Esta es la tercera de las siete palabras que compartimos ayer, jueves, en la Iglesia Cristiana.
"Mujer, he ahí a tu hijo..."
(3a. palabra)
(Ramón Jiménez / Semana Santa 2012 / Aula Magna UASD).
La tercera palabra de
Jesús desde la cruz está registrada en Juan 19:25-27:
“25Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de
su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. 26Cuando vio Jesús a su madre, y
al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he
ahí tu hijo. 27Después dijo
al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en
su casa.”
Para comprender mejor este
pasaje, es necesario conocer el contexto histórico de la época. El hecho de que fuese Jesús, al final de Su
vida, y no José, quien se ocupara de la protección y el cuidado de María, sugiere
que José había muerto y María era viuda.
En aquel contexto histórico y cultural, la mujer no tenía un valor e
identidad propios, sino en función del hombre que la representaba. María, por tanto, al ser viuda, pertenecía a un
grupo social especialmente desvalido. De ello destacan en la Biblia ejemplos como
el de Noemí, en el libro de Ruth; la propia Ruth; y las múltiples y detalladas instrucciones,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, respecto del cuidado y trato a
las viudas
De modo que, en su
momento original, el mensaje es en esencia lo que leemos: Jesús, previendo que
pronto no estará más, procura un cuidado adecuado para María. Dos mil años después, ¿qué nos dice hoy, a
nosotros, este pasaje? Creo que tres
cosas principales.
En primer lugar, nos
instruye sobre honrar y ser responsables para con nuestros padres. Jesús cumplió todas las profecías existentes
sobre la venida de un Cristo Salvador, incluyendo el obedecer todos los
mandamientos, en todo momento, hasta el final de Su vida. Acerca de honrar a nuestros padres, Pablo nos
dice en Efesios que es el primer mandamiento con promesa: hagámoslo, y nos irá
bien y tendremos larga vida (cf. Ef 6:2-3).
Aunque a Jesús le quedaban apenas horas de vida, fue obediente también
en esto hasta el final.
Cuando Jesús dice:
“Mujer, he ahí tu hijo”, no lo hace en tono distante o con desdén; ‘mujer’ fue
el vocablo que siempre usó en su trato formal hacia el sexo opuesto. Otras versiones de la Biblia traducen esto
como “querida mujer”, denotando no sólo un alto respeto, sino un entrañable
amor en el trato a Su madre. En ese
mismo tenor, otro aspecto que resalta en este pasaje es la obediencia de Juan,
de quien se nos dice que acogió a María de inmediato (Jn 19:27b).
Así es el plan de Dios
en cuanto a esto. En él, no depende de
una ley humana el que nuestros hijos lleguen a casa a una hora prudente; no
depende de las circunstancias el que
obedezcamos, honremos y consideremos las necesidades de nuestros padres. Bajo el perfecto plan de Dios, los hijos honran
a sus padres, y en ello, padres e hijos son bendecidos.
En segundo lugar, vemos
que Jesús provee cuidado y protección al desamparado. Hay un nivel de cuidado al que se puede
llegar por obediencia, por respeto; pero hay un nivel más alto y excelente al
que sólo se llega por amor. Para mí, el
Jesús ocuparse de esta situación de María, estando El mismo en condición tan
precaria, me habla de un amor y una sensibilidad profundos. Refleja de manera práctica y concreta un amor
que Pablo describe como “que excede todo conocimiento” (Ef 3:19); un amor que
mueve al salmista a decir que “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.” (Sal 27:10).
¡Y cómo no iba a ser
así! El propio Jesús dijo a sus
discípulos poco antes Su pasión: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno
ponga su vida por sus amigos.” (Jn 15:13)
Este gesto de Jesús para con Su madre, noble y sublime, no deja de ser
un detalle frente al hecho de que aun siendo nosotros pecadores, Él se despojó
de Su divinidad, cargó sobre Él todos nuestros pecados, y murió y resucitó para
darnos vía libre al Padre. Pensémoslo de
este modo: si estando azotado, desangrándose, clavado de manos y pies, Jesús se
ocupó de dejar a Su madre en buenas manos antes de morir, no habrá desamparo
alguno que Él no pueda resarcir en nosotros, habiendo resucitado con gloria y
vencido a la muerte para siempre, y con ella a todo mal.
En tercer lugar, y
para terminar, Jesús busca compromiso con Su plan y Su voluntad. Vemos que Jesús encomienda a María al
discípulo amado; ¿por qué no dejarla al cuidado de algún familiar cercano, de
un hombre de la familia? Aunque la
Biblia no lo dice explícitamente, sospecho que hubo una razón de peso: dice en
Juan 19:26 que este discípulo estaba presente. Miles, quizá decenas de miles, presenciaron
la crucifixión de Jesús, pero, ¿cuántos estaban realmente presentes? ¿Cuántos fueron espectadores pasivos, que
fueron allí sólo a distraerse o a entretenerse? ¿Cuántos estaban conscientes de
lo que estaba ocurriendo allí; de que no era sólo una crucifixión más?
Como dice la carta a
los Hebreos, Jesús murió y resucitó una sola vez y para siempre (Heb 9:26). Hoy, al celebrar esa
solemne ocasión, corremos el riesgo de venir a ella distraídos, como espectadores
pasivos de una ceremonia ritual y repetitiva.
Quiero recordar que Jesús trabaja a través de nosotros, en la medida en
que ponemos a Sus pies nuestra voluntad, nuestro tiempo, energía y talentos. Él espera que aceptemos Su plan de salvación y
hagamos activamente Su voluntad para bendecirnos sin límite. Por tanto, mi oración en este tiempo es que
cada uno de nosotros no se limite a ser parte de una muchedumbre que observa la
pasión de Cristo a lo lejos, sino que estemos en corazón, mente y actitud, al
pie de la cruz, prestos a obedecer Su llamado y recibir las bendiciones que Él
tiene apartadas para nosotros.
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