el negro azabache del rencor y el gris sombrío de la
amargura.
Autora: Lidia Martín Torralba / Tomado de Protestante Digital.
3 comentarios:
Excelente. Felicitote junto a la autora.
Paz
Excelente reflexión!!!
Muy buena reflexión
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