viernes, abril 06, 2012

Desde la fe / Honra a tus padres...

Esta es la tercera de las siete palabras que compartimos ayer, jueves, en la Iglesia Cristiana.
"Mujer, he ahí a tu hijo..."
(3a. palabra)
(Ramón Jiménez / Semana Santa 2012 / Aula Magna UASD).

La tercera palabra de Jesús desde la cruz está registrada en Juan 19:25-27:
25Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena.  26Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.  27Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.”
Para comprender mejor este pasaje, es necesario conocer el contexto histórico de la época.  El hecho de que fuese Jesús, al final de Su vida, y no José, quien se ocupara de la protección y el cuidado de María, sugiere que José había muerto y María era viuda.  En aquel contexto histórico y cultural, la mujer no tenía un valor e identidad propios, sino en función del hombre que la representaba.  María, por tanto, al ser viuda, pertenecía a un grupo social especialmente desvalido. De ello destacan en la Biblia ejemplos como el de Noemí, en el libro de Ruth; la propia Ruth; y las múltiples y detalladas instrucciones, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, respecto del cuidado y trato a las viudas
De modo que, en su momento original, el mensaje es en esencia lo que leemos: Jesús, previendo que pronto no estará más, procura un cuidado adecuado para María.  Dos mil años después, ¿qué nos dice hoy, a nosotros, este pasaje?  Creo que tres cosas principales.

En primer lugar, nos instruye sobre honrar y ser responsables para con nuestros padres.  Jesús cumplió todas las profecías existentes sobre la venida de un Cristo Salvador, incluyendo el obedecer todos los mandamientos, en todo momento, hasta el final de Su vida.  Acerca de honrar a nuestros padres, Pablo nos dice en Efesios que es el primer mandamiento con promesa: hagámoslo, y nos irá bien y tendremos larga vida (cf. Ef 6:2-3).  Aunque a Jesús le quedaban apenas horas de vida, fue obediente también en esto hasta el final.
Cuando Jesús dice: “Mujer, he ahí tu hijo”, no lo hace en tono distante o con desdén; ‘mujer’ fue el vocablo que siempre usó en su trato formal hacia el sexo opuesto.  Otras versiones de la Biblia traducen esto como “querida mujer”, denotando no sólo un alto respeto, sino un entrañable amor en el trato a Su madre.  En ese mismo tenor, otro aspecto que resalta en este pasaje es la obediencia de Juan, de quien se nos dice que acogió a María de inmediato (Jn 19:27b).
Así es el plan de Dios en cuanto a esto.  En él, no depende de una ley humana el que nuestros hijos lleguen a casa a una hora prudente; no depende  de las circunstancias el que obedezcamos, honremos y consideremos las necesidades de nuestros padres.  Bajo el perfecto plan de Dios, los hijos honran a sus padres, y en ello, padres e hijos son bendecidos.
En segundo lugar, vemos que Jesús provee cuidado y protección al desamparado.  Hay un nivel de cuidado al que se puede llegar por obediencia, por respeto; pero hay un nivel más alto y excelente al que sólo se llega por amor.  Para mí, el Jesús ocuparse de esta situación de María, estando El mismo en condición tan precaria, me habla de un amor y una sensibilidad profundos.  Refleja de manera práctica y concreta un amor que Pablo describe como “que excede todo conocimiento” (Ef 3:19); un amor que mueve al salmista a decir que “Aunque mi padre y mi madre me dejaran,  con todo, Jehová me recogerá.”  (Sal 27:10).
¡Y cómo no iba a ser así!  El propio Jesús dijo a sus discípulos poco antes Su pasión: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.” (Jn 15:13)  Este gesto de Jesús para con Su madre, noble y sublime, no deja de ser un detalle frente al hecho de que aun siendo nosotros pecadores, Él se despojó de Su divinidad, cargó sobre Él todos nuestros pecados, y murió y resucitó para darnos vía libre al Padre.  Pensémoslo de este modo: si estando azotado, desangrándose, clavado de manos y pies, Jesús se ocupó de dejar a Su madre en buenas manos antes de morir, no habrá desamparo alguno que Él no pueda resarcir en nosotros, habiendo resucitado con gloria y vencido a la muerte para siempre, y con ella a todo mal.
En tercer lugar, y para terminar, Jesús busca compromiso con Su plan y Su voluntad.  Vemos que Jesús encomienda a María al discípulo amado; ¿por qué no dejarla al cuidado de algún familiar cercano, de un hombre de la familia?  Aunque la Biblia no lo dice explícitamente, sospecho que hubo una razón de peso: dice en Juan 19:26 que este discípulo estaba presente.  Miles, quizá decenas de miles, presenciaron la crucifixión de Jesús, pero, ¿cuántos estaban realmente presentes?  ¿Cuántos fueron espectadores pasivos, que fueron allí sólo a distraerse o a entretenerse? ¿Cuántos estaban conscientes de lo que estaba ocurriendo allí; de que no era sólo una crucifixión más?
Como dice la carta a los Hebreos, Jesús murió y resucitó una sola vez y para siempre (Heb 9:26).  Hoy, al celebrar esa solemne ocasión, corremos el riesgo de venir a ella distraídos, como espectadores pasivos de una ceremonia ritual y repetitiva.  Quiero recordar que Jesús trabaja a través de nosotros, en la medida en que ponemos a Sus pies nuestra voluntad, nuestro tiempo, energía y talentos.  Él espera que aceptemos Su plan de salvación y hagamos activamente Su voluntad para bendecirnos sin límite.  Por tanto, mi oración en este tiempo es que cada uno de nosotros no se limite a ser parte de una muchedumbre que observa la pasión de Cristo a lo lejos, sino que estemos en corazón, mente y actitud, al pie de la cruz, prestos a obedecer Su llamado y recibir las bendiciones que Él tiene apartadas para nosotros.

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