El partido español
Podemos o la capitalización de decepciones
VELIA GOVAERE VICAROLI
En una hora electoral, vivida en medio del desencanto y la desafección
partidaria generalizada, nada es más
ventajoso que la virginidad política, para todo condenarlo y todo prometerlo.
Es un Estado ideal fantasioso, donde no hay pasado que defender, trayectoria
que asumir, ni deudas que pagar. Detrás de su “pureza cristalina”, la tabla
rasa con la que se llega, oculta la
ausencia de capacidad probada de gestión y la retórica que incrimina, sin
historia propia, disfraza inexperiencia. Pero todo eso permanece
invisibilizado por la fuerza ciega del descontento.
La palabra “cambio” es suficiente para sembrar avalanchas
irracionales de expectativas. ¿Cómo
administrar después, en la hora de la responsabilidad de gobierno, el universo
de las restricciones institucionales? ¿Cómo aterrizar en el mundo real la
ilusión cargada de condenas al statu quo, pero desnutrida de contenido?
En abstracto. Una parte
importante del electorado español no quiere saber de eso y, desde ahora, se
apunta al partido Podemos, que todo lo condena y todo lo promete, eso sí, en
abstracto. Su nombre indica una aspiración que responde al grito del movimiento
de los “indignados”, surgido de la administración de la austeridad, para pagar
la deuda externa de España. Con marcadas diferencias, esa situación social y
política es hermana de la griega. Ambas nacieron de una imposición irracional y
de torpes acreedores, que ahora cosechan las tormentas que sembraron.
La mano dura de los acreedores de España desencadenó una desconsiderada
austeridad con estancamiento productivo, retroceso de los índices de
satisfacción social y un sentido de desesperanza colectiva. Todo, en nombre de
pagar una deuda externa que no podía enfrentarse sin miseria, ya que, amarrada
como estaba a una moneda ajena, España no tenía política monetaria propia y
quedaba en permanente desventaja competitiva. Como resultado, en Grecia, el
descontento dio lugar a la victoria de Syriza. En España, pareciera que existen condiciones para que el partido
Podemos repita ese paso hacia lo desconocido.
Hace exactamente un año, Podemos no existía. Hoy es el
partido político con mayor preferencia electoral. Su fuerza lo convierte en un actor protagónico de la política española. Su
existencia misma señala ya el fin del bipartidismo desde la llegada de la
democracia, hace más de 30 años, y el inicio de un período de inestabilidad
política inevitable, independientemente de sus posibilidades electorales. Su mayor fuerza le llega del vacío creado
por el descrédito de los partidos tradicionales, que no supieron dar una cara
de hidalguía nacional, sensatez, sensibilidad y esperanza ante la austeridad
impuesta desde afuera. En España, ese descontento se alimenta desde la
izquierda, como heredera de una utopía
devaluada. En otras partes, como en Francia, el vacío se llena desde la
derecha xenofóbica. En toda Europa es síntoma, no respuesta, de una crisis de
representatividad, producto de la pérdida de cohesión social, el crecimiento de
la desigualdad y la sensación de vivir
una democracia secuestrada por los aparatos partidarios, alejados de las
angustias cotidianas.
Indefinición. El partido
Podemos, nuevo como es y en oposición a lo viejo, es decir, a todo, se define
prioritariamente por su indefinición. Está en su mejor momento, aquel estadio
virginal que mejor puede capitalizar las decepciones. Comienza por colocarse
“au-dessus de la mêlée”, más allá de todos los protagonismos de antaño. Por
eso, a todas las otras formaciones políticas las llama “castas”. Su visión no
la define como de izquierda o derecha, sino, muy útilmente, como los de abajo
contra los de arriba. Se presenta con promesas de un cambio radical, que
convenientemente no concreta. Condenar a diestra y a siniestra, eso es lo suyo.
En contraste con su supuesta “indefinición”, pocas dudas existen de los
estrechos vínculos, personales, políticos y financieros entre la dirigencia de
Podemos y el “Socialismo del siglo XXI” de Chávez. Pablo Iglesias, Juan Carlos
Monedero, Íñigo Errejón y Luis Alegre, líderes históricos de ese partido sin
historia, vivieron en Venezuela por muchos años como “asesores” de la
Presidencia, recibieron pagos personales millonarios por auditorías a
Nicaragua, Bolivia, Venezuela y Ecuador, hechos públicos por el fisco, y la
fundación CEPS, de la que todos ellos forman parte, declaró haber recibido 3,7
millones de euros del gobierno de Hugo Chávez ( El País , 17/6/2014).
Ilusoria utopía. Los simpatizantes de Podemos no quieren saber nada de eso. Con decir
que España no es Venezuela les basta. El pensamiento crítico de sus potenciales
votantes está monopolizado con lo establecido, emborrachados, como están, con
la ilusoria utopía de romper con lo existente. Es un voto protesta sin
propuesta. Ahí está el secreto de esas
nuevas formaciones diseñadas para ganar, no para gobernar. Si sus contornos
se dibujaran con claridad, no sería extraño descubrir “más de lo mismo”, porque
lo existente no se sustituye con el
vacío. Una vez en el poder, se acaba el misterio, la poesía termina y
comienza, con una dura prosa, el nuevo camino del viejo desencanto.
Incendio. Gobernar es
complejo y el votante no quiere saber de minucias prosaicas: aumentar la
productividad, mejorar la competitividad, desarrollar políticas fiscales que
fomenten la innovación, el valor agregado y la creación de capacidades, para
mayor empleabilidad con mejor remuneración. Eso no es nada idílico, sino
práctico, concreto, exigible. ¡Uf, qué aburrido hablar de ese tipo de temas
pedestres! Se oye más bonito “igualdad”, “justicia social” y “empleo”, así como
así, de la nada. En los períodos electorales se pueden hacer todas las condenas
abstractas que se quieran, pero en la administración concreta las definiciones
son ineludibles. Las palabras huecas suelen transmutarse en nuevas utopías
devaluadas. Pero el partido Podemos no
está todavía ahí. Está, más bien, en su momento poético, jugando con fantasías
de fuego para capitalizar decepciones.
El incendio vendrá después.
La autora es catedrática de la Universidad Estatal a Distancia (UNED).
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