sábado, septiembre 15, 2012

Desde la fe / Agrio ante el Padre


Cuando Dios te dice que eres agrio, eres agrio
Escribo estas palabras desde Jarabacoa, en donde estoy de retiro de fin de semana.                        Es una experiencia de fe. Permítanme compartirla con ustedes.
"Tienen 75 minutos para buscar la presencia de Dios", nos indicó Alan, director del retiro que disfruté este fin de semana. No como quien nos envía a un trabajo más, sino una indicación. La soledad, el silencio, parecen ser difíciles en el mundo del liderazgo cristiano. "No se trata de que hables, sino de que estés disponible para El", señaló.
El Rancho La Aurora, en Jarabacoa, está en un pequeño cerro. Debajo un trozo de bosque, como si albergara un río. Soy un hombre de campo, así que decidí bajar hacia los árboles. Mientras descendía, por qué no "marotiar" un poco... tomé una hermosa naranja, de cáscara suave. Al entrar un poquito en lo que creí un bosque me percaté de la presencia de dos plantitas que conocí -de mala manera- en mi niñez: la pringamoza y fogratey, las cuales suelen dejar estragos en la piel en quienes se aventuran a tocarla, aunque sea por descuido: ronchas, picazón intensa, incomodidad.
Ante esta circunstancia, me quedé detenido un tiempito.
“Bueno, Dios, es tu turno, Estoy disponible para ti, soy todo oídos. Si quieres hablarme, aquí estamos tú y yo solos. Vamos, hace tiempo que no escucho tu voz”.
Tomé la naranja que tenía en mis manos. La pelé con mis uñas. La cáscara me sirvió de repelente natural contra los mosquitos que abundan en el lugar.  Aunque suave, la cáscara era dura, pero el premio que me prometía era agradable. Uf! Qué agria! Pesé al esfuerzo, no pude. La deseché.
“Me desecharás, Señor? Sí, ya lo sé, a veces soy agrio, muy agrio, acido dice Ysabel, pero no me deseches, Jesús. Apelo a tu misericordia”.
“No, no te he desechado”.
La naranja agria que conozco, la más común, tiene la piel arrugada. Es fácil de reconocer. Encontré otra, también de piel suave, pero amarilla, madura. La pelo, también con dificultad. Espero que no sea un desencanto como la anterior. Y no lo es tanto, está “un poquito” menos agria…
“Bueno, Señor, a las tres son las vencidas…”. Sigo buscando y encuentro una con la que estoy seguro que podré salir mejor parado de la lección que mi Padre me está dando. La pelo, mis uñas sangran un poquito, la cáscara más dura que nunca y… más agria que todas…
“Es que te empecinas en no entender… estas agrio, muy agrio –me dice el Padre-. Te has alejado de estos tiempos que tanto gusto me daba compartir contigo. Ya no tomas por la mañana tu café conmigo. Te levantas a trabajar, primero que todo, y luego sacas un tiempito para un devocional que lees… no guardas silencio, no puedo hablarte, estas sordo… así que sí, estas agrio, muy agrio…”.
“Ya entendí, Padre. Ocupado tanto en tu empresa que me olvido de que es tuya, no mía. No te consulto, no te oigo, no te escucho y, peor aún, no me dejo mimar por ti. No dejo que trabajes mi carácter, mi corazón… pero dame un chance, una oportunidad. Quiero ser el que antes fui y disfrutar de tu presencia y convertir mis lágrimas en fuente de agua viva…”.
“Trato hecho –me contestó el Padre-. Me hacía falta que volvieras a mi, hijo…”.






1 comentario:

Evangelista Wilda Messina "Reflexiones para tu mente y tu corazón" dijo...

Es realmente una experiencia hermosa. Nos sirve a todos los que buscamos al Señor, y muchas veces no nos detenemos un tiempito mas para escucharlo. Dios te bendiga hermano Milton!